domingo, 20 de diciembre de 2015

NARRATIVAS INVEROSÍMILES

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                    TULIO HERNANDEZ


Como le ocurrió con las toneladas de alimentos importadas años atrás por Pdval, al chavismo se le pudrió la narrativa. Porque las narrativas, como los medicamentos, o como algunos alimentos envasados, tienen fecha de caducidad.
La noción de narrativa se usa para designar un tipo de relato, en buena medida épico, estratégicamente construido para facilitar y promover el afecto de los ciudadanos a un proyecto político determinado. Además, si el proyecto es totaliario, la narrativa convertida en épica es fundamental para la construcción del culto a la personalidad del líder.
El mito es otra cosa. En su sentido antropológico es una historia que explica por medio del significado simbólico de las acciones de seres especiales las fuerzas profundas de la naturaleza o de la condición humana. Por eso la vigencia de la narrativa depende de su veracidad. La del mito, de su verosimilitud.
La veracidad es una condición que tiene que ver con la verdad. La verosimilitud con la credibilidad. Pensemos por ejemplo en el cine. Un documental tiene que ser veraz porque se supone que trabaja con hechos y personas que existen o que existieron en la vida real. Un film de ficción, en cambio, solo tiene que ser verosímil. Creíble.
A Tiempos de dictadura, por ejemplo, le exigimos que todo lo que nos muestra sobre el perezjimenismo sea verificable históricamente. A Superman, en cambio, simplemente le exigimos que su vuelo y las razones por las que lo logra sean tan creíbles como para dejarnos atrapar al máximo con su historia. Si es verdad o mentira que los seres humanos pueden volar sin máquinas de apoyo, no tiene importancia.
Hago estas reflexiones un tanto extensas porque hace poco escuché en la radio a alguien que a propósito del chavismo hablaba de narrativas inverosímiles. Me pareció una categoría estupenda. En política, una narrativa inverosímil es aquella que ha perdido definitivamente la conexión con la veracidad de la gestión de gobierno. Es decir, una narrativa que, o se ha vuelto incoherente en sí misma, o el espectador le ha descubierto las costuras.
Al chavismo le ha ocurrido las dos cosas. Construyó una narrativa casi blindada para un proyecto asumido como “revolución”: la democracia traicionó al pueblo; la oligarquía a Bolívar; Chávez encarna el espíritu de Bolívar, ergo Chávez reivindicaría al pueblo y a Bolívar; acabaría con la corrupción y la pobreza; pondría de rodillas al capitalismo, al imperialismo y a los ricos; integraría a la América Latina; crearía un hombre nuevo, humanista y solidario.
Pero nada de esto ocurrió. La realidad mató a la narrativa y el chavismo está siendo juzgado con toda la fuerza de la veracidad. Prometió bienestar y generó escasez. Acabar con el capitalismo y construyó una nueva burguesía salvajemente corrupta. Acabar con el imperio pero siguió vendiéndole petróleo. Crear el hombre nuevo pero multiplicó por mil delincuentes y asesinos. Poner la rodilla en tierra pero sollozan como niños ante la supuesta guerra económica.
En tiempos de Internet una mentira dicha cien veces produce un largo bostezo. Si el domingo digo que mi sistema electoral es el mejor del mundo, pero el miércoles que votaron los muertos y la oposición hizo trampa, lo menos que puedo esperar es que mi narrativa pierda credibilidad. Como alguna vez la perdió Acción Democrática cuando dejó de garantizar la suya hecha de Pan, Tierra y Trabajo.
El juicio de la historia es severo con quienes han gobernado y mueren viejos. Stalin es un genocida. Mao un perverso. Fidel irá al tercer círculo del infierno. En cambio es generoso con los que murieron jóvenes y no fueron jefes de Estado. A Evita, el Che y cuidado si hasta a Chávez, a quien no se le conoce obra de gobierno, como corresponden al orden los mitos, solo se les valora por la verosimilitud de su leyenda. Lo que pasa es que, lo verificamos el pasado 6-D, las leyendas venden camisetas pero no ayudan con los votos cuando la narrativa está piche.

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