jueves, 21 de julio de 2016

SIMPLE MILITARISMO

LUIS PEDRO ESPAÑA

EL NACIONAL

Asistimos al final de este exorcismo atemporal que ha significado para la conciencia política de los venezolanos el transito por la escases, el desabastecimiento, la violencia y la injerencia militarista. Vamos para cuatro lustros de padecer la reedición de todos los subproductos políticos de un tercermundismo que unos pocos años de civilísimo y democracia nos hizo pensar que habíamos superado.
Estamos al final de algo, pero no porque hayamos entrado en una transición, sino porque vamos a la fase final de lo vivido. Diversas dosis de mesianismo, boom rentístico y creencia infundada de que son otros los que gobiernan y resuelven nuestras vidas, nos pusieron a padecer el delirio historicista de un caudillo que acabó con la poca institucionalidad que había conformado la democracia de crisis irresoluta, para sustituirla por este entramado de retórica revolucionaria con autoritarismo militarista.
Ciertamente la combinación de factores que nos trajeron hasta acá es difícil que se repitan, que puedan tener lugar en otro país de la región. Aunque los ingredientes no sólo estuvieron presentes, sino que serían claramente reconocidos por cualquier ciencista social, lo sorprendente es la forma como se conjugaron en Venezuela. Pasar de la riqueza a la pobreza, de la atracción de migrantes a la huida de compatriotas, del predominio civil al militar, de la duda razonable a la incertidumbre absoluta, y todo ello en lapsos que pueden ir de 2 años (los materiales) a no más de 10 (los institucionales y socioculturales), explican el desconcierto de un país que no acaba de interpretar hechos manifiestos y claras señales de por donde van las cosas.
En días recientes el principal problema del país, otro de los tantos coleccionados por este gobierno, y colocado alternativamente en primer lugar por su capacidad de acabar con nuestras vidas, fue cedido, entregado, dado en consignación, o como quiera que se quiera decir la forma como alguien se despoja de lo que se supone que es su responsabilidad, a la institución militar.
Como sí esa instancia del Estado hubiese estado al margen del problema económico del país. Como si acabaran de llegar para asistir al peor gobierno que hemos tenido en la era petrolera y, peor aún, como si fuera posible que una intervención militar pudiera resolver en algo el drama socioeconómico que vivimos. Como si todo lo anterior no fuera cierto, ahora resulta que camiones y supervisiones castrenses van a poder con este desastre de colas y miserias que nos colocan en la cola del continente.
Apartando la imposibilidad que tendrían de dar con las respuestas al problema, dado lo erróneo del diagnóstico, asunto que por lo demás no nos sorprende por ser práctica habitual de quienes nos gobiernan (con o sin uniforme), lo realmente novedoso de todo este asunto, es que no pocos suponen que tras la medida, lo que efectivamente esta ocurriendo es una suerte de transición o “cambio” dentro de las políticas y acciones de la actual administración. Algo así como un previo necesario a los cambios que deberían ocurrir.
Dicho sin demasiado empacho, lo que tenemos delante no es más que un poco más de lo mismo. El último cartucho, si ustedes quieren, del empecinamiento al absurdo de lo que no funciona, de instrumentalización militar de errores de política como en su momento lo fue el Plan Bolívar 2000, o en el presente lo es la gerencia militar (o ex militar) de empresas, corporaciones, alcaldías, gobernaciones o ministerios.
Las mismas interpretaciones que nos llevaron a la destrucción de la poquita democracia que teníamos ayer, es la que hoy evalúa estas decisiones como transiciones políticas, fases necesarias para superar lo que claramente no es más que una continuidad de errores y barbarismos. Deberíamos empezar por no olvidar que de esto, de este mar de calamidades, tal como ha ocurrido con todos los militarismos latinoamericanos, no saldremos con nada diferente que no sea la voluntad del pueblo y la vuelta de los civiles al poder. 

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