lunes, 18 de julio de 2016

Un poco de disciplina



 DANIEL FERMIN ALVAREZ

Editorial

POLITIKA UCAB

El militarismo no es nuevo en Venezuela. De hecho, representa lo más oscuro de nuestro pasado. En medio de una gran ola antipolítica y de la crisis de la democracia civil, el militarismo logró venderse como lo “nuevo” en 1998. Los últimos 18 años han signado el retorno de los militares al poder. Ministros, embajadores, cónsules, gobernadores, alcaldes, directores, coordinadores. A todos los niveles de la administración pública abundan las botas y charreteras.
Luego de la muerte del presidente Hugo Chávez, su sucesor, aunque civil, ha incrementado aun más la presencia militar en el gobierno. El militarismo es incompatible con la democracia y entre sus víctimas está la propia institución castrense, que se ve ultrajada y devaluada, como demuestran los estudios sobre percepciones ciudadanas, que evidencian una merma significativa en la confianza y valoración que tienen los venezolanos en la Fuerza Armada Nacional.
Esta semana, el presidente Nicolás Maduro anunció la creación de la Gran Misión Abastecimiento Soberano y Seguro (GMASS). Se trata de su última carta contra la “guerra económica”. A la cabeza, designó al ministro de la defensa, General Vladimir Padrino López, y ordenó que todos los demás ministerios deben responder directamente al General.
La GMASS se propone manejar la distribución de alimentos. A las acusaciones sobre la profundización de la militarización del gobierno y la sociedad, el general Padrino ha respondido que no se trata de militarismo, sino de “poner un poco de disciplina”. La medida, más allá de otorgar aun más control a los militares, está condenada al fracaso, al menos por dos razones: en primer lugar, porque parte de un diagnóstico terco y equivocado, el de la guerra económica; en segundo lugar, porque el gobierno no explica qué alimentos va a distribuir en un país en el que la producción fue destruida por las políticas económicas y la capacidad de importación de alimentos se vio diezmada por la disminución de ingresos petroleros y la grosera corrupción oficial. Junto a esta medida, el gobierno extendió el estado de excepción y decreto de emergencia económica, rechazado por la Asamblea Nacional. De nuevo, al militarismo no le gusta la democracia ni los controles civiles que esta impone. Con todo esto, han prometido, ahora, acabar con la crisis en seis meses. No han comprendido que la economía no es un cuartel y que la escasez no obedece órdenes, especialmente cuando el gobierno se cree infalible y es incapaz de rectificar los errores que nos condujeron a esta crisis en primer lugar…



“Un poco de disciplina”. Volver a esa frase del general Padrino es importante. El militarismo suele venderse con términos más atractivos: orden, mano dura y, por supuesto, disciplina. Pero un vistazo a los últimos dieciocho años dan cuenta de lo falaz de estos postulados. Lejos de promover el orden, el proyecto oficial ha dado rienda suelta a la anarquía. La “mano dura” ha sido incapaz de contener la criminalidad, que ha hecho de nuestras ciudades las más peligrosas del continente. ¿Y la disciplina? La mayor quimera.
¿Dónde ha estado la disciplina en la administración del presupuesto nacional? ¿Qué disciplina hubo en el derroche irresponsable de los mayores ingresos económicos de la historia de Venezuela? ¿Con cuál disciplina se combaten los hechos de corrupción que han desangrado al país y que son responsables de la crisis terrible que nos azota?
No, no es asunto de disciplina. Es asunto de poder. El militarismo avanza mientras el país colapsa, en un vano intento por sostener en el poder a un gobierno que perdió todo apoyo popular y que ve, ante su rotunda incapacidad, su única salvación detrás de los fusiles y bayonetas.

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