FELIX SEIJAS
El pasado jueves el Centro de Estudios Políticos de la UCAB celebró en Caracas una conferencia sobre transición, con la participación de expertos nacionales e internacionales. Tomándome la libertad de sintetizar -con los riesgos que ello implica- la extensa discusión que allí tuvo lugar, puntualizaré los cuatro elementos que se plantearon como condiciones necesarias para una transición exitosa desde un sistema autoritario -o híbrido, en nuestro caso- hacia una democracia saludable. Estos son: 1.- movilización ciudadana que genere presión suficiente a quien ostenta el poder, 2.- negociación de las partes bajo el convencimiento de que la situación reinante es insostenible, 3.- una élite política en condiciones de administrar tal proceso, y 4.- una unidad sólida -en visión y acción- de dicha élite en torno al objetivo común. Si analizamos estos puntos en el contexto venezolano, resulta difícil concluir que en los actuales momentos en el país se está desarrollando un proceso de transición, al menos en el sentido que arriba hemos señalado.
El nuestro no es un territorio en paz. Así lo evidencian las cifras del Observatorio Venezolano de Conflictividad Social, las cuales revelan que en Venezuela se producen un promedio de 21 protestas al día. Sin embargo, estas manifestaciones carecen del carácter político que les permitan conectarse a lo largo y ancho del país para, así, generar el efecto contundente que coloque al Gobierno en situación de apuro ineludible. Es distinto, por ejemplo, arremeter contra un supermercado de manera puntual, desahogando la angustia por conseguir algún producto de la cesta básica, que salir a la calle a emplazar al Gobierno con el objetivo de recibir respuestas concretas a las necesidades. La sistemática represión que desde el ejecutivo se ha aplicado durante los últimos años a la protesta -con forma, intensidad y excesos según la circunstancia amerite-, ha alimentado el temor en los venezolanos. Si además unimos a esto el valor que las personas le asignan al voto como instrumento de cambio político -reforzado a raíz de los resultados del 6D-, lo que les brinda una alternativa de bajo riesgo para canalizar sus deseos, terminamos delineando un escenario en el cual la activación de un tejido nutrido de protesta de calle parece poco probable.
En cuanto a negociaciones se refiere, su factibilidad depende de que ambas partes estén convencidas de lo insostenible de la situación, y de que ellas estén dispuestas a conceder algunas prebendas en el proceso. En este sentido, la oposición reunida en la MUD tiene años denunciando las graves consecuencias del modelo impuesto por quienes administran al país. El Gobierno, por su parte, da señales claras de no percibirse a sí mismo en medio de una situación de carácter insostenible y centra su apuesta en la premisa de que goza de suficiente margen de maniobra para sortear la tempestad y alcanzar aguas más favorables. Por lo tanto, para el Gobierno el camino a seguir es continuar en batalla, concebida ésta bajo la lógica militar de pulverizar al enemigo. La negociación no forma parte de sus planes. Entonces se afana en arrastrar el Referendo Revocatorio hacia el 2017, momento en el que supone puede manejar un conjunto de elementos a su favor. Considera el Gobierno también que en materia económica ocurrirá algún milagro -de esos que solían rescatar al ex Presidente Chávez en momentos apremiantes- que les permitirá generar en la población la sensación de “giro de rumbo” hacia la recuperación, otorgándoles la posibilidad de llegar a las presidenciales de 2018 en condiciones competitivas -prescindiendo entonces, o quizás antes, de la figura de Maduro-. Ante estas circunstancias, la oposición sabe que cualquier llamado del Gobierno a dialogar no persigue otro objetivo que el de comprar tiempo, situación a la que la MUD no puede ni debe prestarse.
Con respecto a la existencia de una élite política capaz de transitar ventarrones aún más hostiles que los que hasta ahora hemos vivido, es preocupante lo difícil que resulta visualizar tales actores en la acera oficialista; en los procesos de transición la figura del “héroe de la retirada” es un elemento altamente deseable, y aquí no podemos sino orar por que tal figura surja en el momento requerido. Por su parte, al frente de las organizaciones políticas que conforman la MUD encontramos, casi en su totalidad, a líderes jóvenes que han asumido el protagonismo opositor durante estos 17 años de “revolución”, curtiéndose cada vez más en el oficio. El reto que ellos aún hoy afrontan, consiste en garantizar la consolidación de una unidad estable que transite el camino del cambio. Si bien la MUD ha crecido a través del tiempo -lo que le ha permitido alcanzar importantes conquistas-, queda aún por fortalecer el concepto de unidad más allá de la necesidad puntual en lo electoral. La victoria final no consiste en un referendo ni en un cambio de Presidente o Gobierno. La victoria consiste en la consolidación de un sistema democrático de calidad, que cierre para siempre la entrada a demagogos ansiosos de echar raíces en el poder a expensas de una población confundida y maltratada. Resulta terrible ver números que muestran un porcentaje importante de venezolanos dispuestos a contemplar como opción a oportunistas que surjan emitiendo cantos de sirena, sin importar que ello involucre renunciar a formas institucionales. La experiencia nos ha enseñado las consecuencias que este tipo de situación puede acarrear. Es tarea fundamental del liderazgo opositor cerrar de una vez por todas las puertas a tal posibilidad, y para ello es vital que posean una visión compartida de los elementos clave para alcanzar tal cometido.
Quienes conforman la MUD se encuentran en medio de un proceso que marcará el futuro de nuestra nación por décadas. Al final, la historia mostrará si la de estos tiempos se trataba de una élite que estuvo a la altura del compromiso que le tocó asumir.
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