domingo, 12 de marzo de 2017

HIPÓLITA Y MATEA
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ELIAS PINO ITURIETA

EL NACIONAL

El traslado simbólico de los restos de las negras Hipólita y Matea al Panteón Nacional pone de manifiesto los excesos del culto a Bolívar que tantos estragos ha causado a la conciencia de los venezolanos. Hemos traspasado cualquier tipo de fronteras en la glorificación del héroe para convertirlo en principio y fin del destino de un pueblo, es decir, en brújula exclusiva de los pasos de la sociedad hasta el día del juicio final. No puede caber mayor disparate, seguramente único en los anales de las naciones modernas, a través del cual se niega la presencia de otras figuras de importancia, condenadas a lugares irrelevantes, pero también la participación de todos los hijos del pueblo en la fábrica de una historia común.. Si hemos llegado al colmo de aceptar que oficialmente la nación se denomine “República Bolivariana”, cuando dos de las esclavas del Libertador reciben los honores del más ilustre de nuestros cementerios solo presenciamos cómo se pone la guinda a un batiburrillo de manipulación y propaganda que nos ciega y disminuye.
Hipólita y Matea se exhiben ahora como piezas estelares del procerato porque cuidaron al niño Simón Bolívar, es decir, porque fueron sus leales sirvientas, porque cumplieron a cabalidad el trabajo al que estaban obligadas por su condición de criadas sin salario ni descanso. El tratamiento de los esclavos fue severo en la mansión del niño Simoncito, especialmente cuando la presidía don Juan Vicente, un padre de familia de armas tomar que no dudaba en azotar a los negras que se alejaban de su disciplina, o que se negaban a ofrecerle su calor en la cama. Sobran pruebas de esas vejaciones protagonizadas por un señorón a quien se moteja de “lobo infernal” en un extenso expediente que reposa en los archivos del arzobispado, averno del que se libraron Hipólita y Matea porque la cabeza de la mansión pasó a mejor vida y pudieron trabajar como sirvientas sin el acoso del dueño muerto. Podemos suponer, entonces, que se las traslada simbólicamente hasta el Panteón por su labor de domésticas diligentes y afortunadas, pues otro mérito no tienen, que se sepa.
Pasan a la gloria porque cuidaron a un héroe en su niñez, o porque se libraron de la despiadada tiranía de un patrón desaparecido en buena hora. ¿Puede encontrarse un motivo más fútil, una razón más trivial para que ahora se mezclen con las estatuas de los hombres que hicieron la patria a su manera? Si seguimos semejante lógica, deberíamos preparar las hornacinas para exhibir las efigies de las numerosas hembras que compartieron lecho con él; o para que adoremos a sus hermanas por el solo hecho de que llevaban la misma sangre. La voluptuosa Pepita Machado y la realista María Antonia Bolívar merecerían cupo preferencial en la primera de las galerías del templo cívico, por consiguiente, aunque fuera después de las dos esclavas que ahora estrenan pedestal. También pueden caber las bochincheras y las repelentes, las descocadas y las antipáticas, las nacionales y las extranjeras que fueron parte de su íntima compañía.
Hipólita y Matea fueron unas esclavas ejemplares, unas criadas amorosas, unas chachas de proverbial sumisión. Jamás faltaron a la obligación que se les impuso ante su niño dueño, ante su patrón mozo, razón que produjo un vínculo afectivo que conviene considerar cuando se analice la biografía del futuro Libertador. Es evidente que le ofrecieron soporte en las horas de orfandad, asunto que debió influir en la forja de su personalidad. Pero, independientemente de tales pormenores, no existen elementos de peso para que se las meta en el cuadro de honor de la Independencia. Podría molestarse el tío Carlos Palacios, por cierto, quien administró su mayorazgo y lo mandó a formarse mejor en Europa, y otros miembros de la parentela que lo acompañaron antes de que se convirtiera en político. Llegaríamos así hasta situaciones mucho más disparatadas, aunque parezca insuperable entre ellas el hecho de que un gobierno “revolucionario” y “socialista” distinga a dos pobres señoras por haberse lucido como perlas de servidumbre. Pero debemos averiguar, por si acaso, si Chávez fue atendido por nodrizas en su infancia llanera. Para preparar la alfombra roja.

epinoiturrieta@el-nacional.com

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