jueves, 12 de mayo de 2011

Golpe geopolítico

Lluis Bassets

La crítica a la acción unilateral de Estados Unidos para eliminar físicamente a Osama Bin Laden está eclipsando, al menos en Europa, el análisis de las numerosas consecuencias geopolíticas que va a ocasionar el gesto de autoridad y a la vez de sofisticadio poder militar realizado por Barack Obama. Algo similar está sucediendo en la política interior estadounidense respecto a la imagen presidencial y a la mejora de sus perspectivas de renovación de su mandato en 2012. Las relaciones entre Pakistán y Estados Unidos han entrado en una nueva etapa, en la que ambos países deberán redefinir sus posiciones y sacar conclusiones claras. Pero, además, la eliminación de Obama afectará a todo el entorno geográfico, especialmente a Afganistán, donde Estados Unidos puede dar por culminado y terminado el ciclo que se inicio en 2001, con el bombardeo primero y luego la ocupación del país con mandato del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

El ataque a la residencia de Bin Laden, lejos de ser un punto de inflexión y un antecedente, parece más una culminación y cierre de una etapa, en la que las líneas de fuerza trazadas por Bush y sus neocons han seguido actuando, aunque cada vez más debilitadas. Estados Unidos debe limitar con toda urgencia su presupuesto militar, retirarse de Afganistán e Irak e inventar y desplegar de una vez una nueva estrategia para los países árabes en transición o en crisis. Todo esto es más fácil sin Bin Laden. E incluso viene más exigido políticamente por un mundo islámico sin Bin Laden. La concentración y dosificación de esfuerzos, principalmente militares, será una de las tareas principales para los años inmediatos y para una zona donde Estados Unidos ha venido regando desde hace varias décadas de ayuda económica y de armamento a regímenes de todo color y posición.

No significa, ni mucho menos, que Washington vaya a tener las cosas más fáciles. Quizás va a ser lo contrario, como ya se ha encargado de apuntar Tariq Ramadan en el artículo publicado ayer en El País, uno de los pocos analistas que intenta sacar consecuencias más globales del ataque. Una vez despejado el horizonte de la guerra contra Al Qaeda, Obama se enfrenta al peligro de una progresiva pérdida de influencia en Oriente Próximo, a favor de las potencias emergentes. En palabras de Ramadan se trata de un otoño de las relaciones del mundo árabe con occidente, una definición que viene acompañada por un especial interés en minimizar la pasada influencia de Bin Laden sobre los jóvenes musulmanes y en subrayar que en realidad el carácter histórico de estas noticia es estrictamente americano y occidental, se sobrentiende que como síntoma de su declive.

Las consecuencias de esta nueva situación son evidentes para Israel, que se encuentra ante una disyuntiva que muy pronto se clarificará: o hace la paz con los palestinos a partir del acervo acumulado y dilapidado una y otra vez desde Oslo, o debe reinventar de nuevo sus relaciones con el conjunto de la región sin excluir nuevas guerras. Sin Bin Laden la paz no está ni más lejos ni más cerca, pero hay menos caminos para tergiversar posiciones, de un lado y del otro. El líder megaterrorista rendía sus especiales servicios en muy distintas direcciones; a los regímenes que se escudaban en el peligro de Al Qaeda o a los enemigos de la paz en Oriente Próximo.

Es difícil creer que nadie supiera en Pakistán de la presencia de Bin Laden en Abbottabad. Al menos los todopoderosos servicios de inteligencia. También por este lado el gesto de Washington es el del cierre de una etapa, que da por agotada la ambigüedad y el doble juego de una parte del ejército, la administración y el espionaje paquistaníes. Aparece así una sintonía entre la acción de las fuerzas especiales estadounidenses hace una semana y la primavera árabe en lo que significa de utilización del terrorismo como sistema de chantaje político y económico.

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