sábado, 7 de mayo de 2011


¡Oye, como va!

Reflexiones sobre el arte de escuchar música.


Aquiles Báez

¿Qué es un buen oyente?

La definición es simple: se trata de la persona que posee la cualidad de escuchar. Vivimos con una superposición de eventos auditivos constantes. Necesitamos que las cosas suenen, como si el silencio fuera un ente perturbador. Esta orquestación de sonidos se ha hecho masiva, incluso hasta invasiva. Va desde campañas publicitarias, medios de comunicación a todo volumen hasta cuando salimos a la calle y nos encontramos con el ruido de los autos, la gente, etc. Esto ha afectado los niveles de tolerancia sonora y disminuye nuestra apreciación y conciencia a la hora de escuchar música.

La calidad de la audiencia

Una amiga me envió un disco de un grupo pop como si fuese la gran maravilla. Este grupo, hacía todas las canciones en la misma tonalidad, manejando solamente tres acordes que se alternaban en tonalidad mayor y menor. El problema en sí no es la sencillez, sino la reiteración. Ella me dijo: “Es que este grupo es arreeechiiisimo”. Me recordé de la parodia que hacen los fabulosos humoristas argentinos de Les Luthiers con su personaje: Huesito Williams. Este es un compositor muy prolífico con mas de 3500 canciones, las cuales la mitad tienen la misma letra y el resto tienen la misma música.

Me puso a reflexionar sobre lo pobre que sería solamente saberse tres palabras, el lenguaje es algo mucho más complejo que eso. La música es un lenguaje. Le dije que cuando estos chicos se aprendan al menos un cuarto acorde, hablábamos. Eso suena arrogante pero es verdad.

Hay un deterioro en la calidad de la música y eso también influye en hacernos peores oyentes. Pensaba que las baladitas comerciales tipo tema de telenovela, eran bastante básicas. En el mejor de los casos usan los famosos tres acordes antes mencionados, hasta que llego el reggaetón que básicamente tiene dos, pero después me di cuenta que la cosa podía ser incluso peor, ya que ahora hay unos temas, “lounge, contemporáneo, ecléctico, electronic, fashion, waresnai, washiwashi”, que tienen solamente un acorde.

Eso ha creado una monotonía auditiva en donde la gente no necesita pensar en la música, y lo peor del caso es que quienes dicen que les gusta esta música, no la disfrutan sino que es algo que esta ahí, como el ruido del metro, la lavadora, un camión, etc. Da lo mismo lo que este sonando sólo hace falta tener ese “ruidito” de background. Cuando dejamos de “escuchar”, nos transformamos en oyentes mecánicos.

¿Me oyes?

He seguido de cerca espacios como los que organiza la gente de la MAU (Movida Acústica Urbana). Es una iniciativa fabulosa y ellos se han convertido en una referencia para hacer música original en la ciudad de Caracas. Sin embargo, me impresiona que los primeros que hablan y no respetan a sus colegas son los músicos. No paran de conversar, sin importarles lo que esta sucediendo. Una vez le pregunté a varios colegas músicos que estaban hablando en uno de estostoques: “¿Que les parecería si mientras estén tocando haya un gentío hablando?” Todos respondieron que eso seria hasta ofensivo. Les dije que ellos lo estaban haciendo. Lo grave es que ni siquiera se habían dado cuenta.

Sin duda, la ley empieza por casa, como artistas tenemos que respetar el trabajo del otro. Creo en la reciprocidad. Me baso en el principio budista de causa y efecto, por eso no puedes esperar que se te respete, si tu no respetas a los demás.

¿Qué podemos hacer?

Todo es un problema de educación. Así como se enseña matemática o literatura, se debería enseñar música tanto a nivel primario, secundario y superior. La base de todo es que no se nos ha enseñado a escuchar. Es importante no sólo hacer críticas sino plantear soluciones. Imagínense un sistema escolar donde se enseñara apreciación musical.

Piensen por un momento que desde la primaria se estudiaran los géneros musicales, las formas y los estilos, que van desde la música clásica hasta el rock and roll, desde los tambores de Ghana hasta el Bossanova, desde el joropo hasta el jazz. Entender lo que es la melodía, la armonía, el ritmo. Para esto no hay que ser músico, sólo ser culto. Sin duda alguna tendríamos un conocimiento mas profundo de la música y le daríamos menos espacio a la mediocridad.

¿Estás escuchando?

Una vez estaba en el metro de Nueva York, cuando de repente escucho una de las músicas más rítmicas e interesantes que he escuchado en mi vida. Era un señor de Senegal tocando muy virtuosamente un instrumento africano llamado Cora que a mi me encanta. Me quedé unos veinte minutos observando a la gente que daba dinero al Corista (así se les llama a quienes tocan ese instrumento), los que pasaban indiferentes, los que se les movía el cuerpo solo y los transeúntes con cara de apurados.

Lo cierto es que quienes se detenían eran de raza negra o latina, luego estaban los hippies trasnochados y curiosamente señoras americanas mayores. Me le acerqué a una y le pregunte si conocía la música africana, me contesto que no, pero me dijo algo interesante: “La gente ahora no aprecia ni respeta la música”.

La mujer añadió: “La música es el arte de lo sublime, un regalo de Dios que la mayoría de las personas no entienden porque hemos perdido la capacidad de escuchar”. Eso me recordó los libros de Carlos Castaneda (un antropólogo que fue a estudiar a los indios Yaquis y terminó siendo un aprendiz de brujo) cuando “Don Juan” un chamán le comentó, que es un mal aprendiz porque no sabe “escuchar”. Según Don Juan hay que escuchar los sonidos del mundo. Es importante escuchar desde adentro. A mi juicio hay que comprender que la música es una energía que viaja a través de nosotros. Eso es escuchar los sonidos del mundo. Definitivamente, no sabemos escuchar.

Hay un caso famoso propiciado por la gente del Washington Post. Convencieron al prestigioso violinista Joshua Bell, uno de los ejecutantes mas virtuosos del momento, para que tocara en la salida del metro de Washington. Además Bell se fue con el famoso violín rojo, un Stradivarius cuyo valor es incalculable. Estuvo tocando obras como la Chacona de Bach y solamente una persona se detuvo por más de cinco minutos.

La apuesta era que lo iban a reconocer y que con su virtuosismo la gente iba a entrar en shock, pero nada de eso sucedió. Sino todo lo contrario, al punto que el violinista con su estuche abierto, sólo recogió unos pocos dólares. Dos días después de eso tocó en un concierto donde las entradas más baratas eran de cien dólares y estaba “sold out” desde seis meses antes.

Eso demuestra que la gente cambia su percepción sonora dependiendo de donde se encuentre, sin tener que ver la calidad de la misma ¿Será que hemos perdido la capacidad de discernir? Joshua Bell es un monstruo musical tanto en el metro como en el Lincoln Center.

Una vez me encontraba tocando con Paquito de Rivera en el Blue Note de Nueva York. Ahí siempre se le recuerda a la gente estar callados y todas la normas que tiene un club de jazz en donde respetan a los artistas. Había un silencio contundente, hasta que, como en la tercera pieza llegaron un par de parejas hablando y haciendo ruido.

La gente los mandó a callar y de repente escucho a una de las señoras hablando en perfecto caraqueño: “¿Qué le pasa a esta gente?, ¿acaso acá no venden caña?, además vinimos a escuchar este “yasesito”. Me dio una vergüenza horrible: los escandalosos eran venezolanos. Paquito con su simpatía les preguntó que si venían a hablar o a escuchar música.

Estos se quedaron desconcertados, se fueron por la pena que les hizo pasar Paquito, pero aún no sé si entendieron que la gente iba a ese lugar a escuchar música, que esas personas pagan para ver un espectáculo, sin importar que estén vendiendo bebidas espirituosas.

Otro día estaba en Nueva York con mi amigo Aquiles Machado. Aquiles se encontraba haciendo una hazaña que ningún cantante venezolano había logrado antes: una temporada en el Metropolitan Opera House con La Boheme en rol de Rodolfo. Fuimos juntos al cumpleaños de un gran amigo común, el sacerdote venezolano Alexis Bastidas. Había una torta con un grupo de venezolanos que van a su misa.

Como andaba con la guitarra nos pusimos a tocar música venezolana y, salvo el padre, nadie le hizo caso a la prestigiosa voz de mi amigo Machado. Dejamos de tocar dada la situación. Todo el mundo se encontraba hablando. Entonces se me acerca una chica que mientras estuvimos tocando, no paro de hablar como una guacharaca, pero neoyorquina, y me dice :

-“Sssaaamo, me contaron que está acá en Niu yorrllld un cantante venezolano en el Met, que esta haciendo Rodolfo en la Boheme y se llama Aquiles como tú”.

- Le conteste: sí, además es muy amigo mío…

Después de comentarme que acababa de venir de uno de los restaurantes más caros de Nueva York, que había estado el weekend esquiando en Vermont, con ese descaro me dice:

-“¿Cómo podré hacer para que me consigas unas entraditas para mi, mi hermana, mi mama y mi novio? porque entenderás que el Met. es demasiado caro y yo necesito escuchar cantando a ese tenor”

- Le contesté: No puedo hacer nada con las entradas. Sin embargo, lo acabas de tener enfrente cantando. Ese gordito con acento guaro que cantó y que nadie le hizo caso es Aquiles. La próxima vez que quieras verlo cantar, vas a tener que ir al Metropolitan Opera House y bajarte de la mula duro para escucharlo. No se pueden imaginar la cara de ponchada que puso la niña.

Modulando

Me preocupa sobremanera no sólo como se ha deteriorado la calidad de lo que se oye, sino que no hacemos nada por parar ese torrente de mediocridad sonora que tenemos a diario. Eso nos hace menos sensibles a la hora de escuchar música. Es un mal mundial que ha dañado nuestra capacidad de apreciación. No sabemos ni siquiera qué es bueno y qué es malo.

A veces pienso que lo que le queda a uno, es rezar para que suceda un milagro. Creo que hay un trabajo enorme pensando en generaciones futuras y quizás cada uno de nosotros puede poner su grano de arena. “Escuche” la voz de su conciencia y piense en lo que se puede hacer al respecto.

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