Por lo visto, los pésimos gobiernos tienen también su encanto
Este Gobierno disfruta de la enorme ventaja de ser pésimo. Eso le permite hacer que el más pequeño logro, que a cualquier otro daría casi vergüenza, aparezca como un gran éxito. Tiene entonces que hacer muy poco en las diversas áreas, para que luzca como muy capaz en el terreno en cuestión.
Eso supone una gran capacidad de comunicación política. Con ella sí que cuenta este Gobierno. La tiene en el aspecto digamos cuantitativo, de mero volumen: emisoras, cadenas. La tiene en el aspecto cualitativo, pues cuenta con un efectivo comunicador, como todos sabemos que es Hugo Chávez. Lo cualitativo se vale de lo cuantitativo. Conocemos muy bien el uso descarado que hace de la posibilidad que tiene de poner a todo el país a escucharlo y verlo, sin otra opción que apagar la televisión o la radio.
Estamos ante un ideal de Gobierno verdaderamente monstruoso, lo contrario de lo que cualquiera hubiera pensado: el mejor es aquel que, siendo cada vez peor, logra que la población se contente con cada vez menos.
La aplicación de ese ideal inverso de Gobierno, ha sido muy pérfida. Los niveles de logro son cada vez menores, de modo que lo que tiene que hacer para parecer cumplidor es cada vez de menor monta. Al mismo tiempo, el descenso continuo de los niveles y calidad de vida y el proceso de adaptación de la población a ese deterioro incesante hace que el asunto termine por no ser puramente comunicacional. No es solo que tiene la capacidad, mediante un hábil manejo mediático, de que para parte de la población la construcción de unas cuantas casas aparezca como un gran éxito en la política de viviendas. La cosa es peor aún. Es que parte importante de la población sujeta a esa espiral descendente da la bienvenida a cualquier cosa, sin necesidad de que se le maquillen mayor cosa.
He enfatizado de que se trata de parte de la población. Un sector muy importante de ella nunca se ha tragado el trazo, ni lo va a hacer. Para esos venezolanos está perfectamente claro que este gobierno es un fracaso general y ve instantáneamente la farsa que se esconde detrás de sus rimbombantes anuncios. Pero con esta parte de la población no cuenta para superar los eventos electorales del año que viene. Lo suyo es jugar con ese otro grupo al que el espec- táculo mediático adormece y al que es posible hacer creer, mediante un juego de espejos, en, por ejemplo, la multiplicación de las casas. Por eso es tan difícil lograr que ese sector de venezolanos vea el fracaso gubernamental.
La situación es en verdad inédita. Un Gobierno que ha encontrado en su fracaso su mejor manera de conservar el grueso de su electorado.
Pero eso es insuficiente. Los venezolanos susceptibles de esa operación de que "cuanto peor gobierno soy, tanto más fácil me es aparecer como bueno", no es suficiente para ganar unas elecciones presidenciales. Allí está ese sector decisivo cuya pupila es lo suficientemente penetrante como para darse cuenta de los cuentos, y que lo que está es esperando una oferta opositora que lo convenza y le dé tranquilidad.
Hacia allá es que debe dirigirse con mayor fuerza la propuesta de la Unidad Democrática. La cosa debería estar clara. Lo que ese electorado más necesita no es que le demuestren que este Gobierno es un fracaso, sino que hay una propuesta que en verdad está en capacidad de reemplazarlo para mejor y sin mayores sobresaltos. Sino, sabiendo todo lo malo que es éste, de repente va y vota por su continuación.
De modo que todo lo que en la Unidad Democrática contribuya a transmitir ese sentido de certidumbre, unidad y capacidad va en la dirección correcta. Al contrario, todo lo que contribuya a dar idea de enredos, de disputas, de contradicciones, es veneno puro para las posibilidades de triunfo en las elecciones del 2012.
Esto plantea un alto nivel de exigencia. En esto es muy difícil aparentar algo que no sea una realidad sin que la mirada del electorado venezolano perfore el truco. De modo que es crucial que la Unidad Democrático trence bien el machihembrado que va a dar soporte a un futuro gobierno y dirija hacia ello esfuerzos especiales, para poder transmitir confianza y seguridad al elector. Sino, no va a valer de mucho el que el electora- do tenga ante sí el peor gobierno de nuestra historia y que la mayoría lo sepa. Porque, por lo visto, los pésimos gobiernos tienen también su encanto.
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