EN BLANCO Y NEGRO
ARGELIA RÍOS
EL UNIVERSAL
Ambos polos necesitan hacer una lectura descarnada de los resultados. Es comprensible que tanto el oficialismo como la oposición traten de hacer sus respectivos controles de daño. Sin embargo, hay realidades que no pueden omitir, aunque sea fuera de esta batalla donde los dos grupos intentan dominar el mundo de las percepciones.
Ya se sabe que la jornada no produjo victorias perfectas ni derrotas absolutas y que la correlación de fuerzas no sufrió alteraciones importantes. A pesar de los esfuerzos que se desplegaron desde cada uno de los campos, no se produjo el desempate holgado al que aspiraban las direcciones políticas, hoy forzadas a colocar las cosas en blanco y negro para identificar las grietas estructurales que les impide avanzar hacia terrenos más claramente prósperos.
Al oficialismo le corresponderá admitir que su votación no es proporcional ni al avasallante ventajismo que se ejerce desde el Estado, ni mucho menos a la opulenta inversión de recursos económicos procedentes de la chequera petrolera. Visto desde cualquier plano, y haciendo las comparaciones de rigor, es indudable que la oposición obtiene rendimientos muy superiores a los del gobierno, a pesar de las condiciones a que se encuentra expuesta.
Cada triunfo de la MUD es una hazaña que debería llamar la atención de la nomenclatura roja, cuyos logros electorales encubren las fallas tectónicas que la revolución viene padeciendo, incluso desde los tiempos del finado Hugo Chávez. Estas fisuras existen, aunque todavía no se manifiesten en forma dramática en la votación revolucionaria.
El hecho de que hasta ahora el campo democrático no haya conseguido la llave para capitalizar política y electoralmente los descontentos sociales, no significa que éstos no existan ni que su profundidad no resulte un riesgo de envergadura. El malestar de la población es una variable independiente y sus consecuencias podrían suceder al margen de lo que la MUD y sus dirigentes hagan o dejen de hacer.
La oposición, por su parte, necesita entender que la ausencia del comandante Chávez no le facilita las cosas y que la revolución posee una indiscutible capacidad regenerativa. También está obligada a valorar con mayor frialdad el impacto del fracaso del modelo sobre la recomposición de las fuerzas políticas del país. La votación del oficialismo fue alcanzada en medio del más agreste contexto de carestía e inflación que hayamos vivido en años, lo que tal vez significa que las calamidades económicas no son suficientes para generar escenarios que le sean favorables. La MUD debe ponderar la crisis, no como una automática amenaza para el gobierno, sino como una oportunidad que será aprovechada para estimular nuevos episodios similares a los de Daka.
Ya se sabe que la jornada no produjo victorias perfectas ni derrotas absolutas y que la correlación de fuerzas no sufrió alteraciones importantes. A pesar de los esfuerzos que se desplegaron desde cada uno de los campos, no se produjo el desempate holgado al que aspiraban las direcciones políticas, hoy forzadas a colocar las cosas en blanco y negro para identificar las grietas estructurales que les impide avanzar hacia terrenos más claramente prósperos.
Al oficialismo le corresponderá admitir que su votación no es proporcional ni al avasallante ventajismo que se ejerce desde el Estado, ni mucho menos a la opulenta inversión de recursos económicos procedentes de la chequera petrolera. Visto desde cualquier plano, y haciendo las comparaciones de rigor, es indudable que la oposición obtiene rendimientos muy superiores a los del gobierno, a pesar de las condiciones a que se encuentra expuesta.
Cada triunfo de la MUD es una hazaña que debería llamar la atención de la nomenclatura roja, cuyos logros electorales encubren las fallas tectónicas que la revolución viene padeciendo, incluso desde los tiempos del finado Hugo Chávez. Estas fisuras existen, aunque todavía no se manifiesten en forma dramática en la votación revolucionaria.
El hecho de que hasta ahora el campo democrático no haya conseguido la llave para capitalizar política y electoralmente los descontentos sociales, no significa que éstos no existan ni que su profundidad no resulte un riesgo de envergadura. El malestar de la población es una variable independiente y sus consecuencias podrían suceder al margen de lo que la MUD y sus dirigentes hagan o dejen de hacer.
La oposición, por su parte, necesita entender que la ausencia del comandante Chávez no le facilita las cosas y que la revolución posee una indiscutible capacidad regenerativa. También está obligada a valorar con mayor frialdad el impacto del fracaso del modelo sobre la recomposición de las fuerzas políticas del país. La votación del oficialismo fue alcanzada en medio del más agreste contexto de carestía e inflación que hayamos vivido en años, lo que tal vez significa que las calamidades económicas no son suficientes para generar escenarios que le sean favorables. La MUD debe ponderar la crisis, no como una automática amenaza para el gobierno, sino como una oportunidad que será aprovechada para estimular nuevos episodios similares a los de Daka.
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