La oposición: ¿de derrota en derrota?
ANGEL OROPEZA
EL UNIVERSAL
Desde hace varias semanas advertimos que, dadas las particularidades de la consulta electoral del pasado domingo 8, el ganador iba a ser quien lograra vender mejor los datos obtenidos. No sólo porque en política, igual que en la vida, lo perceptual es muchas veces más importante que lo físicamente real, sino porque las características y naturaleza propias de esa elección obligaban a esperar varios tipos de resultados y efectos.
Lo cierto es que, en línea con lo anterior, el gobierno ha iniciado una estrategia mediática y comunicacional de grandes dimensiones para imponer su sesgada y particular interpretación de los resultados, convencer a la gente que la verdad es lo que ellos dicen y no lo que en realidad pasó, y aplicar así una medida de control y atenuación de daños políticos. Se trata de un esfuerzo de convencimiento psicológico interesante que, lamentablemente para nuestra oligarquía gobernante, no se corresponde ni con lo que arrojan los fríos números, ni con lo que la temprana –y forzada– celebración de Maduro el domingo en la noche pudiera sugerir.
No sólo las ciudades y municipios más importantes del país pasan a manos de la alternativa democrática, sino que la mayor parte de Venezuela, en términos demográficos, será gobernada ahora por alcaldes distintos al gobierno. Pero además, el voto nacional total, agrupado en bloques, ofrece el panorama de un país políticamente polarizado y dividido en porciones de similar tamaño.
Por supuesto que el gobierno no actúa como un analista electoral confiable e imparcial que simplemente va a explicar qué fue lo que pasó. Al contrario, se comporta como el propagandista de una mala mercancía, pero que necesita vender mediante la exageración de sus virtudes y ocultamiento de sus defectos. La pregunta central es: ¿por qué lo hace? Porque si reconoce lo que en verdad ocurrió, tendría que renunciar a la pretensión de implantar una hegemonía política, ya que no existe hegemonía ni posible ni viable cuando se tiene a la mitad del país en contra de tal despropósito.
Pero, además, el reconocimiento objetivo de los resultados del domingo le obligaría, aunque sea más por necesidad de supervivencia que por convicción democrática, a tomar en cuenta a esa mitad del país, a dialogar con sus representantes políticos, a conversar con ellos, y a renunciar al inviable sueño del apabullamiento hegemónico y excluyente.
@angeloropeza182
Lo cierto es que, en línea con lo anterior, el gobierno ha iniciado una estrategia mediática y comunicacional de grandes dimensiones para imponer su sesgada y particular interpretación de los resultados, convencer a la gente que la verdad es lo que ellos dicen y no lo que en realidad pasó, y aplicar así una medida de control y atenuación de daños políticos. Se trata de un esfuerzo de convencimiento psicológico interesante que, lamentablemente para nuestra oligarquía gobernante, no se corresponde ni con lo que arrojan los fríos números, ni con lo que la temprana –y forzada– celebración de Maduro el domingo en la noche pudiera sugerir.
No sólo las ciudades y municipios más importantes del país pasan a manos de la alternativa democrática, sino que la mayor parte de Venezuela, en términos demográficos, será gobernada ahora por alcaldes distintos al gobierno. Pero además, el voto nacional total, agrupado en bloques, ofrece el panorama de un país políticamente polarizado y dividido en porciones de similar tamaño.
Por supuesto que el gobierno no actúa como un analista electoral confiable e imparcial que simplemente va a explicar qué fue lo que pasó. Al contrario, se comporta como el propagandista de una mala mercancía, pero que necesita vender mediante la exageración de sus virtudes y ocultamiento de sus defectos. La pregunta central es: ¿por qué lo hace? Porque si reconoce lo que en verdad ocurrió, tendría que renunciar a la pretensión de implantar una hegemonía política, ya que no existe hegemonía ni posible ni viable cuando se tiene a la mitad del país en contra de tal despropósito.
Pero, además, el reconocimiento objetivo de los resultados del domingo le obligaría, aunque sea más por necesidad de supervivencia que por convicción democrática, a tomar en cuenta a esa mitad del país, a dialogar con sus representantes políticos, a conversar con ellos, y a renunciar al inviable sueño del apabullamiento hegemónico y excluyente.
Por eso, el primer paso para la urgente reconciliación que clama el país, para comenzar a construir espacios de necesaria convivencia entre los venezolanos y disminuir no sólo la pugnacidad política sino los intolerables índices de criminalidad, violencia y delincuencia, consecuencias todas de la polarización, es leer y analizar bien los resultados del domingo. Porque no se trata de un resultado que muestra a un gigante de 3 metros que puede pasarle por encima a un enanito de insignificante estatura. Hay que recordar que ningún diálogo es posible sino entre actores de igual tamaño y significación. Disminuir artificialmente la magnitud e importancia del otro, a través de manipulaciones mediáticas y falsos argumentos, es el ardid perfecto para huirle al diálogo y a la convivencia.
Entender bien lo que pasó el 8D no es un asunto trivial, ni de ver quién aplica mejor su estrategia de control de daños ni mucho menos un asunto de falsa terapia de consolación. Por el contrario, auscultar con la mayor objetividad lo ocurrido el domingo –sin triunfalismos de ebria irresponsabilidad ni injustificables llantos y lamentos infundados– es de trascendental importancia para garantizar la paz en el país. Venezuela es hoy, más que nunca, como una persona que necesita ambas piernas para caminar. Pretender correr con una sola es imposible: lo más seguro es que termine cayéndose.
¿Está la oposición democrática venezolana de derrota en derrota, como coinciden curiosamente Maduro, los poderosos oligarcas del postchavismo y algunos radicales supuestamente antioficialistas? Lo cierto es que si la alternativa democrática sigue acumulando "derrotas" tan fructíferas y positivas como la que supuestamente "sufrió" el domingo, no sólo se confirma que la estrategia adoptada de articulación con el pueblo es exitosa, sino que el cambio político –el de verdad, no el de fachada o sólo de nombres– cada día está más cerca. Es sólo cuestión de perseverancia e inteligencia. Y de no abandonar la estrategia de organización popular. La única que funciona, y la que realmente nos puede conducir al país que queremos.
@angeloropeza182
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