¿Quién ganó las elecciones municipales del 8-D?
Luis Vicente León
Totalizados ya la mayoría de los resultados de estas elecciones municipales, es evidente que las fuerzas políticas y la opinión pública los medirán con base en los tres índices básicos que hemos analizado con anterioridad: 1) el número de alcaldías ganadas; 2) los espacios simbólicos conquistados (municipios emblemáticos del país); y 3) el total de votos a nivel nacional (el plebiscito simbólico).
Entendido esto, la primera concreción es que el PSUV gana en porcentaje de alcaldías y en el total de votos nacionales, mientras que la oposición retiene y aumenta sus símbolos nacionales. Por estas dos maneras de entender el resultado de los comicios, aunque desde el punto de vista integral, perceptual y mediático el gobierno lleva la ventaja en el resultado de la elección, es obvio que ambos grupos arrancaron la batalla comunicacional para atribuirse el triunfo, subrayando el índice que dominan.
Es lo normal.
Los resultados, con muy pocas excepciones, no representan sorpresas con respecto a lo reportado en las encuestas que se mostraron durante las últimas semanas, ya impactadas por las últimas estrategias del presidente Maduro en materia económica, que vuelven a demostrar que el populismo… es popular. Al menos en el corto plazo.
Si bien en el contraste con la elección municipal previa la oposición mostró un crecimiento significativo, y aún cuando triunfa en las principales ciudades del país, no logró el objetivo de “castigar” la gestión de Maduro con los votos, en esa especie de plebiscito simbólico que había convocado para motivar la participación en esta elección, lo que sin duda es un golpe.
Pero si bien el gobierno gana en número de votos, ayudado evidentemente por la radicalización de su estrategia económica y comunicacional, el hecho de haber ganado en los principales centros poblados del país hace que la oposición tenga una historia que contar. Además, haber aumentado de manera considerable el número de alcaldías ayudará en el futuro cercano a fortalecer su estructura política de soporte y su cercanía con la población en la ejecución de gobierno.
Con el número de alcaldías hay que tener cuidado, porque no es un dato directamente proporcional al número de votos, sino dependiente directamente de la distribución geográfica del apoyo que tiene cada bando. Éste no era un índice en discusión desde el principio, pues era obvio que el gobierno ganaría debido a que su soporte popular radica en muchas poblaciones pequeñas y dispersas en todo el país.
Un alcalde de ciudad principal necesita muchísimos más votos que un alcalde de pueblo para ser elegido. Mientras más pueblos dominas, obtienes más alcaldes, lo que en el caso venezolano tiñe de rojo el mapa nacional. Tratándose de una elección de alcaldes, es obvio que el indicador de número de alcaldías es relevante en el análisis, pero no es el único dato. Hay que agregar el condimento de quién gana las ciudades principales, pues éstas dan una fuerza perceptual que permite al ganador (en este caso la oposición) enviar un mensaje de fuerza y decirle al país que controla políticamente los vitrinas nacionales, cuna del nuevo liderazgo opositor.
Con respecto a los votos totales, el indicador con el que la oposición había casado su triunfo en esta elección, más allá de las interpretaciones que vendrán ahora, sumando o no los independientes y los votos nulos, el plebiscito simbólico, en la mente de la población, no se logró. La oposición no celebró ese triunfo, ni siquiera en el discurso posterior a los resultados de su líder fundamental, quien decidió para ese momento un “pase de torero” que se concentró es resaltar la división del país y la falta de participación ciudadana.
En mi opinión, la abstención fue la normal para un evento municipal. Algo que indica, por cierto, que la convocatoria plebiscitaria no corrió masivamente, pues de haberlo hecho hubiera aumentado la participación en ambos bandos.
Superada la celebración y el guayabo de cada uno, ambos quedaron vivitos y coleando, frente a los inmensos problemas económicos del país, todavía sin resolver. Y éste será el reto chavista y la oportunidad política opositora para terminar de conectar con esos que no salieron a votar por ninguna de las opciones, pero lo hacen usualmente en eventos de características nacionales.
La repolarización del país favoreció al gobierno electoralmente y eso se notó. Pero en Miraflores ahora tienen dos escenarios: el primero, mantener la radicalización económica y desplomarse junto a la actividad económica y el desabastecimiento; el segundo, aprovechar su repotenciación para introducir nuevos elementos de negociación, moderación y apertura que le permita surfearmejor la crisis que se le viene encima.
Si bien Maduro ya cruzó una frontera radical en materia económica, y difícilmente regresará a la situación anterior (que tampoco era muy moderna), no se debe descartar que veamos algunas acciones más permeables frente a los sectores privados esenciales, pues de ellos depende realmente la posibilidad de que el gobierno rescate los equilibrios perdidos.
La ruta de radicalización masiva, que le funcionó a corto plazo para ganar una elección, es sin duda suicida en el largo plazo. Más aún entendiendo que la oposición no es una fuerza minoritaria despreciable y va a seguir ahí, retando al gobierno mientras la crisis se agudiza.
Si algo nos vuelve a enseñar esta elección es que la democracia venezolana es electoral, pero no integral.
Las condiciones de campaña estuvieron sesgadas de manera clara y visible a favor del gobierno. El uso de los recursos públicos para la campaña, las cadenas nacionales en momentos inapropiados, el decreto del día de la lealtad chavista en plena elección municipal son sólo algunas guindas de esa torta. Pero, a pesar de que algunos titulares muestren que el gobierno ganó 13 capitales y la oposición 8, la realidad es que ese grupo que participó en evidente desventaja obtuvo nada más y nada menos que la Alcaldía Metropolitana de Caracas más cinco de sus seis municipios, además de Maracaibo, Valencia, Barquisimeto, Maturín, San Cristóbal y Mérida. Cayeron bastiones del chavismo como El Vigía, Valle de la Pascua y Valera. Y está el caso de Barinas, un triunfo importante para la oposición, aunque más relacionado con la simbología de la familia Chávez que con temas demográficos.
Vendrán algunos análisis con respecto a los independientes y los votos nulos, que son una colita, un porcentaje que no puede sumarse en principio al gobierno, pero que tampoco puede sumarse a la oposición. Es totalmente inapropiado pensar que las personas que votaron por candidatos independientes, pro-opositores o pro-chavistas, lo hacían pensando en el plebiscito y no en los conflictos políticos locales. Pero es más inapropiado aún pensar que los votos nulos en una elección local se deben considerar un castigo plebiscitario. El PSUV y la MUD tienen claramente definidas sus tarjetas y el plebiscito se concentra en ellas.
Los análisis de efectos secundarios y variaciones en las tendencias no sustituyen el hecho de que el gobierno ganó la elección municipal. Pero ese triunfo del chavismo no indica que la oposición no tenga razones para celebrar, siendo los más importante haberse convertido en la primera fuerza en los espacios simbólicos del país y ver aumentado el número de alcaldías ganadas.
El chavismo obtuvo una victoria electoral, justo cuando la empieza a urgir una victoria económica.
Para la oposición, haberse casado con el plebiscito dejó de lado el análisis histórico de su evolución electoral que, aunque no indica que haya ganado, indica que mejoró y que fue exitosa a la hora de motivar a la gente a votar y así ganar más espacios y crecer políticamente. Para Maduro, su reto en el futuro es ver cómo pasar del impacto efectista de sus medidas, que tanto lo ayudó durante la campaña, a mostrar soluciones de verdad. Atacar las consecuencias de la crisis le sirvió de mucho, pero seguir sin atacar las causas le impedirá ganar económicamente y esto, sin duda, será una enorme carga política para el chavismo en el futuro.
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