Alberto Barrera Tyszka
El Nacional
Cada vez que leo algo sobre el “Viceministerio para la Suprema Felicidad Social del Pueblo”, y repaso cada letra, cada mayúscula, y pienso en un nueva oficina, y en nuevo papel membreteado, y en tarjetas de presentación, y una nueva nómina, por supuesto, y recuerdo entonces a los enfermos de los hospitales públicos haciendo huelga en la calle porque no hay medicinas supremas, ni gasas felices, ni sábanas sociales, no hay nada y, sin embargo, esos mismos pacientes están financiando la locura burocrática del poder; cada vez que leo algo –decía– sobre el “Viceministerio para la Suprema Felicidad Social del Pueblo”, me entran, me sacuden, me estallan unas arrechas y profundas e imbatibles ganas de votar.
Cuando, hace una semana, policías secretos, vestidos de civil y sin orden firmada, llegaron de madrugada a la habitación de Alejandro Silva, lo sacaron a empujones y lo desaparecieron por unas horas, recordé toda la tradición represiva de los regímenes autoritarios, militares y no militares, de América Latina. En madrugadas iguales y de la misma manera desaparecieron a Francisco Urondo y Haroldo Conti en Argentina. Con ese método borraron del mapa y de la historia a miles de ciudadanos de este continente. Contra eso quiero votar el próximo domingo.
Y quiero votar también en contra de la fiscal general. En contra de la inmoralidad de decir que Alejandro Silva no fue detenido sino que solo estaba “rindiendo una entrevista”. Quiero votar en contra de aquellos hipócritas que se llenan la boca denunciando los crímenes del pasado mientras permiten que, en el presente, se repitan delitos similares. Prohibido olvidar.
Y cuando veo a Tibisay Lucena declarar por fin sobre el decreto que convierte la fecha de las elecciones en un Día de Lealtad a Chávez, cuando la veo decir que no hay problema, que el gobierno tiene su derecho, que no hay que ponerse suspicaces, que no seamos mal pensados, siento entonces una indignación tan grande, una indignación oceánica, que moja todas las vocales y todas las consonantes, que devora hasta los signos de admiración y los paréntesis. Su actitud me resulta obscena y virulenta. Traiciona su cargo y, por lo menos, a más de 7 millones de venezolanos. Merece una cantidad de votos que la abrumen, que la avergüencen. Yo quiero votar en contra de ella. Quiero votar para que no le quede más remedio que sumarnos.
Creo que el domingo 8 de diciembre puede ser un Día contra la Mentira. La mentira de un gobierno que usa la supuesta lucha en contra de la corrupción para tapar su corrupción. Las falsedades de un gobierno que saquea de manera irresponsable para ganar votos fácilmente. Los embustes de un gobierno que, controlando militarmente el sistema eléctrico, sigue denunciando que la oposición está preparando un apagón. La farsa cruel de un gobierno que, cada vez que la realidad tiembla, sale a refugiarse detrás de un muerto, a utilizar la figura de Chávez sin ningún pudor. Contra esa mentira también hay que votar.
Han convertido el Estado en un arma para amedrentar, acorralar y someter a los ciudadanos. El chavismo sin Chávez es el fin de los límites. La ausencia de líder los desborda. La creciente represión y censura ya es un síntoma, la voraz persecución mediática delata la fragilidad de un poder que, cada vez más, necesita de la fuerza directa, sin adornos. Cuando el presidente Maduro lanza al aire una amenaza, provoca responderle con un voto. Un voto también puede golpear más que una pedrada.
Frente al Estado y las instituciones que pretenden invisibilizarnos, las elecciones se presentan como una experiencia radical. El gobierno tiene el poder, tiene las armas, tiene el dinero, tiene las leyes, tiene los medios… pero, en el fondo, no tiene patria. Esa es su peor consigna. Porque la patria no se tiene, la patria somos todos. Por eso es irregular, plural, multicolor. Nosotros somos la patria. Por eso también se vota. Para pronunciar nuestros nombres. Para decir que existimos.
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