Son dos los factores que, en una siniestra combinación, oscurecen las perspectivas de este atribulado país. El primero es la incapacidad manifiesta de Nicolás Maduro para ponerse a la altura de los problemas que tiene esta sociedad en todos los órdenes de su vida.
El segundo es la incapacidad que tiene este gobierno de rectificar, de cambiar de rumbo, de actitud, de visión.
Es el dúo que esos dos elementos constituyen lo que es terrible, fatídico, lo que clausura las posibilidades de un cambio para bien en la forma en que el país es gobernado.
Si Maduro fuera un gobernante que calzara los puntos necesarios, quizás podría intentar imponerse a las fuerzas de la inercia, del dogmatismo, de la ignorancia, de la corrupción, que dentro de su gobierno empujan hacia mantener el fracasado camino que se lleva.
Y viceversa: si desde dentro del Gobierno surgiera el impulso hacia una rectificación, la presión sobre un gobernante lleno de carencias podría hacer que éste cediera en lo que fuera necesario.
Pero no. Estamos en el peor de los mundos. El de un gobernante sin liderazgo y el de un mundo gubernamental del que no surge ninguna toma de conciencia de que el país no puede continuar por donde va. Así es como sigue Venezuela deslizándose hacia abajo.
Ciertamente que tendrían que ser muy fuertes el liderazgo personal de quien quisiera llevar a cabo un cambio de rumbo, o las fuerzas internas que del oficialismo surgieran en ese sentido. Lo que tenemos es todo lo contrario. La configuración total -ideológica, política, organizativa- del oficialismo refuerza la inercia hacia continuar por donde hemos venido los últimos años. En tal sentido, el Gobierno está atrapado en su propia madeja. Para colmo, ha hecho las cosas de tal manera que sus propias bases de apoyo popular no entenderían ningún anuncio de cambio, así que si a alguien se le ocurre algo en esa dirección, lo más probable es que no lo diga.
El clima de protestas que ha vivido el país desde hace tres semanas, y la forma inaceptable en la que el Gobierno las ha enfrentado, ha agravado todo lo antes dicho. El esfuerzo por montar una llamada conferencia de paz es tan manga por hombro, que en el mismísimo momento en que el régimen arma su tinglado, la ministro de Información anuncia que el Ejecutivo radicalizará sus acciones en lo económico y lo político. ¿Es posible, así, creer una sola palabra de algo? ¿Es posible conciliar radicalización y diálogo?
Las opciones que este panorama ofrece no son muchas y tienen diferentes velocidades. Veamos algunas. Está la de que siga el declive nacional, hasta que la situación llegue a ser obviamente inaceptable para una amplia mayoría de los venezolanos, y que a ello se una el trabajo que por su parte haga la oposición para ganarse la confianza necesaria, de modo tal que esa amplia mayoría se decida a respaldar un cambio de gobierno a través del canal democrático y constitucional para ese momento disponible.
Otra opción es que se encuentre una vía constitucional para producir un cambio de gobierno y con ello una interrupción de la marcha destructiva en la que el actual nos tiene metidos, de modo que se abra el espacio para un gobierno que, sostenido por una amplísima base de apoyos que habría entonces que construir y poseído de un poderoso mensaje nacional, dé comienzo al cambio de rumbo del que Venezuela está tan necesitada.
Una tercera es que el Gobierno, sin proceder a rectificaciones de fondo, consiga la manera de dar pasos -liberación de presos y detenidos, la elección como debe ser de autoridades judiciales y electorales, algún que otro parche económico- que atiendan algunas aspiraciones mínimas de la colectividad, de los estudiantes, de la oposición, de forma que la actual conflictividad amaine. Ello podría dar a lo que finalmente vaya a ocurrir, un compás de tiempo más amplio del que parece existir ahora mismo, y en el entendido de que "lo que finalmente vaya a ocurrir" incluye entre sus posibilidades las dos opciones de salida anteriormente mencionadas.
De acuerdo a lo sostenido en estas líneas, no es mucho lo que el Gobierno puede hacer consigo mismo. En esas condiciones, el país, su gente, sus grupos dirigentes o de mayor poder, tendrán la palabra en cuanto a qué están dispuestos a soportar o sobrellevar en términos de estancamiento, o de descenso y deterioro nacionales. Tenemos, eso sí, la certeza de que el régimen no puede con los problemas. Y recordemos que siempre es posible bajar más, sobre todo cuando se está atenazado por un dúo fatídico.
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