La resistencia y el camino largo (¿Por qué organizarse y tener uno o varios planes?)
#1. La situación. Al entrar en la tercera semana de convulsión, los estudiantes han demostrado su capacidad para movilizar amplios sectores de la población y mantener viva la lucha contra viento y marea. Las movilizaciones, las protestas en bulevares y calles, las barricadas y apoteósicos cacerolazos en zonas de clase media y populares son suficiente testimonio.
Cuando un gobierno dedica esfuerzo a tratar de contrarrestar una matriz de opinión que viene de Hollywood, es porque lo que piense el mundo lo pone muy nervioso. Es un nerviosismo comprensible. Que un domingo de carnaval las calles de Caracas se llenen con gente demandando el cese a la represión, la liberación de los detenidos y una larga lista de demandas en su mayoría justificadas y razonables, es un hecho extraordinario que hace patente la propagación del espíritu de resistencia.
El carácter sostenido de las protestas alumbra con luz nueva una etapa inédita de la lucha de los venezolanos por la libertad y contra el desgobierno autocrático. Es una nueva etapa que, sin embargo, está empedrada de obstáculos. Una lucha de resistencia es por definición una lucha de desgaste. Por esa razón, la apuesta del gobierno será causar la mayor corrosión posible en el movimiento estudiantil que lleva hoy la antorcha de las protestas.
Hasta ahora el gobierno ha usado mano dura al por mayor, como se concluye de cualquier balance de las víctimas y detenidos. Pero ése no ha sido su único método para calmar las aguas. Paralelamente, ha abierto un frente diplomático para negociar con los empresarios una distensión económica. Incluso ha intentado formar una chucuta comisión de paz que, si bien carece de representatividad, pretende profundizar fracturas en las filas opositoras. Aunque estos gestos son muy limitados, no hay que desdeñarlos como meros aspavientos, pues dejan claro que el gobierno necesita algún tipo de diálogo con quienes lo resisten.
La salida de los venezolanos a las calles ha servido para exponer el talante autoritario de un gobierno que reprime con furia sistemática derechos fundamentales. También ha contribuido a que se conozcan los problemas que sufren los venezolanos.
El tiempo tampoco ha transcurrido sin daños colaterales. Por ejemplo, una fractura abierta del liderazgo opositor que el gobierno trata de capitalizar para restarle impulso y credibilidad a la movilización.
Con el paso de los días también se han hecho sentir la falta de un mensaje y una organización capaz de traducir en una acción política con resultados tangibles en una lucha de largo aliento.
#2. La unión y la organización. Por eso, de cara al futuro esta tercera semana de protestas callejeras plantea preguntas imposibles de esquivar si se quieren conseguir resultados distintos de otros ensayos masivos de la oposición venezolana, cuya falta de objetivos alcanzables, programas y estrategias para lograrlos los ha diluido sin concreciones alejándolos, de paso, del apoyo de los sectores más desfavorecidos y mayoritarios de la sociedad.
Si un objetivo principal es hacer crecer la protesta, la movilización misma debería obedecer a una estrategia para ampliar la base de apoyo lo más posible. La pregunta básica es, entonces, cómo alcanzar este objetivo. Para responderla hay que poner en blanco y negro cuáles son las metas que permitirán lograrlo. En otras palabras: si el éxito de la protesta depende de que cada vez más gente se sienta identificada con ella, es necesario delinear propuestas que planteen una mejora concreta en su calidad de vida, así como de mecanismos para hacerlas realidad. No plantear con claridad lo que se quiere, incluso sabiéndolo, puede acarrear un alto precio.
Quienes llevan la vocería, tanto desde el sector estudiantil como desde el liderazgo de la oposición, han reclamado una amnistía para los detenidos y otros presos políticos. Luego viene el desarme de los escuadrones paramilitares, así como la creación de una comisión de la verdad y la renovación de las autoridades del Consejo Nacional Electoral y el Tribunal Supremo de Justicia. Estas exigencias son un punto de partida lógico: prerrequisitos indispensables para comenzar una conversación fructífera.
Pero, en verdad, la meta esencial es la búsqueda de soluciones a los más graves problemas económicos y sociales del país. La magnitud y complejidad de esos problemas ha alcanzado tal grado que resulta casi trivial enfrentar al gobierno sin propuestas detalladas para resolverlos. Para atenderlos y resolverlos, quienes resisten hoy al gobierno deben tener un conocimiento pleno de ellos así como soluciones listas para ser puestas a prueba.
Tomemos un solo ejemplo: ¿qué se va a hacer para controlar la criminalidad y bajar el apocalíptico número de homicidios? Hasta ahora el gobierno ha puesto en marcha más de 20 estrategias nacionales de seguridad. Ninguna ha funcionado por diversas razones. La oposición debería tomar los diagnósticos y programas ya ensayados, analizar sus fallas y proponer mejoras. A partir de ahí debe exigir al gobierno la creación de una comisión independiente que se encargue de fiscalizar la puesta en práctica de una nueva estrategia y sus resultados. Si el gobierno muestra su capacidad, habrá que aplaudirlo, pero si no lo hace habrá que reprobarlo. En cualquiera de los dos casos es la ciudadanía la que plantea un objetivo y lleva su contenido a la práctica.
Este procedimiento se puede adaptar a diferentes problemas y situaciones con el mismo propósito. Lo fundamental es establecer una conexión fuerte entre los principios democráticos por los cuales se está protestando y los problemas cotidianos que padecen los venezolanos de forma cotidiana. De esta manera, el movimiento garantiza la ampliación de su base no sólo por la vía del proselitismo ideológico, sino llegando a ella mediante acciones eficientes ligadas a sus necesidades y sus imaginarios.
#3. La resistencia y el proyecto. En un ensayo visionario de 1967 –en la víspera de la rebelión mundial de los jóvenes–, Octavio Paz explicaba que para que una revuelta, por popular o masiva que sea, deje de ser tumulto y alboroto, necesita de un principio reflexivo que la encauce dentro de un propósito.
Los acontecimientos de las últimas semanas tienen su origen en una protesta motivada por razones diáfanas y válidas. Vale la pena recordarlas: la inseguridad, el costo de la vida, el desabastecimiento, la corrupción, la ineficiencia del gobierno en muchas otras áreas. Pero también la violenta negación de la pluralidad desde el poder.
Una protesta en las calles expresa el descontento. La masificación de ésta puede llegar –se ha visto– a sacar a un gobierno. Lo que no puede hacer la protesta es acabar con la corrupción, el desabastecimiento ni el crimen. Sin un horizonte político e institucional claro, el reclamo justo de reivindicaciones sociales y económicas corre el peligro de convertirse en el pretexto de atajos para intereses particulares que no siempre representan las expectativas de la abrumadora mayoría. Entender esto fundamental para dar el siguiente paso: dotar a la resistencia del contenido necesario para transformar la revuelta en un proyecto de profundización democrática. Tener esa verdad en mente es, en mi opinión, la guía más certera para cualquier esfuerzo constructivo, incluso la necesaria mediación y negociación entre el gobierno y los distintos grupos que conforman la variopinta oposición de este momento.
#4. El desgaste y el sentido de la libertad. Hasta ahora esta el gobierno ha respondido a la resistencia civil pacífica con una estrategia de dos velocidades: reprimir y abrir islas de negociación. La movida ha arrojado resultados mixtos. Los empresarios han respondido al llamado del gobierno por la emergencia de la economía nacional, una respuesta esta cruzada por poderosos intereses particulares, tanto en el gobierno como en el sector privado. Lo importante es que Maduro y la troika gobernante, aun si no tienen pleno control de la situación como muchas veces da la impresión, no descansarán hasta someter la protesta, sea sembrando el caos, induciendo el apaciguamiento a través del desgaste de la lucha o, en caso de no lograrlo, elevando al máximo a la oposición el costo de su desafío.
Los manifestantes no están tampoco exentos del riesgo de desgastarse internamente, ya sea por los pugilatos entre los líderes de la oposición o por la dificultad para llegar a convergencias que son indispensables para sobrevivir a largo plazo. Ambas cosas benefician al gobierno que espera poder reducir la protesta a la confrontación chavismo-oposición, terreno harto conocido, donde la oposición ha sido demolida en varios rounds anteriores. La propuesta política no puede reducirse a apoyar a los estudiantes. Por más loable y necesario que esto sea, ésa es una consecuencia natural de la movilización. Hay que llevarla adelante con un plan o con varios planes convergentes.
En un lúcido artículo publicado el sábado en The Financial Times (“A Tyrant’s Overthrow Is Not a Sure End to Oppression”), Mark Mazower, profesor de historia en la Universidad de Columbia, recordaba que los problemas que motivan las protestas no suelen resolverse con marchas sino con transformaciones institucionales, un camino lento y largo.
“Es el opuesto de la protesta en las calles, cuyo poder descansa en ser tan públicas, instantáneas y dramáticas como sea posible. Lo que tuvieron en común las multitudes en el centro del Cairo y en Kiev fue la extraordinaria variedad de quienes protestaban. Pero esta misma cualidad explica porque han sido incapaces de sostener un futuro político. La percepción leninista fundamental sigue siendo válida: no se puede hacer nada sin organización (…). Hace muchos años, Michael Oakeshott, el teórico conservador británico, condenó lo que el llamó el acuciante pecado del pensamiento político liberal –la creencia de que sólo tienes que sacar al tirano para que la libertad florezca. El descorazonador efecto de la primavera árabe muestra cuán vacua es esa creencia. Sacar a los tiranos a veces lleva a la libertad. En otros momentos solo conduce a nuevos tipos de tiranía”.
Por respeto a los matices propios de Venezuela, cámbiese la voz tirano por autócrata y tiranía porautocracia. Sin embargo, lo importante de este pasaje es advertir que en un momento en que los venezolanos luchan una vez más por su libertad es esencial saber para qué es necesaria esa libertad, qué hacer con ella al día siguiente de recobrarla.
En el país aun quedan espacios de libertad, si bien reducidos y maltrechos. Por ejemplo, el elemental derecho de reunión y manifestación. Hay que utilizarlos pragmáticamente. En los próximos días parece urgente que los estudiantes, la sociedad civil y los partidos y figuras políticas se pongan de acuerdo en torno a una agenda común y la presenten para debatirla de la manera más amplia posible.
#5. El factor Chávez. Al cumplirse un año de la muerte de Chávez, parece quedar claro que su fantasma es más un problema para un chavismo, que ha quedado huérfano de su líder y con un país a la deriva, que para la oposición. El desafío de los herederos de Chávez es reinventarse como proyecto civil y democrático, si es que quiere proyectarse más allá del legado de su caudillo fundador. Y por la esencia militarista y personalista que Chávez le imprimió a su proyecto, se trata una apuesta cuesta arriba.
La oposición, en cambio, es de por sí plural y reúne criaturas de la más variada laya, ligadas entre sí por la aspiración democrática y el rechazo del chavismo. Por eso el principal desafío de la oposición es de signo contrario: dejar de definirse como anti-chavismo, es decir como “oposición”, creando una identidad democrática propia, como ha sucedido en los momentos más claramente democráticos de la historia republicana. Las grandes crisis ofrecen también grandes oportunidades. Así lo entendió la Generación del 28, así podría entenderlo la generación del 2014 y quienes desde los partidos, las organizaciones no gubernamentales, la sociedad civil y la calle, los acompañan.
Es la hora de la indignación y la espontaneidad. Pero para llegar a ser un verdadero quiebre histórico, tiene que ser también la hora de la reflexión y la lucidez.
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