domingo, 20 de julio de 2014

Brasil tras la derrota

  Carlos Alberto Montaner
Carlos Alberto Montaner es periodista cubano residenciado en Madrid.
Fue una «blitzkrieg» futbolística. Los alemanes se ensañaron. Siete a uno es demasiado castigo. ¿Tendrá consecuencias políticas en las elecciones generales de octubre? Sí, indirectamente. Ninguna persona sensata puede culpar a Dilma Rousseff de la derrota, pero la acusación de haber gastado miles de millones de euros en el Mundial, pese a las necesidades inmensas del país, ahora volverán a oírse con más fuerza y una pizca de rencor. Si Brasil hubiera ganado el campeonato, o aún si hubiera perdido heroicamente, el argumento del costo se habría debilitado. Tras la humillación, muchos lo reiteran. Pagar por ser pateado en el trasero es un ejercicio de sadomasoquismo que duele excesivamente tras los fracasos.
En todo caso, la derrota es un factor más del pesimismo que se respira en el ambiente. Brasil tiene ese componente ciclotímico. Unas veces está en alza, es "o pais mais grande do mundo", y todos piensan que pronto va a ocupar el lugar que le corresponde entre las grandes potencias del planeta. Otras —y en esa estamos— se trata de Belíndia, una mezcla de Bélgica y la India, como la calificó hace 40 años el economista Edmar Lisboa Bacha, con una minoría próspera y educada intercambiable con la belga, y una inmensa mayoría semejante a la que sobrevive en la India.
¿Brasil es Belindia?
¿Es el Brasil de hoy parecido al de la fábula técnica "O rei da Belindia", publicado en 1974 para alimentar el debate sobre la inmensa desigualdad del país durante el periodo en que gobernaron los militares? Sí y no. Veamos, primero, el sí.
Como quiera que, primero Lula da Silva y luego Dilma Rousseff, han tenido el sentido común de no deshacer las reformas que puso en práctica Fernando Henrique Cardoso, el desarrollo económico, sin ser espectacular, se ha mantenido gracias al tirón de las importaciones chinas.
El nivel de desempleo es bajo: algo menos del 6%. Esto es un logro. También ha aumentado el número de brasileños que forman parte de los niveles sociales medios, hasta alcanzar al 53% de la población (hace diez años apenas era el 38%). Por otra parte, la mayoría de quienes han salido de la pobreza para ingresar en las clases medias son negros y mulatos, los olvidados de siempre.
Renta per cápita baja
¿Cómo se miden los niveles sociales medios? Naturalmente, por el promedio de ingresos (en torno a los 510 dólares mensuales), pero, sobre todo, por la percepción de movilidad social. La mayoría de los brasileños está convencida de que trabajando duro se sale adelante y se prospera. Esa sensación de "tierra de oportunidades", de país con futuro, es muy importante y explica el índice relativamente bajo de emigración que exhibe Brasil.
Hace 20 años el tamaño de la economía china era similar al brasileño. Hoy la asiática es cinco veces mayor. El per cápita anual de los brasileños es de sólo 12.100 dólares. Es cierto que se trata de una economía grande, pero sólo porque hay más de 200 millones de ciudadanos. El PIB per cápita de Brasil es aproximadamente la mitad del portugués y menor que el de, al menos, seis países latinoamericanos: Chile, Argentina, Uruguay, Panamá, México y Costa Rica.
La distribución del ingreso es muy desigual (Índice Gini 51,4) y muy irregular. Hay zonas del país, especialmente en el sur, con un nivel de riqueza comparable a Europa, mientras el nordeste sigue siendo extremadamente pobre.
La corrupción continúa invicta. De acuerdo con Transparencia Internacional, Brasil ocupa un poco honroso lugar en la lista de los países del mundo: es el 72. Entre los condenados a cárcel por corrupción hay algunos colaboradores cercanos a Lula da Silva y se ha denunciado que sus hijos no son ajenos a estas prácticas lamentables.
La debilidad de la economía brasilera es un reflejo de la fragilidad del conjunto de la sociedad de ese país. La violencia asociada al tráfico de drogas es un problema serio y creciente. La policía no puede controlar las favelas, liquidar a las mafias o poner orden en las cárceles.
Apenas hay investigación original. La educación tiene, en general, un nivel muy bajo reflejado en las pruebas de contraste llamadas Pisa. No hay universidades brasileñas entre las primeras cien del planeta. El tejido empresarial es, en general, débil, y las grandes empresas practican una suerte de mercantilismo o capitalismo de amigos. Las fortunas se hacen al amparo del poder.
Todo esto explica que la productividad de Brasil esté entre las más bajas del mundo: la mitad de la mexicana y un 18% de la estadounidense. Una birria. Entre los países grandes, sólo la India es tan improductiva como Brasil (y más o menos por las mismas razones). Como las economías de esos países están blindadas frente a la competencia, no necesitan ser productivos. Los empresarios se asocian al Estado para proteger sus intereses y, en el trayecto, corrompen a los políticos.
Es un círculo, nunca mejor dicho, vicioso, que no se muerde la cola, sino la honra: los políticos les conceden prebendas a las grandes empresas y éstas enriquecen a los políticos. La burocracia es espesa y lenta. Suele acelerarse o ralentizarse de acuerdo con el efecto de las mordidas.
Amistades peligrosas
La política exterior del gobierno del Partido de los Trabajadores no es mejor que el resto de sus manifestaciones. Es claramente pro-iraní y antioccidental. Ahmadineyad llegó de la mano de Chávez y luego siguió su sucesor. La idea de construir un bloque especial —BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica)— es para oponerlo a Occidente más que para colaborar con él. Las simpatías de doña Dilma están, claramente, con el chavismo y con su sucesor Nicolás Maduro. No puede olvidarse que Lula da Silva y Fidel Castro crearon elForo de Sao Paulo a principios de los noventa, embrión de lo que luego sería el Socialismo del Siglo XXI.
¿Qué va a pasar en las elecciones de octubre? Probablemente, la actual presidenta Dilma Rousseff gane, pero deberá acudir a segunda vuelta y cada vez son más los brasileños que desean un cambio real en la administración del país. Quieren más eficacia, menos corrupción, mejor y más rápida justicia, y una administración más transparente.
La coalición que llevó a Lula da Silva al poder, y luego a Dilma Rousseff, es muy variada y existen signos de fatiga. Aunque hoy Rousseff ganaría las elecciones, en octubre todo puede cambiar. La tendencia está en contra de esta economista de 66 años con fama de tener muy malas pulgas, un pasado juvenil comunista, y, nunca mejor dicho, ser una mujer de armas tomar.


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