Carlos Alberto Montaner
Fue una «blitzkrieg» futbolística. Los alemanes
se ensañaron. Siete a uno es demasiado castigo. ¿Tendrá consecuencias políticas
en las elecciones generales de octubre? Sí, indirectamente. Ninguna persona
sensata puede culpar a Dilma Rousseff de la derrota, pero la
acusación de haber gastado miles de millones de euros en el Mundial, pese a las
necesidades inmensas del país, ahora volverán a oírse con más fuerza y una
pizca de rencor. Si Brasil hubiera ganado el campeonato, o aún
si hubiera perdido heroicamente, el argumento del costo se habría debilitado.
Tras la humillación, muchos lo reiteran. Pagar por ser pateado en el trasero es
un ejercicio de sadomasoquismo que duele excesivamente tras los fracasos.
En todo caso, la derrota es un factor más del
pesimismo que se respira en el ambiente. Brasil tiene ese componente ciclotímico.
Unas veces está en alza, es "o pais mais grande do mundo", y todos
piensan que pronto va a ocupar el lugar que le corresponde entre las grandes
potencias del planeta. Otras —y en esa estamos— se trata de Belíndia, una
mezcla de Bélgica y la India, como la calificó hace 40 años el economista Edmar
Lisboa Bacha, con una minoría próspera y educada intercambiable con la
belga, y una inmensa mayoría semejante a la que sobrevive en la India.
¿Brasil es Belindia?
¿Es el Brasil de hoy parecido al de la fábula
técnica "O rei da Belindia", publicado en 1974 para alimentar el
debate sobre la inmensa desigualdad del país durante el
periodo en que gobernaron los militares? Sí y no. Veamos, primero, el sí.
Como quiera que, primero Lula da Silva y
luego Dilma Rousseff, han tenido el sentido común de no deshacer las reformas
que puso en práctica Fernando Henrique Cardoso, el desarrollo
económico, sin ser espectacular, se ha mantenido gracias al tirón de las
importaciones chinas.
El nivel de desempleo es bajo:
algo menos del 6%. Esto es un logro. También ha aumentado el número de
brasileños que forman parte de los niveles sociales medios, hasta alcanzar al
53% de la población (hace diez años apenas era el 38%). Por otra parte, la
mayoría de quienes han salido de la pobreza para ingresar en las clases medias
son negros y mulatos, los olvidados de siempre.
Renta per cápita baja
¿Cómo se miden los niveles sociales medios?
Naturalmente, por el promedio de ingresos (en torno a los 510 dólares
mensuales), pero, sobre todo, por la percepción de movilidad social.
La mayoría de los brasileños está convencida de que trabajando duro se sale
adelante y se prospera. Esa sensación de "tierra de oportunidades",
de país con futuro, es muy importante y explica el índice relativamente bajo de
emigración que exhibe Brasil.
Hace 20 años el tamaño de la economía china era
similar al brasileño. Hoy la asiática es cinco veces mayor. El per cápita anual
de los brasileños es de sólo 12.100 dólares. Es cierto que se trata de una
economía grande, pero sólo porque hay más de 200 millones de ciudadanos. El PIB
per cápita de Brasil es aproximadamente la mitad del portugués y menor que el
de, al menos, seis países latinoamericanos: Chile, Argentina, Uruguay, Panamá,
México y Costa Rica.
La distribución del ingreso es
muy desigual (Índice Gini 51,4) y muy irregular. Hay zonas del país,
especialmente en el sur, con un nivel de riqueza comparable a Europa, mientras
el nordeste sigue siendo extremadamente pobre.
La corrupción continúa invicta.
De acuerdo con Transparencia Internacional, Brasil ocupa un poco honroso lugar
en la lista de los países del mundo: es el 72. Entre los condenados a cárcel
por corrupción hay algunos colaboradores cercanos a Lula da Silva y se ha
denunciado que sus hijos no son ajenos a estas prácticas lamentables.
La debilidad de la economía brasilera es un
reflejo de la fragilidad del conjunto de la sociedad de ese país. La violencia
asociada al tráfico de drogas es un problema serio y creciente. La policía no
puede controlar las favelas, liquidar a las mafias o poner orden en las
cárceles.
Apenas hay investigación original. La educación tiene,
en general, un nivel muy bajo reflejado en las pruebas de contraste llamadas
Pisa. No hay universidades brasileñas entre las primeras cien del planeta. El
tejido empresarial es, en general, débil, y las grandes empresas practican una
suerte de mercantilismo o capitalismo de amigos.
Las fortunas se hacen al amparo del poder.
Todo esto explica que la productividad de
Brasil esté entre las más bajas del mundo: la mitad de la mexicana y un 18% de
la estadounidense. Una birria. Entre los países grandes, sólo la India es
tan improductiva como Brasil (y más o menos por las mismas razones). Como las
economías de esos países están blindadas frente a la competencia, no necesitan
ser productivos. Los empresarios se asocian al Estado para proteger sus
intereses y, en el trayecto, corrompen a los políticos.
Es un círculo, nunca mejor dicho, vicioso, que
no se muerde la cola, sino la honra: los políticos les conceden prebendas a las
grandes empresas y éstas enriquecen a los políticos. La burocracia es espesa y
lenta. Suele acelerarse o ralentizarse de acuerdo con el efecto de las
mordidas.
Amistades peligrosas
La política exterior del gobierno del Partido de
los Trabajadores no es mejor que el resto de sus manifestaciones. Es claramente
pro-iraní y antioccidental. Ahmadineyad llegó de la mano de Chávez y luego
siguió su sucesor. La idea de construir un bloque especial —BRICS (Brasil,
Rusia, India, China y Sudáfrica)— es para oponerlo a Occidente más que para
colaborar con él. Las simpatías de doña Dilma están, claramente, con el chavismo y
con su sucesor Nicolás Maduro. No puede olvidarse que Lula da Silva y Fidel
Castro crearon elForo de Sao Paulo a principios de los noventa,
embrión de lo que luego sería el Socialismo del Siglo XXI.
¿Qué va a pasar en las elecciones de octubre?
Probablemente, la actual presidenta Dilma Rousseff gane, pero deberá acudir a
segunda vuelta y cada vez son más los brasileños que desean un cambio real en
la administración del país. Quieren más eficacia, menos corrupción, mejor y más
rápida justicia, y una administración más transparente.
La coalición que llevó a Lula da Silva al poder,
y luego a Dilma Rousseff, es muy variada y existen signos de fatiga. Aunque hoy
Rousseff ganaría las elecciones, en octubre todo puede cambiar. La tendencia
está en contra de esta economista de 66 años con fama de tener muy malas
pulgas, un pasado juvenil comunista, y, nunca mejor dicho, ser una mujer de
armas tomar.
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