Tulio Hernandez
Ningún otro proceso de degradación urbana retrata mejor el infeliz destino de Venezuela, Caracas su capital, y el fracaso secuencial de sus élites políticas y económicas de las últimas tres o cuatro décadas, como el de la llamada Torre de David.
Realmente es la Torre Confinanzas. Una edificación, de más de 40 pisos coronada por un helipuerto, hecha bajo el señuelo de la arquitectura fastuosa de Hosuton, comenzada en 1990 por iniciativa de David Brillenbourg quien, junto a otros banqueros de la época, enriquecidos de manera desquiciada y fraudulenta dicen los entendidos, quisieron convertir esa zona del centro de Caracas en un barrio financiero a imagen y semejanza las capitales ricas.
Pero la vida es extraña. Los proyectos no siempre terminan siendo lo que querían sus autores. Nadie aterrizó un helicóptero. David el de la Torre murió en 1993. Muchos de los banqueros de entonces fueron descubiertos en sus ilícitos y enjuiciados en el 94. No hubo Walt Street con tequeños.
De este modo, en la primera década del siglo XXI, cuando el chavismo ya había tomado por asalto el país y la propiedad privada se había vuelto pecado, la Torre fue primero saqueada y luego invadida hasta quedar convertida, así se le conoce internacionalmente, en “la favela vertical más grande del mundo”.
El nombre no es gratis. Gracias al abandono de Fogade, primero vinieron largos años de saqueo. Caminos de hormigas bípedas se fueron cargando vidrios, pocetas, cables de cobre o puertas para venderlos dos cuadras adelante. Y en el año 2007, con el apoyo del gobierno rojo, comenzó una invasión de 200 familias luego convertidas en 1.207 que construyeron sus viviendas dentro de la edificación faraónica. Justicia para los desamparados era el argumento.
Lo que allí ocurría estuvo por años en el anonimato. Algunos artistas se percataron y comenzaron hacer registro fotográfico de aquel fenómeno visual tan extraño de un rascacielos financiero desvencijado convertido en barrio pobre de verdad. Con sus bares, peluquerías, guarderías y mototaxis que subían a la gente a los pisos altos por rampas de lo que alguna vez pido haber sido un estacionamiento.
Hasta que un operativo policial, buscando a un diplomático secuestrado, puso la linterna en el lugar y se descubrió que el Hombre Nuevo del chavismo no existía. Por lo menos no en la Torre. Los periodistas acuciosos encontraron que allí operaba un gran negocio, conducido como en las cárceles por un “pran” llamado “El niño”, un pastor evangélico que se desplazaba en una Hommer, vendía espacios del edificio y cobraba protección igual que el personaje aquel encarnado por Marlon Brando en Nido de ratas.
Ayer, escribo estas notas el miércoles 23 de julio, comenzó otra historia. Luego de la visita del presidente chino, el alto gobierno, con tres ministros al frente ha comenzado a desalojar el edificio. Hasta este momento, informan, han sacado a 130 familias. No es un desalojo, dicen, es una reubicación. En la calle se habla de un nuevo proyecto de Walt Street pero con lumpias. Los desalojados rezan amargamente: “Chávez nunca nos hubiese hecho esto”.
En su aparente exotismo, la Torre condensa cuatro fracasos. El de la Venezuela bipartidista jugando a la rapiña financiera bajo las enseñanzas del maestro (y ministro) Tinoco. El de la ineptitud del último suspiro del bipartidismo, el segundo gobierno de Caldera, incapaz de resolver desde Fogade el limbo jurídico en que quedó el edificio dejándolo expuesto a la voracidad del saqueo. El de los gobiernos de Chávez que, incapacitados para resolver el problema de la vivienda, y creyendo en la bondad congénita de los pobres, generaron formas de gansterismo y delincuencia peores que las del capitalismo salvaje. Y, hoy, el del semigobierno de Maduro que le ha ofrecido al Imperio chino los intestinos nacionales para que los use a su antojo.
¿Que haremos ahora los venezolanos? se preguntan algunos. “¡Pues intentar nuevos fracasos!”, responden otros, mientras contemplan impávidos el desalojo de la Torre de David. Brillembourg.
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