RICARDO COMBELLAS
EL UNIVERSAL
No es fácil contestar las preguntas de la transición. ¿Cuál transición?, ¿Hacia dónde se dirige?, ¿Cuál es su propósito, su destino? Inquietantes preguntas sin fácil respuesta. Soñar es hermoso, pero también existen las pesadillas que perturban nuestros sueños y llenan algunas veces de amargura nuestra vida. Para el régimen de la V República, lo dijo mil veces su líder eterno, y lo repiten sus sucesores, no hay marcha atrás. La transición es hacia el socialismo, el llamado socialismo del siglo XXI. Por supuesto que puede haber contramarchas, pasos de aceleración y pasos de disminución, pero el objetivo se mantiene incólume. Si regímenes plenamente totalitarios, como Lenin y la NEP o Mao y sus cien flores, pudieron frenar en un momento dado su proyecto político, para reiniciarlo luego con mayor intensidad, cómo no poder hacerlo una revolución tan peculiar y distinta como la pretendida bolivariana.
Debemos comenzar por detenernos en la naturaleza del régimen y luego hacernos las pretendidas preguntas sobre la transición. Su definición a mi entender es compleja, y no se despacha con un superficial blanco y negro. Primero, es una conjunción de elementos civiles y militares, una alianza estratégica radical, donde tiende a predominar, ante la ausencia del líder carismático, factor fundamental de su unión, su ala militar, más bien diría yo militarista. Su ideología, además, no se atiene al cartabón tradicional de las ideologías del siglo XX. Tiene ingredientes ortodoxos con inclinación al marxismo en su versión cubana, junto a elementos rescatados de la historia patria reinterpretados en clave revolucionaria: el Árbol de las Tres Raíces. A esto hay que agregar la praxis de sus tres lustros en el poder, pues así como la teoría condiciona la praxis, el método dialéctico nos dice que la praxis también condiciona la teoría. Y esto lo digo pues las graves falencias del régimen han estado en la praxis, y allí se localiza su Talón de Aquiles. Cierto que se ha logrado una relativa igualación social y las clases menesterosas han obtenido indudables beneficios en el reparto de la riqueza, olvido flagrante de la IV República en su etapa decadente, pero el costo ha sido demasiado alto: la formación de una nueva clase privilegiada en el Estado y la sociedad, una grosera y excesiva corrupción, como tal vez nunca habíamos tenido en nuestra historia republicana, y un déficit de eficiencia en la gestión pública manifestado en altos índices de despilfarro. Por último está el tema espiritual, seudoreligioso, el clamor por el líder desaparecido y las preguntas que surgen sobre la rutinización del carisma, un punto no definitivamente resuelto por la revolución chavista.
Otras preguntas que me surgen se relacionan con la idea y el concepto de democracia. Soy irreverente con los puristas si afirmo que no existe un arquetipo de democracia, una suerte de barómetro para sentenciar nuestro puntaje. Sí existe un arquetipo de la democracia, pero es el de la democracia liberal que en buena parte comparto; pero no todas las democracias son liberales y muchas nunca lo han sido ni lo pretenden serlo. Los modelos de democracia varían, como varían las tradiciones históricas y culturales de los países y la fortaleza de sus ideologías dominantes. Para los bolivarianos la democracia está subordinada a los objetivos de la revolución. No se trata de que la democracia sea un concepto adjetivo, pero sí, y esto hay que enfatizarlo, subordinado, repito, a los objetivos revolucionarios. En mi opinión este factor es el que convierte en un difícil acertijo la llamada transición democrática. Por supuesto el que esto escribe así lo quiere pero no se hace ilusiones.
Alguien dijo alguna vez que en Venezuela los ciclos históricos terminan no con votos sino con balas. La violencia, ese feo instrumento que nadie quiere para la transición, sería no la partera de la revolución como diría Engels, sino su sepulturera. Necesitamos mucha inteligencia, prudencia, unión y cordura para conjurarla.
ricardojcombellas@gmail.com
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