Anibal Romero
Por mera casualidad, buscando una lectura a la vez entretenida y provechosa, saqué de un estante el libro de Max Hastings sobre La guerra de Corea, publicado inicialmente en Londres en 1987. Ha resultado ser, en efecto, una obra sumamente interesante y aleccionadora de la que he aprendido mucho. El libro de Hastings me ha ayudado igualmente a reflexionar con mayor claridad acerca de eventos actuales, en especial –como explicaré—sobre la crisis en Ucrania.
Recordemos algunos hechos de la guerra de Corea: cuando las tropas norcoreanas atravesaron la frontera del paralelo 38 e invadieron Corea del Sur, en 1950, aplastaron a su paso la débil resistencia de los surcoreanos y de los relativamente escasos contingentes estadounidenses entonces desplegados en el área. El avance de los ejércitos de Kim IlSung parecía indetenible, hasta que MacArthur llevó a cabo el famoso desembarco en Inchon. A partir de allí fueron los norcoreanos quienes retrocedieron, con los norteamericanos, surcoreanos y otros contingentes menores, actuando bajo el paraguas de la ONU, persiguiendo a las tropas de Kim IlSung más allá del paralelo 38 y marchando peligrosamente hacia el río Yalu; es decir, hacia la frontera entre Corea del Norte y China.
En el contexto de la entonces prevaleciente atmósfera de Guerra Fría, la inminente derrota norcoreana y el avance aliado al río Yaluestaba colocando grandes concentraciones de tropas y armamentos estadounidenses cada día más cerca de una China que apenas un año antes (1949) había experimentado el triunfo comunista de Mao Tse Tung y sus seguidores. La situación fue percibida por los comunistas chinos como una severa amenaza a sus intereses vitales pero, a pesar de las señales, deliberadas o no, que enviaron por diversos medios y de distintas maneras, haciendo de un modo u otro saber que no iban a tolerar de brazos cruzados la situación y que se verían forzados a intervenir militarmente en Corea, ni Washington ni Seúl ni los aliados de Estados Unidos en Europa tomaron suficientemente en serio los avisos provenientes de Beijing.
El resultado de estas fallas de inteligencia estratégica fue la masiva participación china en Corea, que empezó a finales de 1950 y generó una de las más severas sorpresas y crudos reveses que hayan sufrido en toda su historia las armas de Estados Unidos. Solo mediante enormes esfuerzos, y luego de tres años y más de 33.000 muertes norteamericanas en batalla (así como de centenares de miles de coreanos y chinos, militares y civiles), logró Washington estabilizar el panorama militar en Corea y retornar al status quo inicial; es decir, a la partición de Corea en dos mitades a lo largo del paralelo 38.
Cabe precisar que los comunistas chinos intervinieron masivamente en Corea a pesar de que para ese momento no contaban con el arma atómica, arriesgándose a una retaliación nuclear unilateral por parte de Washington (opción que, de hecho, fue considerada pero no ejecutada por Truman y sus asesores). La percepción china de que lo que estaba en juego era para ellos un interés vital superó todo consejo de prudencia.
¿Qué tiene que ver esto con Putin y la crisis en Ucrania? Lo diré sin adornos y luego lo ampliaré: Putin ha estado enviando señales inequívocas acerca del interés vital que para Rusia representa Ucrania, señales que indican que Putin estará dispuesto a correr grandes riesgos, inclusive el riesgo de una guerra mucho más amplia en Europa, si tal interés vital no es respetado de manera que resulte aceptable al Kremlin. No obstante, ni Washington ni los europeos ni el gobierno de Kiev parecieran entender qué es lo que de hecho está en juego entre Rusia, Ucrania y Occidente, y esta falla y confusión en las percepciones y entendimiento del asunto puede desatar una crisis de proporciones que pocos ahora imaginan.
Debo aclarar un punto: No estoy acá juzgando desde una perspectiva moral los objetivos de Putin y Rusia, ni fijando posición sobre cuestiones éticas o valores políticos. Mi propósito es llevar a cabo un análisis estratégico imparcial y desapasionado. Tampoco me referiré a las causas inmediatas de la actual coyuntura, pero procuraré ubicar lo que ocurre en perspectiva histórica. Es obvio por lo demás que la crisis en Corea y la actual en Ucrania no son iguales, pero las analogías son reveladoras.
Los rusos llevan en su memoria colectiva la marca de tres invasiones: La de Napoleón en 1812, la del Kaiser Prusiano en 1914 y la de Hitler en 1941. Solo esta última les cobró 20 millones de muertes, tal vez más. Para Rusia el “colchón” territorial en Ucrania es una cuestión fundamental, en una medida que quizás no es apreciada adecuadamente por un Occidente que juega con no poca frivolidad este complicado ajedrez geopolítico.
Nada de lo que he dicho implica que de mi lado piense que es justo o legítimo que el Kremlin domine Ucrania, o ejerza sobre ese país una influencia dominante. Lo único que digo es que ni Putin ni Rusia van a admitir que el implacable avance de la OTAN y de la Unión Europea hacia las puertas de Moscú y San Petersburgo, avance que empezó a raíz del colapso de la URSS y que aún sigue en marcha, se concrete “por las buenas”.
Por otra parte, afirmo lo siguiente: si tal avance va en serio, si Washington, Londres y Kiev pretenden, de veras, frustrar decisivamente a Putin en Ucrania, la línea que están siguiendo, basada en sanciones económicas sin verdadero respaldo militar, lo que probablemente logrará será provocar a Moscú y fortalecerle en sus propósitos. Europa no tiene la fuerza militar para atemorizar al Kremlin. En medio de la crisis socioeconómica que actualmente afecta a la Unión Europea, los gastos de defensa hace años que no alcanzan el mínimo de 2% del PTB que requiere la OTAN, con excepción de Polonia y algún otro país miembro. Europa está financieramente asfixiada bajo el peso de sus impagables Estados de Bienestar y no tiene dinero para defenderse. En cuanto a Washington es difícil concebir a dos personajes menos aptos para enfrentar un desafío como el planteado por Putin que Barack Obama y John Kerry, un par de ilusos a quienes nadie teme ni respeta en cuanto a sus posturas en el escenario internacional.
En otras palabras, lo de Putin en Ucrania, así como lo de Mao Tse Tung en Corea en 1950, es en serio. Putin está y estará preparado a asumir muy graves riesgos para impedir una Ucrania subordinada a la OTAN y a la Unión Europea. Si los líderes en Washington, Londres, París y Berlín no entienden el tema con la debida claridad, si continúan refugiándose en irritantes sanciones económicas o en insulsas comparaciones de Putin con Hitler, que solo sirven para provocar sin llegar al fondo del asunto, la crisis ucraniana no hará sino empeorar.
Cabe adicionalmente preguntarse: ¿tienen claro Washington y sus aliados qué es lo que buscan con esta confrontación? ¿Derribar a Putin? ¿No es quizás concebible que pudiese sustituirle otro nacionalista ruso aún más radical? ¿Poner a Rusia de rodillas hambreando a su pueblo con las sanciones económicas? ¿No preferiría Putin en tal caso una guerra? ¿Obligar a Putin a desistir de sus ambiciones en Ucrania? ¿Es ello factible sin una patente amenaza militar frente a Rusia?
Solo hay dos opciones en las circunstancias: o bien Estados Unidos y Europa se plantan ante Putin con recursos militares suficientes para disuadirle, o bien le ofrecen una vía alternativa de negociación en términos que de manera significativa respondan favorablemente a las aspiraciones estratégicas de Moscú.
En lo personal, y luego de analizar lo ocurrido en Corea, estoy convencido de que los peligros potenciales de la crisis ucraniana son mucho más graves de lo que en general se piensa. Me agradaría estar equivocado, pero me atrevo a hacer esta observación: no es inteligente subestimar a Rusia. Eso lo aprendieron por las malas el emperador francés y el fuhrer nazi.
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