domingo, 2 de noviembre de 2014

EL SILENCIO DE LOS OLIGARCAS

Nunca dan explicaciones. No hace falta. Ellos están por encima de todo. O más bien: ellos están por encima de todos. Los oligarcas no necesitan justificarse con nadie. Para eso existen. No aclarar jamás nada es también uno de sus privilegios. Es un lujo muy conveniente, sobre todo en un país donde la huella digital es un cotidiano certificado de inocencia, donde los ciudadanos comunes estamos cada vez más obligados a justificarlo todo. Ellos lo saben. Lo disfrutan. Ser oligarca es malo, pero es muy sabroso. Tiene muchas ventajas.
Pregúntenselo a Elías Jaua Milano.
Escribo estas líneas el jueves y, todavía, el camarada ministro y vicepresidente no se ha dignado a decir nada sobre lo ocurrido hace varios días en Sao Paulo. Ni la detención de la niñera que cuida a sus hijos, ni el arma hallada en su maleta, ni el viaje de su suegra en un avión de Pdvsa… le parecen suficientemente importantes como para, de manera más o menos responsable, ofrecer algún tipo de declaración. Aunque sea breve. No. No hace falta. Jaua actúa como si no hubiera pasado nada. Jaua ni pío. Jaua piensa que el pueblo no merece ninguna explicación.
Se trata, por cierto, del mismo personaje que, con la insistencia de un insecto anopluro, se la pasa denunciando y exigiendo constantes explicaciones a Henrique Capriles, gobernador que lo derrotó en las últimas elecciones en el estado Miranda. Ese Jaua envalentonado y directo, ese Jaua público y preciso, que no pierde la oportunidad de apelar a la moral y a la transparencia pública, de pronto se evapora, no existe, se transforma en un silencio altivo y distante. No intenta pasar agachado. Es peor. Pretende que el abuso de poder sea un dogma. Decide que él es incuestionable. Que una niñera con una pistola es una estampa natural. Que el uso particular de un avión del Estado es algo normal. Que todo está bien. Que él no tiene por qué rendirle cuentas a nadie.
Tampoco estamos ante una gran novedad. Esta semana, Jaua ha reproducido una conducta que, por desgracia, desde hace mucho practica el oficialismo.  Los venezolanos podríamos hacer una larga lista de los sucesos, problemas o temas que el chavismo ha obviado, ha eludido o simplemente se ha negado a debatir. Lo que calla la oligarquía es, también, otra manera de contar la historia. Su omisión es un relato contundente de todos estos años.
De brote pronto, la memoria podría recuperar muchos casos. Lo que, desde un planteamiento supuestamente revolucionario y supuestamente de izquierda, se han negado a debatir los diputados pro gobierno es vergonzoso. Queriendo ser leales a la lógica del poder, han terminado asumiendo un silencio cómplice con la negligencia y con la corrupción. Ahora, por ejemplo, cuando se llenan la boca autopromocionando la lucha contra el contrabando y el acaparamiento, sería saludable recordar que, hace años, ellos mismos lograron que no se debatiera públicamente el caso de las más de cien toneladas de comida podrida encontradas en el país. Traicionaron al pueblo y le impusieron un silencio nauseabundo.
Lo mismo ha sucedido con otros casos emblemáticos como el del exjuez Aponte Aponte. El oficialismo imposibilitó cualquier tipo de discusión. No hubo dudas. No hubo preguntas. No hubo democracia. La mayoría usó su poder para multiplicar el silencio y tapar los delitos, para estandarizar y distribuir la mudez de los poderosos. 
Uno de los elementos fundacionales del chavismo es la oralidad. Su naturaleza mimética, en la relación directa con el líder, produjo esta suerte de movimiento masivo donde la pasión retórica parece ser un requisito. Chávez convirtió la incontinencia verbal en una virtud. Pero eso no significa que no supiera ejercer el silencio con violencia. Por eso todavía esperamos algunas respuestas: ¿qué pasó con las empresas fantasmas, por ejemplo? ¿Dónde están los más de 20.000 millones de dólares groseramente robados al país? ¿Cuántos ceros caben detrás del silencio de los oligarcas?

No hay comentarios:

Publicar un comentario