LEOPOLDO MARTINEZ
España acudió a elecciones generales el 26 de junio, tras seis meses sin lograr constituir nuevo gobierno, con base en los resultados electorales del 20 de diciembre del 2015.
Las semanas anteriores habían estado dominadas por un solo asunto: la expectativa de ascenso del movimiento populista PODEMOS, liderado por Pablo Iglesias. El sorpasso (un avance incontenible y ruidoso) era la hipótesis que se deducía del registro estadístico de todas las encuestas. En pocas palabras, todo indicaba que el PP de Mariano Rajoy no crecería en votación popular (e incluso, decrecería), mientras que el PSOE vería su base de apoyo desplazada hacia la alianza de izquierda liderada por Podemos, que se consolidaría como segunda fuerza política. La formación emergente Ciudadanos se debatía entre si perdería peso o retendría su posición. Para algunos expertos, Pedro Sánchez, del PSOE, quedaría atrapado en una dinámica donde estaría virtualmente obligado a sobrevivir haciendo gobierno en alianza con Iglesias. El otro escenario, un "reload" del entrabe político del 20D, pero ahora con un PODEMOS más vigoroso. Pero no fue así. Lo que ocurrió no estuvo ni remotamente cerca de los escenarios que tan apasionadas discusiones (y aprensiones) generaban en taxis, cafés y tascas en las calles de España.
El resultado comenzó por sorprender (en positivo) a Rajoy. El PP creció y dominó en todas las regiones, menos en la agitada Cataluña y en el corazón de Andalucía. El PSOE logró contener el sorpasso; y pese a su peor resultado histórico, quedó como segunda fuerza política de España. Se desinflaron Podemos y Ciudadanos.
Hay tanto que estudiar y aprender de lo acontecido que daría para un tomo. Por ahora, la pregunta que nos hacemos es otra. ¿Qué fenómeno de opinión pudo alterar tan consolidadas previsiones estadísticas? La primera reacción suele ser: se equivocaron las encuestas. Pero no parece ser así. Algo movió las corrientes de opinión en la última semana o ese algo consolidó una expresión popular que estaba formándose, subyacente, ante los desarrollos posteriores a los últimos sondeos.
Siguiendo estas líneas de análisis, nos sumamos a la hipótesis según la cual Brexit eclipsó al sorpasso.
El preámbulo de la elección en España fue el Brexit del Reino Unido. En cuestión de horas, los españoles, como ciudadanos de Europa, vieron el desastre económico que de inmediato supuso para el Reino Unido el referendum sobre la salida de la Unión Europea. Así como sus consecuencias políticas, entre otras Escocia hablando de independencia, porque quiere seguir en Europa. Y no es que en la contienda electoral española alguien estuviese proponiendo abiertamente excluirse de Europa; y mucho menos, que el brote independista que asoman algunos líderes escoceses tenga relación con el asunto catalán. No hay analogías posibles en ese campo. Pero sí algo vagamente familiar: Brexit fue un arranque popular contra lo establecido, a partir de la idea de que los cambios radicales son una alternativa… Y todo parece indicar que una movida de aguas, como la que probó el Reino Unido, desata demonios que mejor sería dejar dormidos, mientras se trabaja en el marco del sistema por reformas.
En otras palabras, Brexit sopló como un aire oxigenante del conservatismo o el reformismo, frente a los radicalismos populistas o, si se quiere, revolucionarios. ¡Cuidado, España, ni calvo ni con dos pelucas!, es la advertencia que resonó desde las urnas del referendo británico.
No se puede hacer una contracción absoluta del fenómeno electoral español y explicarlo a la luz de Brexit. Pero lo ocurrido en el Reino Unido, sin duda, ayudó a Rajoy y al PSOE, eclipsando al sorpasso que aspiraba Podemos.
Paralelamente, florecen otros puntos de interés. El primero es que el PP gana terreno, pero no mayoría. Y que la búsqueda de un cambio sigue ahí, pues el PSOE no capitaliza el descontento, ni corona como el gran movimiento progresista o de izquierda democrática que parecen buscar los casi dos tercios del electorado que no acompañan a Rajoy. Por ello, quienes promueven el cambio deben reconocer lo que también sostiene y detiene al PP de Rajoy para no equivocarse. De la misma manera, quienes detractan al PSOE por no sumarse a una iniciativa de gobierno con Rajoy deben entender que la reconstrucción del exitoso bipartidismo que tuvo España desde la transición pasa por preservar el espacio de las luchas progresistas, que encarna históricamente el PSOE, las cuales no están siendo atendidas por la agenda del gobierno de Rajoy. En consecuencia, no se equivoca Pedro Sánchez (al margen de otros asuntos criticables, y que le falte una pieza clave a su propuesta) cuando timonea el barco insistiendo en defender el espacio de la socialdemocracia, escuchando la voz y reclamo que resuena en el voto captado por Podemos ante el desgaste del PSOE.
Desde el 2008, y con grandes sacrificios, España es de los países en grave crisis dentro de la zona euro que mejor ha salido del trauma. La economía viene en franca, aun cuando moderada, recuperación. Pero hay problemas sociales más allá del costo social de los ajustes. Por ejemplo, el desempleo en las capas más jóvenes de la población.
Por otra parte, hay un elemento político que hace crujir todo el andamiaje del estatus político PP-PSOE: la corrupción. Algo, sin embargo, debe reconocerse, las instituciones están funcionando en su investigación y enjuiciamiento. Finalmente, está la más compleja cuestión de Cataluña. Si bien un proyecto independentista sería tan aventurado y peligroso (además de impensable o inadmisible para el resto de España, y no pocos catalanes), no es menos cierto que España está llegando a la coyuntura de una eventual revisión de su estructura constitucional para abrirse a un federalismo o alguna forma de fortalecimiento de los gobiernos regionales. ¿Entrará esto en la agenda política de los próximos años? Parece que debería, pero de momento la prioridad es encontrar algún camino para formar gobierno, porque se desinfló el sorpasso, pero no hay gobierno sin coalición.
Entre tanto, insistimos, aunque Brexit eclipsó al sorpasso, la tarea dista de estar hecha en una España que se recupera económicamente, pero que exige cambios para que el sistema sea más justo, con mayor crecimiento económico al tiempo que sustentable.
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