ESPAÑA: PODEMOS AUN NO PUEDE
IGNACIO CAMACHO
DESDE Napoleón es sabido que la derrota es huérfana pero en Podemos llevan varios días buscando, en estado de shock, padres para la suya. Mientras la dirección calla, aunque errejonistas y pablistas se atizan mutuas puñaladas de pícaro, los simpatizantes ajustan cuentas con denuedo en foros y redes sociales. Primero culparon a los españoles, pueblo de mierda que vota a corruptos conocidos en vez de a los flamantes salvapatrias. Luego comenzaron a sugerir la posibilidad de un fraude, un para ellos familiar pucherazo a la venezolana. Como esa conjetura tiene poco recorrido –entre otras cosas porque el propio partido desplegó miles de interventores y apoderados– se han lanzado contra los votantes de Izquierda Unida, hipótesis mejor encaminada dado el evidente escaso entusiasmo de los viejos comunistas por la alianza de sus jefes con el populismo. Y en medio de ese debate fragoroso, a menudo tan verbalmente violento como suele ser el lenguaje real de los extremistas, se abre paso una atribución de responsabilidades que afecta al liderazgo de Iglesias y a la estrategia de la campaña. Los más radicales de una organización ultrarradical han echado en falta más pasión rupturista, más vehemencia revolucionaria. Más caña.
A ninguna de las facciones parece pasársele siquiera por la mente la posibilidad de que su oferta no les guste a los ciudadanos. Que éste no sea, a pesar del relato catastrofista sobre los estragos de la crisis, un país tan extremado. Que el neocomunismo y sus variantes bolivarianas, por más disfraces socialdemócratas con que intenten revestirse, generan entre las clases medias un patente rechazo. Que sus amenazantes proclamas nihilistas han provocado un movimiento de autodefensa en una mayoría moderada que ha visto en peligro el sistema de libertades y el modelo de convivencia. Que cuando se grita con énfasis revanchista que el miedo va cambiar de bando puede suceder que, en lógico efecto, el miedo cambie de bando.
Es cierto que la sobrerrepresentación mediática de Podemos y los errores metodológicos de las encuestas habían provocado una general percepción desenfocada de sus posibilidades. Lidera el electorado joven y se ha asentado con teórica proyección de futuro, pero todavía carece de masa crítica para ejecutar –si no median circunstancias excepcionales que quizá empiecen a buscar en la calle– su proyecto de asalto al Estado. Un 21 por 100 del voto es una barbaridad en una nación estable, pero con eso no se puede voltear un régimen. Y sus inflamados seguidores deberían preguntarse sobre la intensa sensación de alivio social que ha producido el resultado. Reflexionar, en suma, sobre la simple posibilidad de que el «momento populista» no haya acabado de cuajar porque acaso sean ellos los que en su iluminada, dogmática y narcisista fe se hayan equivocado de expectativas. Y tal vez de país, ya que vamos al caso.
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