miércoles, 17 de agosto de 2016

Nicolás Maduro no es Daniel Ortega

Trino Marquez

El golpe que le propinó Daniel Ortega a la bancada opositora y a los electores, al sacar de forma arbitraria de la Asamblea Nacional de ese país a la minoría de 16 diputados principales y 12 suplentes, todos del Partido Liberal Independiente (PLI), cuyo líder es Eduardo Montealegre,  ha llevado a pensar a algunos sectores de la oposición venezolana que Nicolás Maduro puede repetir ese esquema en Venezuela.
Sin duda que le gustaría, pero las condiciones de uno y otro autócrata son diferentes. Maduro no puede decapitar a los diputados de la oposición tal como lo hizo Ortega porque  el presidente nicaragüense está beatificado por el éxito económico. Luego de haber sido derrotado en 1990 por Violeta Chamorro, Ortega entendió que para ser un buen déspota en el mundo actual hay que ser exitoso en el plano económico. Autoritarismo con ruina generalizada solo era posible, al menos en América Latina, cuando el mundo estaba dividido en áreas de influencia y, por temor al ascenso del comunismo, Estados Unidos y sus aliados más poderosos les permitían a algunos gobiernos que martirizaran a sus pueblos, fuesen corruptos y los mantuviesen sumidos en la miseria. Así gobernaron durante varias décadas Alfredo Stroessner, en Paraguay, y Papá Doc, en Haití.

Con la expansión de la globalización y la nueva legalidad internacional, hay que realizar elecciones, aunque sean controladas y amañadas. Esta circunstancia impone una ley de hierro: los  mandatarios están obligados a crear una atmósfera que garantice un cierto crecimiento económico y una mejora razonable de las condiciones de vida de la gente. Este principio lo comprendió Ortega. Nicaragua ha mantenido una creciente prosperidad. El Fondo Monetario Internacional (FMI) y los Estados Unidos han elogiado el comportamiento del gobierno, que ha sabido mantener los equilibrios macroeconómicos, trazar políticas orientadas a fortalecer el mercado interno y las exportaciones, garantizar la seguridad jurídica de los inversionistas foráneos y nacionales, aunque la mayoría de ellos  pertenezcan a la familia Ortega Murillo y a su entorno. Nada de expropiaciones, confiscaciones o desafueros parecidos.  La insensatez de la década de los 80 quedó proscrita.

        El relativo auge vivido por Nicaragua desde 2006, cuando Ortega asume el poder otra vez para no soltarlo más, constituye  la plataforma sobre la que se levanta su autocracia. Hoy controla la Asamblea Nacional, el Poder Judicial, la mayoría de los medios de comunicación radioeléctricos, el Consejo Supremo Electoral y mantiene bajo jaque a la oposición. Al igual que la dinastía Somoza, el orteguismo se adueñó de Nicaragua, no por la vía de las armas, como lo hicieron los sandinistas en 1979, sino horadando la democracia desde adentro y controlando todas las instituciones de la nación. Ahora se permite designar como compañera de fórmula presidencial a Rosario Murillo, su esposa, expresión de un nepotismo solo visto en países  sometidos a la férula de tiranos obscenos.

        A pesar de su estilo autoritario, y en algunos casos hamponil por la forma como favorece a sus hijos y allegados, Ortega disfruta de un cómodo respaldo popular. Pareciera que los nicaragüenses hubiesen renunciado a la democracia para colocar todas sus expectativas en la estabilidad y el crecimiento económico. La oposición está dividida, sin posibilidades de articular una política coherente frente al déspota sandinista. Las encuestas lo favorecen ampliamente como ganador de las elecciones del próximo noviembre.

        Maduro se encuentra en el polo opuesto. Es igual de autoritario que Ortega, pero su enorme ineficiencia y gigantesco fracaso económico lo hundieron en el subsuelo. Es rechazado por más de 80 % de los venezolanos, incluido un buen trozo de chavistas, quienes quieren que abandone el cargo cuanto antes. Perdería una elección aunque su contendor fuese el portero de Miraflores. Lo mismo que Ortega, controla todas las instituciones del Estado, pero carece de popularidad y reconocimiento. No puede destituir a la representación opositora en la Asamblea Nacional porque esta obtuvo una ventaja superior a dos millones de votos, representa dos tercios del Parlamento y forma parte del cohesionado armazón de la MUD. A diferencia de Ortega, frente al cual la comunidad internacional se hace la desentendida, Maduro tiene encima todos los reflectores mundiales, desde la revista Time y CNN hasta el Vaticano.

        Maduro tendrá que ir a una consulta electoral pronto, sumergido en el foso, porque es la única forma de salir de Miraflores con pocas magulladuras.

        @trinomarquezc




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