sábado, 20 de agosto de 2016

El socialismo pretoriano

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             Tomas Straka

Nueva Sociedad


Para algunos no será socialismo, sino otra cosa que usurpa el nombre, para otros la palabra pretoriano o, más aún, pretorianismo como una categoría que engloba una lógica de relaciones entre civiles y militares, generará incomodidad; pero en tanto encontramos una mejor manera de definir al fenómeno, el socialismo pretoriano (o pretorianista) nos ayuda a explicar el proceso que ha ido tomando forma en Venezuela durante los últimos años y que, desde hace un tiempo, aunque con diferencias importantes, impera en Cuba. El presente texto apunta a delinear esta tesis.
El socialismo, como concepto, como cuerpo teórico de un modelo político explicable, tiene –y lo sabemos– interpretaciones diversas. Sus ramificaciones son amplias pero todas ellas se fundamentan en una base común: la lucha por la equidad y la igualdad social, la liberación de las grandes amenazas como el hambre y la enfermedad para conseguir una auténtico disfrute de la libertad positiva, el respeto a la individualidad pero sin contraponerla del colectivo. Han habido tantos socialismos como socialistas. Sin embargo, el socialismo, ha tenido un bagaje tan amplio que mensurarlo resulta contradictorio: de Charles Fourier a Pol Pot, de Willy Brandt al Che Guevara, de la libre y próspera Escandinavia a Cuba y Venezuela. En ocasiones los debates han adquirido incluso connotaciones sectarias, donde unos condenan las «herejías» de otro. Pensemos nada más en el «pontífice» Lenin anatematizando al «renegado» Kautsky.
Dentro de los diversos modelos hubo uno que se proclamó socialista. Aquel que, hasta 1989 dominó la mitad del mundo, que desarrolló algunos avances de importancia en términos de consagración de derechos, que en nombre de los mismos y su salvaguarda organizó las formas más completas de totalitarismo de las que se tengan noticias y que tratando de organizarlo todo, «de la cuna a la tumba», creó uno de los modelos económicos más ineficientes que jamás han existido. Fue, evidentemente, el llamado socialismo real. Su caída en 1989 no mermó, sin llevó a la derrota sus aspiraciones primeras. El liberalismo descarnado aplicado en el marco global, generó nuevos procesos de crítica al capitalismo y revalorizaciones diversas de modelos ya fenecidos. De hecho, solo diez años después de la caída del Muro apareció en Caracas una versión edulcorada y corregida de aquel proyecto. El socialismo bolivariano o socialismo del siglo XXI, auspiciado por los proyectos de Jorge Giordani, el ideólogo de Hugo Chávez y del Proyecto Nacional Simón Bolívar, Primer Plan Socialista de la Nación (2007), dan cuenta de un esfuerzo por reajustar las viejas ideas de una economía centralizada en manos del Estado para evitar los desastres de Europa Oriental, permitiendo algún grado de actividad privada y el desarrollo de formas de organización comunitarias, como cooperativas. En función de ese modelo se estatizaron todas las grandes empresas venezolanas, incluyendo muchos bancos, las cementeras, navieras, la electricidad, la telefónica y un millar de organizaciones más; se expandió el gasto público en más de un 800% entre 1999 y 2008, sobre todo a través de una gran cantidad de programas sociales, la mayor parte asistencialistas, pero que por un momento ayudaron a que la pobreza se redujera casi a la mitad en el mismo período (de 49% a 26%). Y como en todos los socialismos reales, al final el modelo colapsó cuando el petróleo bajó de precio y no pudo sostener un nivel de gastos que crecía al mismo ritmo que la productividad se venía abajo.
El modelo, sin embargo, adquirió rápidamente rasgos pretorianos. Las ciencias sociales norteamericanas definieron como pretorianismo al tipo de relación entre civiles y militares, en la que los segundos tienen una influencia superior a lo estipulado en las leyes, sobre los segundos. No hay control civil sobre lo militar, sino más bien lo contrario. No se trata de un Estado Cuartel, de un militarismo al estilo prusiano, en el que toda la sociedad es militarizada. No: es una sociedad que funciona normalmente, pero tutelada por militares, bien porque ejercen corporativamente el gobierno, como en las dictaduras latinoamericanas, o bien porque tengan la última palabra sobre gobiernos aparentemente civiles (pongamos, en Corea del Norte). Para el historiador socialdemócrata Domingo Irwin (1947-2014), el gobierno de Hugo Chávez era un ejemplo claro de pretorianismo. Causó malestar en muchos colegas, pero los hechos han tendido a darle la razón.
En efecto, la influencia militar en el chavismo ha sido considerable y públicamente pregonada por el Estado. Chávez no sólo vestía uniforme con frecuencia, sino que se hacía llamar Comandante Presidente y enarbolaba la consigna de una alianza permanente entre el pueblo y el ejército. Los militares, activos o retirados, fueron siempre piezas claves en sus gabinetes y partido. Aunque a muchos sorprendió que escogiera a un civil, Nicolás Maduro, como sucesor, las declaraciones del ahora presidente tendieron a mostrar que la alianza quedaba intacta. Maduro anunció desde el inicio de su gestión la existencia de un Comando cívico-militar de la Revolución, no previsto en ninguna ley; y durante su gobierno no ha hecho sino aumentar el poder económico del ejército con un conjunto de «empresas pretorianas» puestas en sus manos: el Banco de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, la Compañía Militar de Transporte, la televisora de las Fuerza Armada y la Compañía Anónima militar de industria mineras, petrolíferas y de gas, que le permitiría a la corporación entrar directamente al negocio petrolero. Finalmente, en medio de la enorme escasez que sufre Venezuela, designó al ministro de defensa, Vladimir Padrino López, como el encargado de la importación y distribución de alimentos y medicinas. De hecho, otros ministros, en ese aspecto, quedaron bajo su mando.
Algunos ven en Padrino López una especie de Wojciech Jaruzelski, llamado in extremis a salvar una revolución que hace aguas por los cuatro costados o en todo caso de iniciar una transición ordenada. Otros afirman que se trata de una lección aprendida de la Cuba de Raúl Castro, donde la economía y en general el poder se encuentra en manos del Ejército (de hecho, la categoría de «empresa pretoriana» abordada en este trabajo procede de un estudio sobre la isla). Nos encontramos, en definitiva, ante un tipo de socialismo o de un modelo que se autoproclama como tal, en el que el ejército ejerce influencia y controles de envergadura sobre el Estado. A cambio de su lealtad recibe jugosos réditos económicos, con todo lo que ello implica para hacer negocios, incluso personales. La categoría de «socialismo pretoriano» admite, en efecto, muchas precisiones. De lo que no cabe duda es que nos permite comprender el fenómeno que vive Venezuela y que Cuba experimenta, con sus diferencias, desde hace décadas. Un fenómeno que será definitorio no solo para ambos países sino también para todo el marco regional.

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