jueves, 18 de agosto de 2016

PROTESTA Y VOTO

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   LUIS PEDRO ESPAÑA

EL NACIONAL

El gobierno se va quedando sin excusas. Los poderes fácticos que lo acompañan también. Es imposible saber qué pasará con la fragmentada coalición que nos gobierna, cuando las explicaciones que se han dado para ocultar todo lo malo que lo han hecho pierdan hasta la más mínima similitud con la realidad. Algunos dirán que inventarán otras. Es cierto, pero tampoco es tan fácil. Cada nueva fantasía explicativa deja un lastre de seguidores que abandonan el proyecto y la soledad se convierte en presencia manifiesta. ¿Cuál será el último soporte que perderá el gobierno? Difícil de saberlo. Finalmente todos juran lealtad hasta que dejan de serlo.
Normalmente molesto a mis amigos economistas comentándoles la facilidad de su trabajo prospectivo en una economía como la venezolana. Una regresión lineal parece bastar para presumir una caída de hasta 14 puntos del producto para este trágico año que llevamos a cuestas y, lo que es peor, nada indica que los próximos años tengamos noticias distintas en el futuro previsible.
Reducida nuestra capacidad de producir bienes y servicios a una incógnita, a lo que puedan ser el total de las importaciones, y supeditadas estas últimas al residuo que resulta después de haber honrado los irresponsables pagos externos, nuestras importaciones terminan siendo poco más de 1 dólar por venezolano al día. Con ese nivel de importaciones pareciera ser un milagro que cualquier hogar venezolano medio monte algo que comer el día de la Navidad que viene.
Este gobierno ha hecho de esa simplificación macroeconómica una realidad campante. Nuestra superdependencia petrolera nos ha convertido en ya no en una economía de puerto, sino en una de embarcadero. Colgados de la liana petrolera no sólo nos han empobrecido batiendo todos los récords históricos, sino que además han destruido incluso al sector del que dependemos. La producción petrolera ha caído tanto que cualquier proyección optimista del precio no nos alcanza para vivir.
El aterrador pronóstico económico y el arrastre de una crisis social que acumula los tres años, hace pensar que las contradicciones internas, el fin de las excusas y el cinismo del discursos van a propiciar algún desenlace que, pareciera no entenderse, en la medida en que se posponga más impredecible será y puede que más indeseado también.
Adelantarse antes que las cosas caigan por su peso es una responsabilidad urgente de todos aquellos que no formamos parte de las excusas o de los intereses que se aferran a este sin sentido. Presionar por los derechos de los venezolanos a participar constitucionalmente en las decisiones del Estado es el único camino responsable para impedir que los daños sean mayores. Obviamente bajo este régimen excluyente, que condenó la participación popular a la obediencia cuartelaría, el único camino de incidencia en lo que es competencia e incumbencia de todos, termina siendo la protesta y la movilización.
El gobierno ha cerrado todo camino institucionalizado para canalizar la disidencia y el desacuerdo. Ha llegado al extremo de clausurar poderes públicos por el simple pecado de oponérsele a sus políticas y preceptos. Así han puesto las cosas y no conformes con reducir la economía a la sobrevivencia, han limitado la política a la protesta cívica. Única legítima y disponible para el ciudadano común, e instrumento para impedir que también supriman lo único que nos queda de democracia: el voto.
La semana que viene valdrá la pena protestar, por el revocatorio, por el voto y por su poder para cambiar las cosas.

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