GERVER TORRES
Durante bastante tiempo ya, la oposición ha estado batallando con el tema de la unidad. La unidad es demandada, muchas veces implorada, por militantes y gente común que quiere acabar con la tragedia que agobia a Venezuela. También lo exigen con frecuencia actores internacionales que desean ayudar a la recuperación de la democracia y la libertad en el país. A ratos el tema de la unidad, el cómo hacer, cómo lograrla, se ha vuelto más importante que todos los demás; tomando la forma del sine qua non para avanzar. Y, aun así, las fuerzas de oposición permanecen fraccionadas, dividas, acosadas por múltiples factores, tal vez viviendo uno de sus peores momentos en mucho tiempo. Algo que, por cierto, no deja de ser paradójico e inesperado: que la peor situación del país y del régimen, coincida también con el peor momento de la oposición.
¿Qué hacer?
Tal vez debamos cambiar nuestra aproximación al problema. Tal vez lo que debemos exigir no es que permanezcan unidos o se unan aquellos que no quieren o no tienen manera de lograrlo, sino mas bien, que definan políticas de alianzas, claras y precisas, que permitan avanzar en la lucha contra el régimen. Con la insistente e insatisfecha demanda de unidad, nos puede estar pasando lo que ocurre en esas situaciones en las que una pareja con niños pequeños, que tienen entre si una relación infernal y dañina para ellos mismos y toda su familia, se enfrenta a los ruegos y presiones de todos los demás para que permanezcan juntos. Sabemos que no pocas veces la mejor solución en esos casos es un divorcio decente y sensato, con el cual los personajes del caso mantienen las mejores relaciones posibles entre ellos. La estabilidad y el desarrollo emocional de niños que viven en medio de relaciones familiares toxicas, puede ser muy inferior al de que aquellos que viven en un régimen de padres separados, pero que han encontrado maneras civilizadas de llevar sus relaciones; que, si bien no están juntos, establecen una suerte de alianza para lograr los mejores objetivos para todos.
En el mundo de la política y de la guerra, hay abundantes ejemplos de alianzas muy exitosas. A pesar de considerarlo un enemigo peligroso y malévolo, Winston Churchill vio a Stalin a como un aliado, cuando se trató de enfrentar a Hitler. Y esa alianza formidable de fuerzas y países que estaban en posiciones muy contrapuestas, tuvieron éxito en derrotar militarmente el fascismo alemán. En Venezuela, también tenemos nuestras experiencias exitosas. Allí está el Pacto de Punto Fijo, firmado el 31 de octubre de 1958, unos meses después del derrocamiento de la dictadura de Marcos Perez Jiménez. Este pacto, refrendado por los máximos líderes de los tres principales partidos políticos de esa época, Rómulo Betancourt (AD), Rafael Caldera (Copei) y Jóvito Villalba (URD), estableció un acuerdo para la transición democrática y un programa mínimo de gobierno que todos se comprometieron a apoyar independientemente de quien ganara las elecciones venideras. De ese pacto nació la Constitución de 1961, hasta ahora la de más larga duración en la historia política venezolana. Los partidos que firmaron ese pacto se mantuvieron como entidades independientes, compitiendo entre sí en diferentes procesos electorales.
No insistamos más en la unidad total, al menos por ahora y, en cambio, pidámosles a los dirigentes de los diferentes partidos y grupos de oposición que definan sus alianzas, aún las parciales; que está bien que mantengan su identidad y su autonomía, pero que le digan al país con quién, y cómo se van a articular, dentro de qué términos, detrás de cuáles objetivos. Si con algunos actores la única alianza que se puede establecer es la de la denuncia continua del régimen, por sus crímenes y atropellos, estará bien, pues ese es un objetivo nada despreciable y ese será el alcance de esa alianza. Si con otros la alianza se plantea para la construcción de un centro político como lo plantea Roberto Casanova (Ofensiva Democrática) o puede avanzar aún más, para incluir la definición de formas de lucha y resistencia específicas, allí habrá un elemento de convergencia más crucial aún. Si con otros, el tema se remite a las tareas del día después de la salida del régimen, será ese entonces el espacio de encuentro y coalición.
La definición de políticas de alianzas permitirá una decantación más clara de posiciones y estrategias, y logrará que, cuando haya unidad, esta sea concreta y específica, para objetivos y fines determinados, y no una demanda o sueño etéreo que no nos deja avanzar. No dejemos que el llamado, muy legitimo y comprensible, a la unidad, nos paralice. Demos el paso, al menos por ahora, de definir y poner en marcha las alianzas hoy posibles y absolutamente necesarias.
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