domingo, 30 de septiembre de 2018

REGRESAR DE LA DERROTA
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
              JEAN MANINAT
 
Los perdedores se recobran en sus santuarios, se lamen las heridas y -desechando los favores de la autoayuda- se prometen que regresarán para recobrar lo perdido. Así ha sido desde que los griegos decidieron sacarle la mugre a los troyanos por el amor no correspondido de Helena hacia uno de sus jefes de menor prestancia guerrera; o en el caso de la compleja batalla por mantener a Rosalinda guarnecida en casa con sus corotos -a pesar de la displicencia machista de los dados- en las coplas del llano venezolano. Al fin y al cabo, solo se recobra lo perdido -valga la ligereza bolerística del argumento- si se le reconoce.

La oposición democrática venezolana olvidó -o perdió en el camino- que está obligada a encontrarse consigo misma, si quiere recobrar la pertinencia que alguna vez tuvo. Las diatribas entre copartidarios de un mismo esfuerzo podrían ser comprensibles entre ganadores, pero no entre perdedores; son saludos a banderas ajadas que ya poco dicen a las mayorías que se quiere conquistar. ¿Se pueden arriar las insignias? Probablemente no, hoy día, cuando cada quien pretende tener el mango bajito a su disposición. Pero es un ejercicio necesario.

La política y la capacidad de entenderse en medio de las diferencias, son hoy imprescindibles, o de lo contrario seguiremos siendo una anomalía: el país con una oposición tanto o más desprovista de raciocinio que el desastroso gobierno que quiere cambiar. No hay manera de que uno le explique a un observador internacional interesado por nuestro acontecer, el cómo es posible que la oposición democrática se haya desvanecido, en un acto de prestidigitación digno del mismísimo Houdini, precisamente cuando el país más la necesita.

En política -como en cualquier quehacer mundano- los desencuentros no son designios de las Moiras, el Karma, o cualquier otra coartada inventada por los humanos para escurrirle el bulto a su responsabilidad en la gerencia de sus asuntos. Son nudos, complejos o simples, que esconden en sus ataduras el secreto de su liberación. Nuestro denostado Pacto de Punto Fijo; la Concertación de Partidos Democráticos en Chile; o el Proceso de Paz en Centroamérica, son ejemplos -cada uno en su repercusión histórica- de que es posible sobreponerse a las diferencias si hay un objetivo mayor.

Ante la ausencia de una dirección política, amalgamada y sólida, surgen las respuestas improvisadas -plenas de buena fe, qué duda cabe- de quienes confunden voluntad y rabia con la realidad. El “voluntarismo”, que a tantos proyectos alternativos llevó a la tumba inútil de los buenos deseos y en paz descansan. Porque mire usted que hay que estar repletos de “buena voluntad” para llamar a un paro nacional como requisito sine qua non del cambio pretendido. Más aún, cuando la desconexión con el ánimo popular es tan notoria, por decir lo menos.

Cualquier aprendiz de sindicalista, lo primero que aprende es a respetar los recursos que tiene para defender sus intereses gremiales, y una huelga general -palabras mayores- no se decreta desde el Aula Magna de una institución universitaria, por venerable que sea. (Por cierto, puestos a escoger entre melodías contestatarias, hubiésemos preferido las notas de Bella Ciao, o La Internacional, bellos himnos a la lucha de los oprimidos. Pero son gustos de antaño totalmente baladíes y cada quien es libre de escuchar lo que le venga en gana).

Los partidos políticos venezolanos tienen que salir de su largo ensimismamiento, renovarse, asumir de nuevo su liderazgo, reconocer sus desvaríos, y recomenzar el camino de liderar el cambio. El asambleísmo redentor -aparte de la catarsis- solo nos llevará a nuevas y dolorosas decepciones. Es la hora de la política unitaria -siempre lo ha sido- como cuando se cosecharon derrotas, pero también triunfos importantes. La bravura no es buena consejera.

@jeanmaninat

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