La
sentencia a muerte del país y la condena contra Maduro
Pareciera improcedente en medio de la crisis
atroz que sufre Venezuela ocuparse de la condena por corrupción contra Maduro
que tuvo lugar el 15 de agosto de 2018 en el Salón Constitución del Congreso de
la República en Bogotá.
Tampoco parece haber tenido relevancia en
los medios de comunicación informativos, ni en los portales electrónicos en
Venezuela, tal vez por el bloqueo comunicacional y la hegemonía que ejerce el
oficialismo en cuanto a circulación de noticias.
Ni les conviene ni les interesa a los
funcionarios del Estado ni a los políticos que dominan el desgobierno actual
abrir espacio a este hecho, sin duda muy importante a largo plazo en la
historia contemporánea venezolana. A escala internacional el juicio
contra Nicolás parece haber sido periférico.
Al preguntar en Caracas a distintas personas
de ocupación y estrato social diferentes acerca de la repercusión de este
asunto, para ninguno es significativo. La preocupación principal en
ellos es cómo sobrevivir en medio de las calamidades diarias sin demasiado daño
emocional.
Las restricciones materiales y la escasez se
han acrecentado de manera inversamente proporcional al dinero disponible para
satisfacer las necesidades básicas de ellos y de sus familias. Peor aún: el
desastroso o inexistente servicio público, aunque siguen llegando las facturas
y se pagan mensualmente los bienes básicos que el Estado tiene obligación de
proveer a la ciudadanía como agua, energía, telefonía, infraestructura vial, parece
irreversible.
Se vuelven normales los racionamientos
severos cotidianos o persisten las averías masivas que dejan incomunicados
sectores residenciales o de oficinas de la capital como ocurre con las líneas
telefónicas fijas de Cantv desde principios de julio de 2018 en Santa Eduvigis,
Santa María o Sebucán, pese a los múltiples reclamos. A la vez, hay que
luchar contra los conatos de extorsión o chantaje para resolver el problema,
supuestamente irresoluble por falta de repuestos pero que algunos pícaros de la
propia empresa ofrecen arreglar por debajo de cuerda o se sucumbe a ofertas
privadas de servicios paralelos a los institucionales y precios astronómicos.
Pareciera que la
gente asume de manera casi fatalista las carencias, la disminución o involución
significativas de su calidad de vida. La alienación de muchos sumidos en la
desesperanza y resignados al letargo por la necesidad extrema de conseguir
alimentos a precios regulados o de encontrar medicinas agota toda energía
disponible que no sea para resolver aunque sea precariamente su existencia
El país está cortado como en una especie de
esquizofrenia social. Unos pocos en la opulencia con frecuencia mal habida no
resienten ni escasez ni urgencias alimentarias o médicas; han privatizado sus
exigencias de energía mediante plantas eléctricas domésticas o de agua mediante
tanques internos o de salud mediante seguros pagados en dólares con cobertura
completa en clínicas que funcionan como en el primer mundo, inaccesibles
para las mayorías.
Mientras algunos gozan dispendiosamente de
productos abundantes y variados de calidad finísima y consumidos con derroche
en fiestas o suntuosas recepciones, el raso pueblo o sectores
empobrecidos de profesionales de alto nivel y clases medias han sido despojados
de su dignidad para vivir. Se alimentan de la basura, de limosnas, de ayuda
solidaria. Algunos privilegiados, de los dólares que del exterior envían sus
familiares.
¿Hasta
cuándo nos vamos a calar este horror cotidiano? ¿Hasta cuándo el refinamiento
en el modelo cubano de opresión convertido en hambre, ausencia de tratamientos
médicos adecuados, largas colas para conseguir lo básico, escasez de personal
para atender a clientes en bancos públicos, servicios que no funcionan y total
desamparo ciudadano de un Estado forajido y despiadado con todos, sean
disidentes o presos políticos, sean incautos seguidores de la demagogia
populista y militarista, sean hijos comunes de una patria que no es tal?
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