Lejos de la Venezuela de Maduro: Con el violín y la batuta en la mochila
Clarin
La creciente presencia de hombres y mujeres venezolanos en gran parte de
la ciudad de Buenos Aires genera un impacto social indisimulable. En
bares, negocios, universidades, escuelas, gimnasios la novedad se vuelve
cotidiana. Llegan por día unos cuatrocientos venezolanos, en su mayoría
jóvenes, luego de emprender con escasos dólares una larga travesía.
Durante los dos primeros meses de 2018 ingresaron al país 21.444
ciudadanos de ese país, a un promedio de de 363 por día. Según la
Dirección Nacional de Migraciones, de 2016 a 2017 las radicaciones
aumentaron un 142 por ciento, de 12.859 a 31.167. La mayoría posee
formación profesional.
También es posible cruzarlos en subtes y trenes interpretando obras de
Bach, Mozart o Piazzolla. Aclaración: no son meros músicos que llegaron
motivados por un espíritu aventurero para ganarse la vida tocando en la
calle. Forman parte del mayor proyecto musical masivo de la historia: a
lo largo de cuatro décadas, en Venezuela, mediante cientos de orquestas
infantiles y juveniles a través de todo el país, se formaron más de un
millón de músicos, en su mayoría de sectores de bajos recursos. Hoy,
muchos de ellos integran la Latin Vox Machine, notable orquesta que
componen 80 músicos clásicos venezolanos anclados en Buenos Aires y
dirigidos por el director surcoreano Jooyong Ahn.
Uno de estos músicos desterrados es Adrián González (19) violinista
desde los once años. En el relato de su agitado viaje hasta Buenos Aires
cuenta su buena suerte porque lo revisaron apenas “en doce de las
dieciocho cabinas de control del último tramo hacia la frontera”. Viajó
dos días en la camioneta de uno de los tantos traficantes de nafta que
la venden en Pacaraima (Brasil), unas cincuenta veces más cara de lo que
se paga en Venezuela. “Cada tanto explota alguna”, comenta. En los
siete días de viaje por tierra que le esperaban para arribar Buenos
Aires se alimentó con pan y queso untable, dos veces al día. Llegó a
Buenos Aires con cien dólares. “Mi padre estuvo siete años desempleado y
cuando empecé a generar mi dinero como músico también ayudaba con los
gastos de la casa, los artículos de limpieza, la comida. Hace poco más
de un año me di cuenta que debía irme de Venezuela, mis padres siempre
me han apoyado para que lo hiciera. Nos depedimos antes de embarcar con
un abrazo y ninguno lloró en ese momento. Después del embarque, a través
de vidrio vi que todos estábamos llorando”.
Otro caso fue el de Verónica Rodríguez Prieto (22) quien partió
cargando una valija grande y el estuche de su violoncello a pesar de ser
algo pequeña de cuerpo. En el último control una guardia la obligó a
desvestirse. Escondidos en su corpiño, la agente le encontró la mitad de
sus dólares. La otra mitad la había dejado al remisero para evitar que
la roben si la revisaban. “Mi padre insistió para que llevara unos
documentos que probaran que era hija de un militar retirado. Se los
mostré a la guardia para que me devolviera mis dólares y me dejara ir”.
Afortunadamente, el remisero la estaba esperando. “Al cruzar la frontera
me sentí en el paraíso. Había decidido emigrar convencida por una amiga
que vivía en París pero la posibilidad de conseguir un pasaje como
estudiante se terminó de un día para otro. Eso me deprimió mucho. Dos
semanas después vendí lo que tenía y decidí venir a la Argentina porque
la situación en mi país se ha vuelto invivible”. Si bien las cosas
fueron duras, hoy se alegra por saber que a fin de año vendrán su madre y
su hermana a vivir con ella.
Al violinista y director Moisés Pirela (28) le quitaron el poco
dinero que tenía, además de su violín. Aún así pudo sentirse agraciado:
el viaje sería breve gracias al pasaje que le habían pagado unos colegas
en la Argentina, algo casi imposible, dado el precio inalcanzable para
un venezolano y porque quedan pocas aerolíneas operando en su país. Sin
dinero y en Cúcuta (Colombia), pudo conseguir quien lo llevara al
aeropuerto antes de perder el avión. Partir al exilio, como para la
mayoría, fue también su primer viaje al exterior. En el aeropuerto
mientras realizaba una escala se confundió de pasillo y perdió la
conexión a Buenos Aires. Para reembarcar debía pagar una multa. El
ingenio fue clave:consiguió una camiseta de fútbol prestada de un
jugador de un equipo juvenil uruguayo que tomaban el mismo vuelo.
“Llegué sin dinero y sin mi instrumento. Es decir, literalmente con lo
puesto. Debía comenzar de cero”. Actualmente, planea ir a vivir a Italia
para continuar sus estudios.
Formación de excelencia A
los protagonistas de esta historia los une un rasgo común:hablan como
adultos, aun siendo demasiado jóvenes. Son adolescentes que en la
necesidad forzada de dejar atrás familia, orquesta, maestro y amigos han
hecho un curso acelerado de supervivencia en un país del que poco o
nada conocían. También los hermana el haber recibido una formación
particular en “El sistema”, es decir el Sistema Nacional de Orquestas y
Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela.Es una iniciativa creada en
1974 por el ex ministro de cultura, músico y maestro José Antonio Abréu,
hoy malherida por la catástrofe política, económica y social
venezolana.
Uno de sus logros fue haber desarticulado la superstición de que la
música clásica es una preferencia de clases altas, personas cultas o que
puede resultar aburrida. El entusiasmo general de muchos niños y
jóvenes por saber tocar un instrumento y formar parte de una orquesta es
solo comparable en la Argentina con el entusiasmo de cualquier niño por
ser jugador de su equipo favorito de fútbol.
Gustavo Dudamel,
representante global del Sistema y directores como Zubin Metha, Claudio
Abbado, Dick Van Gasteren, Giuseppe Sinopoli y Daniel Baremboim, entre
otros, dirigieron a muchos de estos jóvenes.
“El proyecto del Maestro Abréu nunca fue un intento para hacer de
Venezuela una fábrica de músicos de excelencia sino que su propósito fue
la formación de una ciudadanía de excelencia a través de la práctica
colectiva e individual de la música”, cuenta Omar Zambrano (36) quien
dejó su carrera de pianista para dedicarse a su carrera como realizador
audiovisual. Hace tres años que vive aquí. “Trabajé documentando el
trabajo del Sistema por años. Vi con mis ojos cómo esos niños rescatados
de los sectores más vulnerables eran una verdadera revolución cultural y
me sentí afortunado de que ocurriera en mi país”. Para él fue difícil
el primer año en Argentina hasta que escuchó un corno francés en el
subte: “Ese día cambió mi vida. Encontré a Eduard Cortez (19),
perteneciente al Sistema, que se ganaba la vida con la caridad de los
pasajeros. Me estremeció ver cómo aquel proyecto tan importante en
nuestras vidas terminara bajo la indiferencia de transeúntes que pasaban
frente a un gran talento. Entonces pensé que había que hacer algo”.
Así,
junto a Boris Jerbic, un amigo argentino, fundaron hace un año la Latin
Vox Machine, de la cual son productores, y cuyo director titular es el
maestro surcoreano Jooyong Ahn. “Jooyong llegó a nosotros por nuestro
amigo y tutor musical Eduardo Ihidoype. Desde el primer día se enamoró
del proyecto y es un pilar fundamental para nosotros”.En la práctica, el
proyecto de integración artística está dirigido a la contención de
músicos inmigrantes venezolanos que buscan trabajar profesionalmente en
la Argentina. “Un proyecto musical y académico de esta envergadura no
suele ser económico. Estamos realizando gigantescos esfuerzos para
captar la atención y alcanzar la sustentabilidad deseada. Queremos sacar
a estos músicos de las calles, ofreciéndoles una vida digna acorde al
gran talento que han traído desde Venezuela”.
Cada
vez que ensayan o tocan suelen sentirse por un rato en Venezuela, en el
“núcleo” al que asistían. Pero en Venezuela, el Sistema lentamente se
desintegra por el exilio permanente de maestros y músicos. “Muchos de
nosotros estamos desperdigados por el mundo como si fuera una pausa.
Algún día debería volver a mis inicios en Venezuela para brindar
oportunidades a otras personas para que se formen en la música, como las
tuve yo”, comenta Adrián.
Los músicos de la Latin Vox Machine
-que tocan cuando pueden y no siempre con instrumentos de calidad-
“podrían actuar en cualquier orquesta profesional del mundo porque El
sistema puso a Venezuela en la cima de la música clásica a escala
mundial” dice el director y violista Jesús Parra (23) quien llegó hace
tres meses. El músico fue becado en Gotemburgo, viajó como violista en
una gira por Asia y dirigió la Orquesta Nacional Infantil de Venezuela
en la Scala de Milán. Esa misma orquesta fue la que dirigió en el
Festival de Salzburgo junto a Sir Simon Rattle, director de la
Filarmónica de Berlín. Fue un acontecimiento que marcó un hito para el
propio festival: por primera vez en su historia subía al escenario una
orquesta infantil. Y el Sistema expuso los resultados de excelencia
pedagógica en el mayor encuentro mundial de la música académica. Según
Rattle , no se trató de una simple orquesta de niños, sino que se
escuchó como una orquesta profesional: “Muchas orquestas desearían tocar
así; numerosos músicos europeos viajan desde hace años a Venezuela y
quieren traer a las orquestas del Sistema”. En el mismo concierto el
tenor Plácido Domingo quedó sorprendido y aseguró que en Venezuela se
había dado un milagro.
En Buenos Aires, los músicos suelen recibir
un pago magro por sus trabajos por fuera de lo musical y complementan
sus ingresos interpretando obras en andenes y vagones. Alquilan
habitaciones entre varios y se muestran agradecidos de estar en un lugar
en el que “hay trabajo, comida todos los días y hasta papel higiénico” y
desde el que pueden enviar dinero a Venezuela para sus padres. “Tres
días de tocar unas pocas horas en el subte representa más dinero que el
salario de mi madre allá. Quien hoy tiene comida es porque alguien manda
dinero desde el exterior” afirma Verónica.
También Jesús, Adrián,
Eduard, Moisés ú otros de los tantos músicos de la Latin Vox Machine
son retazos de un Sistema que nos revela que es posible construir una
pertenencia ciudadana mediante el ejercicio de la música, los resultados
de una política pensada a futuro y sostenida por décadas y la actual
escala de la catástrofe humanitaria venezolana. Y además, nos invita a
ser igualmente agradecidos con quienes amplían nuestras fronteras
culturales.
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