Cómo producir una transición democrática en Venezuela (y II)
Benigno Alarcón
Politika Ucab
Dijimos en nuestra anterior columna que una transición política en Venezuela no es ya un tema de preferencias sino una condición sine qua non
de la que depende la viabilidad del Estado y la vida misma de millones
de venezolanos que, ante la desesperación, se exilian sin certeza de su
destino, huyendo del hambre y la enfermedad, para buscar al menos un
mañana menos incierto, haciendo cualquier cosa en cualquier otro lugar.
Atendiendo a la trascendencia de esta
urgencia, desarrollamos una propuesta sobre cómo producir una transición
democrática en Venezuela, la cual incluye cinco tareas básicas: presión
interna, presión internacional, reducción de los costos de tolerancia,
tener un plan para un gobierno que atienda la gobernabilidad durante la
transición y prepararse para una elección presidencial.
Como también dijimos, la ruta descrita
demanda un factor esencial, hasta ahora inexistente: un liderazgo
responsable de la dirección del proceso. Tal como sucede con una
orquesta, ésta no puede funcionar sin un director y una partitura (plan
bien definido) y tampoco con varios directores que dan instrucciones
simultáneamente siguiendo partituras distintas. Se necesita un director y
una partitura. Sin tal liderazgo resulta imposible lograr avances
significativos en ninguna de las tareas necesarias.
Sin liderazgo es imposible movilizar a la
sociedad de manera masiva y coordinada para presionar internamente. Sin
liderazgo no es posible coordinar esfuerzos con la comunidad
internacional de manera eficiente. Sin un liderazgo que ejerza la
dirección y vocería del cambio es imposible construir una visión
coherente del país posible; ni los actores gubernamentales, o quienes
les sostienen en el poder, encontrarán una contraparte con quien
negociar. Sin un liderazgo unitario, alrededor de quien se generen
expectativas creíbles de cambio, es imposible conformar equipos de
trabajo que puedan prepararse, adecuada y oportunamente, para gobernar
en medio de las dificultades e inestabilidades propias de una transición
política. Sin un liderazgo unitario es imposible estar preparados para
ganar una elección y blindar a un nuevo gobierno con la legitimidad
necesaria para consolidar una democracia, bien sea que esta elección se
produzca como resultado de la presión interna e internacional, de una
negociación, o como consecuencia de una renuncia o ruptura del bloque de
gobierno. Toca hoy desarrollar algunas ideas sobre cómo colocar un
liderazgo legítimo al frente del proceso.
Tal liderazgo, para llevar al país hacia
una transición y luego consolidarla, debe gozar de un importante nivel
de consenso por lo que, difícilmente, éste puede derivarse de un acuerdo
entre élites partidistas que nunca sería representativo de un país que,
aunque hoy demanda por unanimidad un cambio democrático, dejó de
confiar en los partidos, como demuestran la totalidad de los sondeos de
opinión pública.
Si los partidos no pueden decidir tal
liderazgo, en representación de los ciudadanos que hoy no se sienten
representados por éstos, además de las dificultades más que demostradas
para alcanzarlo –porque tal decisión no le otorgaría la tan necesaria
legitimidad–, entonces toca a los ciudadanos decidir, de manera directa,
en quien confían para liderar lo que sería el proceso político de mayor
trascendencia nacional desde su independencia hace casi doscientos
años.
Tal decisión sobre el liderazgo puede
darse tan solo por dos caminos. Un primer camino es el propio de la
evolución natural de un liderazgo, mediante un proceso de darwinismo
político en el que la mayor parte de los líderes actuales se
extinguirán, mientras otros, más aptos para lidiar con las actuales
circunstancias, emergerán y se posicionarán políticamente hasta que
tengan la fuerza y encuentren el camino para desplazar a quienes hoy
ocupan el poder. Este proceso, como seguramente usted ya intuye, puede
tomar años y hasta décadas, sin que muchos de nosotros alcancemos a ver
su concreción, con costos humanos y de reconstrucción que serían
inaceptables.
Una segunda alternativa es la de crear
las condiciones necesarias para acelerar este proceso, es decir, para
que los ciudadanos puedan elegir de manera directa un líder e iniciar,
de manera inmediata, coherente y orquestada, el camino que nos llevaría
hacia un proceso de cambio político. Eso podría concretarse en los
próximos meses si existe la voluntad y determinación de amplios sectores
de la sociedad venezolana.
La propuesta que hemos venido manejando, y
que hoy hacemos pública a través de esta Carta, ha sido presentada
recientemente ante partidos políticos y plataformas de la sociedad
civil, como Creemos Alianza Ciudadana y el Frente Amplio Venezuela
Libre, así como a otros actores representativos. Aunque no ha conseguido
consenso entre los partidos de oposición –lo que no debe extrañar
porque es la suerte que corren la mayoría de las propuestas por el
“dilema de prisionero” del hemos hablado en otros artículos– sí ha
merecido una mayor consideración de parte de actores y líderes sociales.
Esta propuesta consiste en la
organización de una elección abierta para definir tal liderazgo. Esta
elección debe ser organizada por los cinco actores que gozan de mayor
credibilidad y confianza en el país: la iglesia, las universidades, los
estudiantes, los líderes de la sociedad civil organizada y las fuerzas
productivas del país (empresarios y trabajadores), sin la participación
del Consejo Nacional Electoral. En esta elección deben poder participar
todos los venezolanos mayores de 18 años, inscritos o no en el Registro
Electoral, residentes o no actualmente en Venezuela, ya que su
participación es la mejor prueba de su disposición para esta lucha. Si
se logra que haya una elección presidencial también se podrá lograr que
estas personas sean debidamente registradas para votar en una próxima
elección.
En este mismo sentido, en esa elección
deben tener el derecho a ser elegidos, en condiciones de igualdad, todos
los que tengan la voluntad, preparación y disposición para liderar al
país en un proceso de transición política, que será extraordinariamente
complejo, sean éstos miembros de partidos políticos o no, estén o no
habilitados políticamente, siempre que reúnan las condiciones
establecidas por la Constitución para participar en una elección
presidencial. Así, si se logra la presión necesaria para que se celebre
una nueva elección presidencial, también se logrará que ésta se
desarrolle bajo reglas distintas que permitan la participación del líder
que el país escoja y no el que el régimen pretenda escoger por
nosotros.
Obviamente, en una elección de
participación abierta se corren dos riesgos principales: uno es la
dispersión de votos entre candidatos (conocidos o emergentes), lo que
pudiese traer como consecuencia que quien gane por una mayoría relativa
no cuente con el reconocimiento de parte importante del resto de
electores. El otro es que tal elección, como algunos temen, termine
generando una importante pugnacidad que haga más difícil la posterior
cohesión de todo el movimiento democrático en torno a un liderazgo.
Ambos obstáculos pueden superarse con una
solución sencilla que ha sido probada en procesos electorales en otros
países: una elección con selección múltiple; para ello existen varias
metodologías con distintos niveles de complejidad. Creo que en nuestro
caso lo más sencillo puede ser lo más eficiente.
Cada elector tendría la oportunidad de
votar por tres candidatos de su preferencia. Esta metodología tendría
dos ventajas. La primera es que todo candidato, al necesitar de los
votos de los electores de sus contendores, se vería obligado a reducir
su pugnacidad hacia los otros candidatos. Si alguien necesita los votos
de otro, nadie que dedique su campaña a descalificarlo tendrá los votos
necesarios para ser una de las tres opciones mayoritarias. La segunda
ventaja es que el ganador será el que tenga el mayor consenso y el menor
rechazo entre todos los competidores y se convertiría en una de las
opciones para la gran mayoría de los electores.
Para quienes piensan que nadie
participaría en un proceso electoral de esta naturaleza en medio de las
actuales circunstancias, la respuesta es que la disposición a participar
ya ha sido medida por dos estudios que, aunque no son nuestros, son
coincidentes y la estiman en alrededor de dos tercios de los electores
de oposición. Ello implicaría una participación superior a la de la
consulta del 16 de julio de 2017, incluso superior a la de los supuestos
resultados oficiales de la elección del pasado 20 de mayo.
¿Y después qué?
Las condiciones bajo las cuales se
celebró la última elección presidencial hacen imposible para la
comunidad internacional democrática el reconocimiento de la presidencia
de Maduro a partir de la enero de 2019. Tal situación constituye una
ventana de oportunidad que solo es posible aprovechar, sí y solo sí, el
país y la comunidad internacional se unifican y se movilizan en torno a
un solo objetivo que haría posible todas las demás aspiraciones:
elecciones democráticas para elegir al gobierno de transición que deberá
iniciar la gran reconstrucción nacional, a partir de enero de 2019.
Toca a todos los ciudadanos y sectores
democráticos del país la tarea de iniciar un movimiento que, articulado
como una gran orquesta bajo un mismo liderazgo y con una ruta claramente
definida, nos permita llevar a ese líder, legítimamente electo y reconocido,
a encabezar un gobierno de reconstrucción nacional que debe ser también
electo en un proceso democrático, todo lo opuesto a lo que vimos el 20
de mayo pasado. Un proceso que no ocurrirá porque el gobierno lo vaya a
permitir por una concesión graciosa –que nunca ha sido ni será su
intención– sino como consecuencia de la presión interna e internacional,
tal como ha ocurrido en la mayoría de los procesos de transición en el
mundo.
A partir de allí, aquellos actores
moderados y racionales vinculados al gobierno –o las instituciones que
lo sostienen– sabrán con quién hablar. A partir de allí, quienes quieran
estar al servicio de la nación, y no de las élites que desesperadamente
se aferran al poder, sabrán a quién escuchar y a quién dirigirse si
quieren contribuir a un cambio que será inevitable. A partir de allí,
quienes hoy ocupan puestos de liderazgo o autoridad en alguna
institución tendrán que decidir entre servir a la nación o servir a las
élites del actual régimen que gobiernan en contra de la voluntad de la
nación.
Shimon Peres, cuando se le preguntó si
veía la luz al final del túnel en el conflicto entre su país, Israel, y
Palestina, dijo: “veo la luz, pero lo que aún no veo es el túnel que nos
llevará a ella”. Si alguien tiene una propuesta más realista que no
implique sentarse a esperar a que otros decidan o hagan algo que
nosotros no hemos sido capaces de hacer, seré el primero en reconocer,
con la mayor humildad, la pertinencia de otra alternativa y poner mi
mayor esfuerzo en la construcción de un camino que sea factible hacia
una Venezuela libre, próspera y democrática. Mientras tanto, seguiré
insistiendo en la ruta propuesta con la esperanza de que caiga en tierra
fértil y eche raíces entre aquellos liderazgos políticos y sociales,
así como entre los ciudadanos que amamos esta tierra y actuamos de buena
fe.
@benalarcon
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