El Apartheid no es estrictamente sudafricano
Wolfgang Gil Lugo
"La vieja práctica de los tiranos es usar una parte del pueblo para tener sometida a la otra parte”.
THOMAS JEFFERSON
Érase una vez un país imaginario donde se había instalado un sistema
de apartheid, pero no basado en el color de la piel. La segregación se
aplicaba a quienes no aceptaban el carnet de sumisión. Si el ciudadano
no aceptaba dicho documento, quedaba atrapado en una radical forma de
ostracismo. Era como estar confinado en una dimensión espectral, donde
nadie podía verlo ni oírlo.
Los ciudadanos no eran atendidos en los ministerio, ni escuchados sus
reclamos en una alcaldía, ni atendidos en los hospitales. Tampoco
recibían su ración de alimentos de los almacenes oficiales. El escarnio
les negaba la ración de gasolina para su movilidad. Por más que los
tuvieran al frente, los funcionarios simplemente no veían a las
personas.
Había una taquilla donde podían ser oídos, pero solo servía para
solicitar el mencionado carnet. Para obtenerlo, bastaba con presentar el
certificado de sumisión y dos fotos tamaño pasaporte. Con el documento
ya en la cartera, se ganaba el derecho de formar una larga cola a ver si
podía recibirse la dádiva oficial.
El apartheid original
El término apartheid es una palabra propia del idioma afrikáans, un
derivado del holandés hablado por los descendientes de los primeros
colonos europeos en Sudáfrica. Significa “separación”, “vivir
apartados”. Dicho término designa a las políticas discriminatorias
establecidas en ese país desde 1948. El Partido Nacional fue la fuerza
política que las hizo posible desde esa fecha hasta comienzos de los
años 90, cuando fue derogado por el gobierno de Nelson Mandela.
El apartheid estaba constituido por una serie de medidas que
prohibían los matrimonios mixtos y hasta las relaciones sexuales
interraciales. También imponía la separación de los grupos raciales en
medios de transporte, centros sanitarios, lugares de ocio y escuelas. El
apartheid sometía a la población no blanca, mayoritariamente negra,
pero también india y mestiza, a una humillante devaluación civil. Los
convertía en ciudadanos de segunda en su propio país. La minoría
dominante había llegado a creer que estaban predestinados a ser los
amos:
La Iglesia aprobaba esta política y
aportó el apuntalamiento religioso del apartheid sugiriendo que los
afrikáners eran el pueblo escogido de Dios, mientras que los negros eran
una especie subordinada a ellos. En la visión del mundo que defendía el
afrikáner, apartheid y religión marchaban codo con codo. Nelson Mandela
Para mantener su posición privilegiada, el Partido Nacional utilizó
de forma amplia la humillación, y reforzó su posición con la censura de
los de los medios de comunicación, la represión generalizada, la tortura
y hasta el asesinato político.
En la historia de la Humanidad
permanecerá para siempre una mancha imborrable que recordará que el
crimen del apartheid realmente tuvo lugar. Nelson Mandela
El apartheid fue un oprobio, y se ha convertido en el prototipo de la
discriminación racista, pero también de cualquier forma de
discriminación.
El síndrome del apartheid
Adam Kahane, un famoso asesor internacional en resolución de
conflictos y experto facilitador de negociaciones complejas, ha
descubierto un fenómeno psicológico que ha bautizado como el “síndrome
de apartheid”. Se trata de un error del pensamiento propio de la
mentalidad tiránica. Dicho síndrome se caracteriza por tratar un
problema complejo como si fuese simple, desconociendo todas las
ramificaciones, aristas y giros del sistema. Esto solo puede funcionar
si los poderosos excluyen a buena parte de los que están involucrados en
la organización social.
Mi análisis también me permitió
reconocer el extendido ‘‘síndrome del apartheid”, es decir, tratar de
resolver un problema altamente complejo mediante el uso de un proceso
fragmentado, retrógrado y autoritario que sólo sirve para resolver
problemas sencillos. En ese síndrome, la gente que está arriba en un
sistema complejo trata de gestionar su desarrollo mediante la estrategia
de dividir y vencer: a través de la compartimentación -en Afrikáans la
palabra apartheid significa ‘‘separación”- el comando y el control.
Puesto que la gente que está abajo se resiste a las órdenes, el sistema o
se atasca o sólo puede desatascarse por la fuerza. Este síndrome del
apartheid se presenta en toda clase de sistemas sociales y en todas
partes del mundo: en familias, organizaciones, comunidades y países”. (Como resolver problemas complejos, p. 38).
Cuando la voluntad de dominación implanta la mentalidad
discriminadora, el modelo funciona por un tiempo en la sociedad. Hasta
puede ser un largo periodo. En algún momento, los oprimidos se cansan y
la sociedad se estanca. Viene una era de luchas y sufrimiento. La única
manera de salir de la parálisis es superando la forma opresora de
pensamiento, saliendo de la senda degenerada hacia una nueva senda, más
abierta y luminosa. Es la del diálogo y el reconocimiento de la
humanidad del otro.
La tiranía de la ‘‘normalidad’’
El 11 de noviembre de 1960, se estrenó ‘‘El ojo del observador’’ (Eye
of the Beholder), el sexto capítulo de la segunda temporada de la
mítica serie de ciencia ficción Dimensión desconocida. Fue
escrito por el propio creador de la serie, Rod Serling, y estuvo
musicalizado por Bernard Herrmann, el compositor cinematográfico
preferido de Alfred Hitchcock, a quien se deben los memorables chirridos
de violín que acompañan las puñaladas de la famosa escena del asesinato
en la ducha de Psicosis.
El argumento nos cuenta la historia de Janet Tyler. Nació con el
rostro desfigurado, por lo que lleva toda su vida probando tratamientos
experimentales para hacer que su cara sea normal; vale decir, como la
del resto de las personas. Este es el último intento de cirugía después
de una serie de fracasos. Si no funciona, deberá retirarse a una reserva
especial para personas excluidas por su fealdad.
Durante gran parte del episodio, vemos a esta mujer solo con el
rostro cubierto por vendajes. Por otra parte, tampoco podemos ver la
cara del personal médico que la atiende, de quienes solo vemos sus
siluetas entre penumbras.
Incapaz de soportar los vendajes por más tiempo, Janet le ruega al
médico que le descubra el rostro. El doctor desarrolla una gran
compasión por Janet. La enfermera expresa su preocupación por los
sentimientos del médico, además confiesa su aversión por la desagradable
apariencia de Janet. El médico se disgusta por ese comentario. Pregunta
por qué alguien debe ser juzgado por su apariencia exterior. La
enfermera le advierte que no sostenga tales opiniones, ya que se
consideran traición.
El doctor quita los vendajes de la paciente. El procedimiento ha
fallado y su rostro no ha sufrido mejoras. La cámara se retira para
revelar que Janet es realmente bella. Inmediatamente descubrimos que el
médico, las enfermeras y otras personas del hospital tienen caras de
rasgos profundamente deformados.
Angustiada por el fracaso de la terapia, Janet corre desesperada por
los pasillos del hospital. Así descubrimos que toda la historia ocurre
en una sociedad distópica, un Estado totalitario. Las paredes muestran
un omnipresente sistema de gigantescas pantallas de televisión que
proyectan la imagen de un agresivo dictador de rasgos deformados, el
cual exige la completa sumisión al Estado, así como un incondicional
conformismo con sus valores opresivos.
Al final, Janet, resignada, acepta las leyes del apartheid. Debe ser
segregada al pueblo de la gente ‘‘diferente’’ como ella, donde no puedan
molestar a los demás con su supuesta fealdad. La viene a buscar un
representante del pueblo discriminado. Es un hombre apuesto y
comprensivo. Conforta a Janet con palabras consoladoras. Le asegura que
encontrará amor y sentido de pertenencia en el gueto, pues “la belleza
está en el ojo del espectador”.
Exclusión de la palabra
A través de la analogía, hemos extendido el significado original
sudafricano de apartheid a otras situaciones. Además de los casos
mencionados, los ejemplos son incontables. Puede ser el sistema de
castas de la India, las diferentes formas de discriminación sexual o el
desprecio por otras clases sociales.
La diversidad de ejemplos demuestra cómo el concepto es tan flexible
que trasciende sus aspectos históricos y territoriales peculiares. Si
bien hemos visto que el apartheid se reconoce como un término que, en su
uso coloquial, no se reduce a Sudáfrica: existen elementos comunes en
todos los usos del término.
El primer rasgo distintivo consiste en la presencia de la dominación
en las relaciones humanas. El segundo rasgo es la distinción tajante
entre quien posee el poder y quien lo sufre. Todo esto conduce a la
segregación más odiosa, la que se funda en la negación de la expresión
lingüística del sujeto. Negarle a una persona el derecho a la palabra es
negarle la expresión de su pensamiento. Así llegamos al tercer rasgo:
el desprecio por el otro hasta negarle su humanidad.
Una ilustración extrema, de la negación de la palabra y de la dignidad humana, la encontramos en El cuento de la criada
de Margaret Atwood. Allí se describe un apartheid instaurado por un
grupo religioso radical, donde las mujeres son esclavizadas y quedan
reducidas estrictamente a su capacidad reproductiva. Ante estos
opresores, las esclavas rebeldes adoptan el mejor lema de todos: “No
dejes que los bastardos te dobleguen”.
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