Heinz Dieterich
En un reciente artículo (ver Aristegui Noticias) definí el proyecto
nacional de Andrés Manuel López Obrador como un proyecto de Centro con
Compromiso para las Mayorías (CCM); no de “izquierda”, tal como
generalmente se usa el término, con ligereza, en América Latina. Pese a
que un CCM no tiene nada de malo en la situación actual del hemisferio,
caracterizada estratégicamente por el colapso de la socialdemocracia
criolla (Lula, Kirchner, Correa, Murillo, Maduro), la amenaza a la
democracia por el neofascismo monroeista del Norte e iniciales
dictaduras militares por el Sur, el concepto causó la saña de dogmáticos
e ilusos, por igual. Una saña suicida, que hace recordar la famosa
frase del historiador argentino Jorge Abelardo Ramos: ¡Pobre de América
Latina. Los pillos y los pendejos siempre juntos!
2. Centro y Ultras
No tiene nada de malo un programa de centro para México, ni para
América Latina, por tres razones: 1. En la actualidad no existe ningún
proyecto de izquierda serio en la Patria Grande, es decir, ningún
proyecto de transformación sistémica. Y a nivel mundial solo se halla en
status nascendi (forma incipiente) en China, en los designios de Xi
Jinping; 2. Tampoco hay un sujeto social o político de importancia en el
continente americano, que podría desarrollar o implementar un proyecto
de este tipo. Por eso, exigir un gobierno de izquierda de “obreros y
campesinos”, es simplemente un meme anacrónico de la sociedad
industrial; una utopía extemporánea, cuyo intento de implantación
terminaría en la distopia. 3. El concepto “centro” es la base
epistemológica de nuestro Ser: es el GPS que determina la praxis de
sobrevivencia. Mal “calibrado”, ese software y soft power (sistema
operativo) lleva los actores a la destrucción ontológica (real). Pese a
la importancia y utilidad práctica del concepto, su uso molesta a los
populistas de la ultraizquierda y la ultraderecha. ¿Por qué?
3. El asalto de la Ultraderecha
La ira de la ultraderecha frente al triunfo del centro se deriva de
su extremismo y dogmatismo ideológico que rechaza cualquier compromiso
real sobre la conducción de la sociedad. Su visión del mundo es binaria
y, al igual que los fundamentalistas religiosos, sufre de una psicosis
colectiva, que le obliga a exorcizar toda verdad incompatible con sus
delusiones. En la ecuación que determina su praxis extremista, el
“centro” es una herejía intolerable del sendero del Santo Grial que
tiene que ser extirpado.
4. El asalto de la Ultraizquierda
En la ultraizquierda, el ataque al Centro se deriva de una
combinación de arrogancia intelectual y de auto-asumirse de manera
desmesurada como el auténtico representante “del pueblo”, de “los
trabajadores”, de “los pueblos indígenas”, de “los campesinos”,
etcétera. Más poderoso aún que este mind set (pensamiento) narcisista
son sus intereses utilitaristas, es decir: defender sus franquicias de
poder, como columnas periodísticas, espacios televisivos,
corporativismos sindicales, cofradías académicas oligopólicas,
nomenclaturas partidistas y movimientos sociales bajo control de gurús y
caciques. A este conglomerado variopinto se agrega todo un cohorte
oportunista de poetas, filósofos y expertos al vapor, que demandan ser
protagonistas de la transición.
5. El mantra vanguardista
El asalto oportunista al Transitor es peligroso, porque cuando es
exitoso, la ultraizquierda, los señoritos académicos (ver Ecuador) y los
tecnócratas llenan los cargos de conducción con arribistas, vividores y
dogmáticos, que se constituyen en un nuevo sector de la clase política.
Si el líder desaparece y las condiciones lo permiten, se transforman en
usurpadores del poder. La camarilla socialdemócrata delincuencial de
Maduro, que ha destruido a Venezuela, pero también los “contras” de
Gorbachev son ejemplos de esta dinámica. El mantra de este cohorte de
desviación, cuyo acceso a medios masivos de indoctrinación es
inteligentemente facilitado y financiado por las fuerzas corporativas de
la reacción, es el meme propagandístico, que ellos son la verdadera
vanguardia nacional (avantgarde) y que el Centro es una posición
inferior. Se trata de un raciocinio especioso y una metafísica
narcisista tonta, dado que el centro de un proceso social, al igual que
su vanguardia, son situacionales. Las dos posiciones sistémicas pueden,
por lo tanto, convertirse dialécticamente en su contrario, dependiendo
de las condiciones objetivas.
6. El Centro como Vanguardia
La realidad cósmica, incluyendo a la social, está constituida por una
unión dinámica de opuestos. Debido al incesante movimiento de la
materia –movimiento igual a cambio– la correlación de fuerzas entre los
opuestos sufre variaciones, lo que genera las transiciones sistémicas.
Esto significa que las tres posiciones esenciales que caracterizan
políticamente a toda comunidad e institución humana –vanguardia, centro y
retaguardia– son dinámicas y situacionales. A diferencia, por ejemplo,
del status estático de las coordenadas geográficas de la cartografía. Un
ejemplo bélico lo ilustra. En la guerra, la ofensiva es la “reina” de
las operaciones. Sin embargo, cuando un contingente militar se queda
encerrada en un “caldero”, la medida adecuada de vanguardia es la
retirada, para impedir su destrucción. Combinando este razonamiento
dialéctico con el aforismo de Bismarck, de que la política es el arte de
lo posible, y con el axioma de la ética, de que un proyecto social sólo
es ético, cuando es viable (realista), entonces queda evidente, que en
muchos contextos políticos latinoamericanos actuales una posición de
centro es equivalente a una posición de vanguardia. La vanguardia es una
función dependiente de las condiciones objetivas en que actúa el
Transitor, no la presunción de élites y caciques dominantes o la
reliquia de una narrativa.
7. Preservar el Centro
Cuando un proyecto nacional de centro logra convertirse en
gobernanza, necesita cumplir con dos tareas primordiales: atender las
necesidades de la gente lo mejor posible, dentro de las limitaciones que
imponen las condiciones objetivas; asimismo, preparar la hegemonía y
conservación del poder, más allá del primer mandato.
Repetir el ejercicio de gobierno exige satisfacer tres imperativos.
1. Tener un líder capaz de asumir la continuidad del proyecto. La
catástrofe de los gobiernos socialdemócratas en Brasil, Argentina,
Venezuela, Ecuador y Nicaragua, radica en gran medida en el nombramiento
de políticos que no estaban a la altura de la tarea: Dilma Rousseff,
Cristina Kirchner, Nicolás Maduro, Lenin Moreno y Rosario Murillo. 2.
Mantener al Partido vivo como un vaso comunicante entre el pueblo y el
gobierno-partido, en términos de flujo bidireccional de información,
poder, participación, justicia y anticorrupción. El Partido Comunista de
China bajo Xi Jinping es un modelo exitoso al respecto. 3. La formación
de cuadros jóvenes en Escuelas de Formación en lo Político. Ningún
partido político occidental, llámense Partido Socialista, Partido de los
Trabajadores, Partido del Trabajo o Partido Comunista, tiene escuelas
respectivas que merezcan el nombre. Donde existen, son aulas de
indoctrinación del liberalismo burgués o cajas de resonancia de una
ortodoxia dogmática fuera de tiempo. Y tampoco tienen idea de cómo
formarlos, porque –a diferencia de Marx, Engels, Lenin y Mao– están a
años de luz de la ciencia de vanguardia, que inevitablemente tiene que
ser el fundamento de la enseñanza en lo político y en la cultura.
8. La encrucijada latinoamericana
Colapsada la época de la socialdemocracia criolla, los pueblos de la
Patria Grande se encuentran una vez más entre el neofascismo monroeista
del Norte y las proliferantes dictaduras del Estado de Seguridad
Nacional del Sur. Pueden “escoger” entre los ineptos delincuentes
neoliberales como Macri, Temer, Moreno et al, y los ineptos delincuentes
socialdemócratas como Maduro. Unos que otros han destruido las
economías nacionales, la democracia formal burguesa y el contrato social
de la nación. En consecuencia, la espiral hacia las dictaduras
militares avanza. En el caso de la socialdemocracia, todo el desastre se
ha desarrollado con la complicidad de los gobiernos “progresistas” que
se han callado la boca ante los crímenes y mentiras de Maduro.
Sustituyeron la solidaridad revolucionaria internacional por la cultura
de la mafia y la omertá (ley del silencio). Incluso hoy, cuando Maduro
pretende ejecutar su mayor crimen, tratando de provocar desesperadamente
una guerra con el peón terrorista criollo de la OTAN, Colombia –usando
el pueblo como carne de cañón– o la intervención militar del Monroeismo,
para salvar su pellejo, se callan esos gobiernos, líderes y partidos
“antiinmperialistas”, socialistas y comunistas de América Latina. ¿Como
quieren así, que “la Izquierda” tenga algún papel progresista que jugar
en la Patria Grande?
9. Son líderes
Se entienden como líderes. Y, sí lo son. Pero líderes de la
retaguardia histórica. Sólo les importan las relaciones con los Estados.
Los pueblos que sufren la represión y el hambre, no les interesan, ¡Una
auténtica vergüenza histórica, esa “Izquierda” criolla!
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