TRINO MARQUEZ
La mayoría de la corriente migratoria de venezolanos que
circula por América Latina adquirió, a partir de finales de 2017, un rasgo
especial. Se trata, siguiendo el lenguaje utilizado por el Alto Comisionado de
las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), de desplazados que buscan refugio. A ese fenómeno puede llamársele
diáspora, éxodo o escape, pero, stricto
sensu, consiste en un movimiento dirigido a huir de la persecución montada,
en gran medida de forma deliberada, por el régimen contra los venezolanos de
todas las edades y clases sociales. Esos compatriotas han sido acosados y luego
desplazados de su lugar de origen, Venezuela. La causa de ese desalojo no
reside en una guerra, caso Siria, en un enfrentamiento racial o religioso, o en
una catástrofe natural, digamos una prolongada sequía o vastas inundaciones,
sino en la irresponsable aplicación de un modelo colectivista, que ha
demostrado hasta la náusea que genera miseria en todos los países donde se
aplica. Venezuela se convirtió en un gigantesco laboratorio en el cual los
restos de la izquierda cavernícola latinoamericana intenta demostrar la vigencia
del socialismo, casi tres décadas después del derrumbe del Muro de Berlín y el
colapso de la Unión Soviética.
La huida de los venezolanos está
siendo inducida dentro de la estrategia global de dejar la tierra arrasada, no
mediante los paredones de fusilamiento utilizados por los hermanos Castro en
Cuba, sino por la aplicación de una política dirigida a destruir la propiedad
privada, acabar con cualquier vestigio de economía de mercado, destruir los
incentivos que fomentan la iniciativa particular y eliminar la autonomía del
Banco Central. Consiste en crear un ambiente donde todo esté controlado y
vigilado por el aparato represivo del Estado. En un terreno devastado por la
hiperinflación y la soledad resulta más fácil someter a la población y ponerla
a depender de los favores que otorgue el gobierno. Es más sencillo imponer el
carnet de la patria, extorsionar a través de los clap y proyectar la sensación
de que el régimen es eterno e invencible.
Como Nicolás Maduro propicia la
estampida de los venezolanos, su respuesta ante el drama que viven los millones
de desplazados se reduce al cinismo y al insulto. Niega que el fenómeno esté
dándose en la escala descrita por los medios de comunicación mundiales, los
organismos y especialistas internacionales y los gobiernos de la región,
receptores de los emigrantes. Monta unos espectáculos bufos trayéndose de Perú
y Ecuador a unas cuantas personas a quienes a lo mejor les fue mal en esos
países; o, probablemente, se prestaron a actuar en la comedia urdida por el régimen, por un puñado de
dólares y algunas cuantas promesas. Quienes estudian los procesos migratorios
saben que un porcentaje reducido de migrantes se arrepiente de haber dejado su
tierra y añoran regresar, y lo hacen. Ese retorno a la patria de ningún modo
reduce la gravedad del éxodo.
Ni los gobiernos latinoamericanos, ni
las agencia internacionales, han creído el ardid. La ONU, la OEA, el Acnur, la
Organización Internacional para las Migraciones (OIM) manejan los datos
fidedignos, aunque aproximados, de la
sangría migratoria que vive Venezuela y del impacto que la estampida está
provocando en las naciones suramericanas.
La impudicia del gobierno no es nada
original. Los gobiernos de signo totalitario siempre apelan al mismo esquema:
niegan la realidad o la adulteran. Maduro y Delcy Rodríguez han dicho que Venezuela
sigue siendo receptora de inmigrantes. El segundo país de América del Sur,
luego de Argentina. Esta adulteración de la verdad no resulta de la ignorancia,
sino de la desvergüenza. El gobierno conoce muy bien la profundidad y gravedad
del drama, solo que intenta esconderlo. Lo mismo hicieron los Castro cuando los
cubanos, desde cualquier punto de las playas de la isla, se lanzaban en
embarcaciones improvisadas a ganar las costas de Florida, de México o de
cualquier nación centroamericana. Al comienzo del proceso revolucionario,
quienes abandonaban Cuba eran “gusanos”. El calificativo se utilizó por décadas.
Maduro llama a los emigrantes limpia pocetas, mendigos o esclavos. Para los
Castro, a pesar de que la población se redujo casi un tercio en pocos años, los
“gusanos” eran un grupito de
desadaptados. En Venezuela, la población ha mermado en más de tres
millones de habitante, cerca de 10%, en menos de una década. Falsea los datos
verídicos que algo queda.
Los desplazados venezolanos que caminan
por América Latina están generando un problema de proporciones galácticas en el
subcontinente. Los gobiernos están convencidos de que el problema en vez de
atenuarse o reducirse, se agravará mientras Maduro continúe en el poder. Nos
encontramos frente a la posibilidad de que la presión internacional se agudice y obligue al autócrata a propiciar una salida
política concertada. La dirigencia opositora debería estar preparada para
convertirse en protagonista de una eventual transición.
@trinomarquezc
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