martes, 14 de mayo de 2013


Carta abierta a Hermann Escarrá

        RICARDO COMBELLAS |  
EL UNIVERSAL
Apreciado Hermann: No fue fácil para mí escribirte esta carta y menos hacerla pública y abierta. No me dejaste alternativa. El tema trasciende lo personal, pues afecta a todos los venezolanos en esta dura etapa de nuestra experiencia republicana. Cierto que no hemos sido en el sentido castizo de la palabra amigos, pero sí buenos compañeros,  a los cuales les ha correspondido compartir momentos relevantes en nuestras vidas. Así, compartimos aulas universitarias, actividades de promoción política, y ante todo y la estelaridad del proceso constituyente el año 1999.

Nos une nuestra formación común socialcristiana. Ambos fuimos discípulos de Rafael Caldera (recuerdo el libro que escribiste sobre la DC, dedicado al maestro y estadista), y laboramos conjuntamente en la Organización Demócrata Cristiana de América. Bebimos en el humanismo cristiano, en las encíclicas sociales, en Maritain y Mounier, haciendo ambos lo posible por incorporar su espíritu a la Constitución bolivariana, siendo que para nosotros, los hombres y mujeres de formación socialcristiana, la política no tiene una legalidad independiente de la ética, muy por el contrario, la política debe guiarse en torno a fundamentos, contenidos y objetivos éticos. Por ende, ni el pragmatismo desasistido de doctrina, ni el oportunismo forman parte de nuestra visión de la política. Además, nos une nuestra vocación bolivariana, sobre lo cual, te lo confieso ahora, aprendí mucho de ti, pues sin mucho menos caer en las garras de los cultores de Bolívar, aprecié la valoración de su pensamiento vivo que tú diestramente sabías insuflar en  discursos y escritos dedicados al Libertador.

El destino quiso que el proceso constituyente nos encontrara nuevamente juntos. Ambos fuimos tal vez los asesores más cercanos al Presidente Chávez en materia constitucional. Participamos protagónicamente en todas las fases del proceso, y asumimos junto a distinguidos compatriotas, bajo tu  atinada dirección, la ardua tarea de redactar en la comisión constitucional el proyecto definitivo de Constitución, presentado  para su sanción por la ANC y su aprobación definitiva, primera vez en nuestra historia, por el pueblo soberano en el referéndum convocado al efecto.

Firmé la Constitución y me retiré nuevamente al  mundo universitario, con mucha frustración por lo que anteveía (los hechos posteriores me dieron la razón) como la entronización de un régimen que interpretaría arbitrariamente nuestra Ley Superior, poniéndola al servicio de sus objetivos autoritarios, reñidos con la axiología constitucional y en desmedro del  postulado que considera a la Constitución por sobre todo como el escudo de nuestras sagradas libertades. Tu postura sobre el particular en estos tormentosos años no la he seguido en detalle, pero sí me constan, pues fueron públicas y notorias, tus actitudes críticas e independientes respecto al régimen, que te llevaron incluso a plantear vigorosamente, "la marcha sin retorno", como una acción decisiva de desobediencia civil  para proteger la Constitución frente al uso y abuso despótico del poder, dedicado a pisotear los valores y principios por ella consagrados.

En suma, es en resumen el propósito de esta misiva, me extrañaron con desconcierto y desazón, para no decir repugnancia, tus últimas declaraciones, donde le ofreces un espaldarazo  al régimen actual, por cierto atenazado por la mácula de la ilegitimidad, en abierta contradicción con tus posiciones precedentes, enfilando injustamente tus dardos contra la oposición democrática, esa que hoy valientemente defiende, resistiendo con gallardía  la tenebrosa represión, los valores constitucionales. Tú, Hermann, conoces también como yo  la realidad de un régimen reñido con la Constitución, con sus valores, principios e instituciones más preciados, pues muy por el contrario, y bajo la égida de la dictadura cubana, ha construido una "legalidad" para y anticonstitucional, una "legalidad" carente de legitimidad.

Creo, con Kant, en la conciencia moral del hombre. Su voz interior es terrible; cuando pretendemos huir de ella nos persigue como una sombra. Yo la tengo tranquila, deseo que tú la tengas también.

Afectuosamente,  Ricardo.
                                         

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