martes, 7 de mayo de 2013


SER  FUERTES  PARA  DIALOGAR


Demetrio Boersner                                                                                                        

Venezuela vive la peor crisis de toda su historia.  Durante catorce años de gobierno mesiánico, el pueblo llano ha recibido beneficios de índole dadivosa, no estructural, mientras se sub-desarrolló al país y se le retrotrajo a una etapa pre-industrial y dependiente de potencias foráneas.  La democracia política ha sido reemplazada por una autocracia cada vez más despótica.  La libertad pluralista es negada por un creciente totalitarismo ideológico y policial.  Gran parte de la riqueza nacional ha sido regalada a gobiernos satélites pedigüeños.  La  muerte del caudillo mesiánico ha colocado a su sucesor designado ante el dilema de continuar la “revolución” en medio de una realidad de colapso económico, social y político, sellado por un enorme revés electoral.   Ante ello, Maduro hubiera podido salvarse por una admisión de su debilidad y la oferta de un amplio diálogo nacional, así como por el reconocimiento de que, si se quiere salvar al proyecto socialista, éste (al igual que el de Rusia en 1921) requiere una “Nueva Política Económica (NEP)”  que sea de carácter mixto con sólidas garantías para un sector privado criollo y extranjero.  En lugar de ello, sucumbió a los dictados radicales de la dirigencia cubana (que en la isla realiza su propia “NEP” pero insiste en que en lo político se conserve la dictadura de un solo partido) y las presiones de nuestros propios extremistas burocratizados.  Sin embargo, no se debe desconocer que da algunos pasos en la dirección sensata: conversa con empresarios, habla de empresas mixtas, muestra el anhelo de normalización diplomática con Estados Unidos, y matiza el lenguaje ante la prensa europea.    
          El actual enfrentamiento venezolano es tan duro, y las respectivas posiciones tan inflexibles, que ni el gobierno ni la oposición podrían dar marcha atrás unilateralmente sin perder prestigio y credibilidad.  Sin embargo, aunque mantengan movilizadas sus respectivas fuerzas ofensivas y disuasivas, nada impide que, en forma  discreta, se inicien esfuerzos de acercamiento y diálogo con la ayuda de algún buen-oficiante o mediador aceptable para ambos.  Contrariamente a lo que algunos demócratas temen, la búsqueda de un diálogo para la reconciliación nacional no requiere la adopción de ninguna posición blanda o de “comeflor” sino, al contrario, mucho realismo, firmeza y cabeza fría para la negociación.  Ante todo hay que mantener intactos los factores de presión política de que uno disponga: la experiencia de la Guerra Fría demostró que la paz requiere la “contención” del adversario.  Pero no debemos dudar de que, a mediano plazo, más allá del espíritu combativo requerido en lo inmediato, el diálogo y el esfuerzo de reconciliación serán indispensables para salvar al país de posibles conflictos violentos y nuevas servidumbres.
             
          

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