lunes, 20 de mayo de 2013


Entrevista Luis E. Pérez Oramas:

"Venezuela está presa de maniqueísmos"




DANIEL FERMÍN |  

EL UNIVERSAL

Luis Enrique Pérez-Oramas (Caracas, 1960) aclara al llegar: no conoce la propuesta que lleva Venezuela a la Bienal Internacional de Arte de Venecia. No puede hablar con propiedad de algo que aún no ha visto. Escucha al periodista y reacciona frente a lo que se le dice. Habla de arte urbano, de política, de los museos, del país. El venezolano, curador de la última Bienal de Sao Paulo, suelta frases con propiedad: "El pabellón venezolano en Venecia, de años para acá, ha dejado mucho que desear. Hace bastante tiempo, creo yo, que no se ve en el pabellón nacional una representación digna de la complejidad del panorama artístico venezolano".

-Pareciera que al despacho de la cultura le gusta la polémica como apuesta en los concursos internacionales. Primero la Torre de David, ahora un colectivo en el que también hay murales como el de La Piedrita. ¿Nos estamos escudando en discursos marginales para posicionarnos en el extranjero?

-Eso no es nuevo. Es una moda artística, es un facilismo: la reivindicación de la política a través de manifestaciones artísticas. Yo pienso que la estética de la provocación es un muñeco empolvado y empelucado. Para mí, la estética de la provocación es como si me hablaras de Luis XVII. Me parece un gesto pasado de moda. 

-Muchas personalidades del sector temen que en lugar de ser una propuesta subversiva, la de Venezuela se convierta en un acto propagandista o en arte panfletario. ¿Se puede hablar de arte urbano con grafitis proselitistas? ¿La propaganda es una propuesta estética?

-No lo sé. A lo mejor uno de los grafitis proselitistas vale la pena como obra de arte. Lo que sí puedo decir es que ir a hacer un acto de protesta en la Bienal de Venecia es como ir a hacer un acto de protesta en una tienda Cartier. Habría que preguntarse cuál es el sentido.

-La característica principal del arte urbano suele ser el anonimato. ¿Se reivindica a un movimiento invisible o se legitima parte de una cultural marginal?

-Yo no creo que el arte urbano sea una cultura marginal. Para intentar ser muy justo, creo que es importante producir gestos que contribuyan a la porosidad de las escenas artísticas, que vayan a contrapelo de la idea de que el arte es una especialización, una disciplina. El único destino del arte es dialogar porosamente con la realidad y con el mundo (...). El arte urbano contribuye a eso, pero un artista íngrimo en su taller también lo hace. 

-Juan Calzadilla dijo que el arte urbano es el único movimiento vanguardista de hoy, que es subversivo, anticomercial. ¿Puede hablarse de ese movimiento como reflejo del museo imaginado que plantea la curaduría de la Bienal de Venecia?

-Y si eso es verdad, ¿para qué lo llevan a la escena artística más institucionalizadamente museística del mundo? ¿Si un movimiento de arte es antimuseístico por qué lo quieren llevar al museo? Yo creo que estamos tarde para hablar de movimientos de vanguardia. Esa es una ideología que empezó a morir hace un siglo. Seguir entendiendo los procesos y las dinámicas de la historia del arte en términos de vanguardia, que es un imaginario militar y de conquista, es un anacronismo injustificable. Lo que hay que preguntarse es qué es lo que hace más sentido, qué es lo que conmueve más, lo que resiste más, lo que transforma más. La vanguardia es un esquematismo tan absurdo como cualquier otra forma de maniqueísmo. Y Venezuela está presa de maniqueísmos, de simplificaciones, de la flojera por pensar.

-Pareciera que los discursos contemporáneos cada vez tienen menos cabida dentro de los museos. ¿Puede una galería o la misma calle sustituir el rol del museo?

-El museo tampoco es único. Hay museos de todo tipo: científicos, académicos, infantiles, sin objeto, imaginarios, virtuales, de la voz. El museo es un sistema muy complejo y no conviene juzgarlo desde un modelo. Históricamente el museo es un operador político, de ciudadanía política: el museo nace al ejecutarse al monarca absoluto, le cortan la cabeza al rey. Y se creía que el rey tenía un cuerpo físico y uno trascendente. Parte de ese cuerpo trascendente eran los objetos de arte que se producían alrededor de él. Y en el palacio real, con el rey muerto y todos sus objetos ahí, se decreta el museo (...). El museo es un operador de memoria, y nosotros necesitamos en Venezuela urgentemente repensar nuestras operaciones de memoria, hacerlas de una manera más consistente.

-(Interrumpe el fotógrafo): eso que dijo de la muerte del rey recuerda a Chávez.

-No es lo mismo. Te explico: cuando se decreta el museo en el palacio donde vivía el rey, el pueblo no iba a ir a ver la mortaja del rey. Iba a ver las obras del genio humano que se les atribuían al monarca absoluto, pero que ahora forman parte del pueblo. Esa es la lógica de la Revolución Francesa: este hombre se había apropiado de todo, resulta que ese todo nos pertenece. Vamos a olvidarlo a él para a ver esas cosas. La operación es distinta a ir a ver el cadáver de Lenín o de Chávez. La mortaja de Chávez es el ejemplo más anacrónico del fetichismo político que haya vivido Venezuela. Ni siquiera con Bolívar pasó eso. Eso no es un operador de ciudadanía, es un secuestrador de ciudadanía.

-Zuleiva Vivas dijo que el mejor museo es el que comunica más rápido a más personas, que tiene capacidad de inclusión. Una característica de la revolución cultural es la masificación. ¿Es mejor un arte sencillamente por ser masivo?

-No, está totalmente equivocada Zuleiva Vivas. Y si eso es así, el fracaso de la gestión actual es espantoso. Esa es una lógica del capitalismo neoliberal, de creer que las manifestaciones culturales son más exitosas mientras más masivas (...). Yo trabajo en un museo que se mueve en la más absoluta lógica del capitalismo, que es el MoMA (Museo de Arte Moderno de Nueva York). Y hay quienes resistimos la idea de que la única manera de entender el éxito es masivamente. Eso es una gran falacia. El más grande acto de resistencia hoy es la espera y la demora, es la posibilidad de alcanzarle, de nuevo sentido al tiempo, al detenimiento, de ir con intensidad hacia las cosas, y no cuantitativamente.

-Arte y revolución siempre ha sido una dupla peligrosa. ¿Puede un artista militar y no estar al servicio del poder? ¿Puede el arte revolucionario no ser servilista?

-Yo no creo en la revolución, eso es un eslogan político. Históricamente lo que llamamos revolución han sido momentos de convulsión que nadie pudo bien conducir o dictaduras bien disfrazadas. Se puede ser artista y militante de una causa, pero no se puede ser buen artista sin pensamiento crítico (...). Yo creo que el arte hoy tiene una función de oponerse a una cantidad de ideologías que desbastan la experiencia humana. Nunca como hoy se produjeron tantas imágenes y nunca fueran tan inconsistentes. El arte tiene la función política de resistir a esas ideologías, de crear imágenes densas y duraderas, de reivindicar la demora y la espera, el secreto, la intimidad, de generar distancias, no de romperlas. Ahí está la militancia en la que creo, si quieres.

-Una última cosa: Fidel Barbarito fue designado ministro de Cultura hace poco. ¿Cree que cambiará en algo el sector? ¿Cuáles deben ser sus labores principales?

-No te puedo responder eso. Yo creo que tenemos que entender que los problemas de Venezuela no son problemas del Ejecutivo. Nosotros llevamos un autoritarismo en la sangre, que es creer que todo depende de un jefe y no de las iniciativas de todos. Lo que estamos viviendo aquí es la exacerbación de la república letrada, que es aquella que esconde la realidad detrás de una selva de palabras. Lo que haga esa república letrada será siempre ineficaz.

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