ELÍAS PINO ITURRIETA
El Universal
Antes de que sucediera la agresión contra los diputados de la oposición que ha conmovido a la sociedad, el teniente de la AN dijo así desde su micrófono dictatorial, más o menos: “Aquí no hablan. Que vayan a declarar a Globovisión, o a El Nacional o a El Universal”.
A las militaradas ramplonas se les ve la costura, como en el caso del Tejerazo contra la representación nacional de España, tristemente célebre. Sólo es cuestión de dejar hablar a sus cabecillas, de permitirles un breve comentario, de escucharlos un poco. Ellos solos, sin necesidad de ayuda, movidos por la espontaneidad, descubren sus oscuros propósitos.
La AN es el único gran espacio creado por la república y avalado por la Constitución, en cuyo seno puede la oposición manifestar sus puntos de vista, debatir con el régimen y defender intereses de manera legítima en nombre de los electores. Es la tribuna máxima, si se considera dentro del marco legal en forma genérica, pero también una de las pocas con proyección nacional, en medio de las limitaciones que se le imponen cada vez más a la libertad de expresión y ante las aplanadoras informativas de la “revolución”. Con los medios privados amenazados por el alicate oficial o conminados a la autocensura, con la compra del único canal de TV que se oponía sin reticencias al gobierno; con las campañas de descrédito contra periodistas y comentaristas capaces de crear tendencias importantes de opinión pública, o de comunicar la voz de la oposición, las posibilidades de contacto con la sociedad se venían reduciendo, casi del todo, al hemiciclo de la AN. La representación de una inmensa porción del electorado apenas podía manifestarse mediante los debates parlamentarios, pues ni siquiera tenía acceso a los servicios informativos de su institución, mucho menos a las facilidades concedidas a los diputados del PSUV, pero disponía de una plataforma para relacionarse con el pueblo que la eligió. El ataque brutal a que fueron sometidos los representantes de la alternativa democrática, precedido por el anuncio paladino del teniente de la AN, comentado al principio, pone en evidencia los objetivos de un plan para silenciarlos del todo.
Antes se podía tolerar la voz malsonante, pero el panorama ha cambiado. El irrisorio provecho que ha generado la liturgia del “Cristo de los pobres”, el discutible resultado electoral, la mengua estrepitosa de los votos del PSUV, la posición banderiza del CNE durante el desarrollo de los sufragios y ante la solicitud de una auditoría posterior al escrutinio, las goteras que se advierten a diario en el techo del ciudadano Maduro y el fortalecimiento del liderazgo de Capriles han puesto a los cabecillas del oficialismo en una situación de aprieto, en un rincón de evidente precariedad partiendo de los cuales pretenden obtener por la fuerza los favores que la realidad les niega. Lo que empezó con la depuración de la burocracia y con la fragua de un teatro de violencia que no han logrado el objetivo de provocar la mengua de las posiciones contrarias al régimen, ni el decaimiento de la influencia de la figura estelar de la oposición, se da prisa ahora en la ejecución de conductas dispuestas a la negación de una institucionalidad cuya permanencia conciben como un dominio totalitario. De allí la violencia contra los representantes de la oposición en la AN, llevada a cabo sin ningún tipo de recato y violatoria de la legalidad en términos absolutos.
¿Golpe militar, como el del fracasado Tejero en España? No sacaron los tanques a la calle porque a estas alturas de la historia no conviene la exhibición de hierros castrenses, pero no dejaron de mostrar la orientación cuartelaría del procedimiento. Los animadores de la tropelía fueron dos milicos sin uniforme, el teniente retirado Cabello y el capitán súper retirado Carreño, como para que no quedase duda del origen de sus intenciones, de la manera perentoria y disciplinada de ejecutarlas y del tufo falangista que impregnó el ambiente. Criaturas de las casernas los dos, golpistas fracasados los dos, huérfanos los dos del padre que los engrandeció, sin nexos estables los dos con la convivencia propia de la civilidad, desesperados los dos ante la posibilidad de un descalabro del régimen que les puede permitir la permanencia en posiciones de mando, trillaron de nuevo los únicos senderos que les son familiares. Se cuidaron de evitar una ostentación de charreteras, desde luego, pero planificaron una emboscada signada por la violencia que sólo cabe en la cabeza de quienes conciben el predominio a través de la creación de fuerzas de choque o de brigadas pretorianas cuya misión es la destrucción del enemigo. Ya los golpes no se dan como en los tiempos tempranos del gomecismo, ni como en las horas auspiciosas del octubrismo, sino según la usanza de una militarada vergonzante que preside un comandante sin guerrera ni consistencia, y que teme a soluciones de cuño republicano para las cuales carece de vocación y de preparación.
El Tejerazo de España sorprendió al mundo y a la ciudadanía del país por la vulgaridad de su ejecución, por la trama burda que lo caracterizó, por todo lo que tuvo de anacrónico, pero también por la reacción apacible y digna de los diputados condenados a un pasajero secuestro. De allí su fracaso sin atenuantes. Las analogías son peligrosas, ciertamente estamos ante eventos disímiles, pero el parentesco de los detalles no parece rebuscado. Tampoco resulta estrambótico imaginar una salida parecida.
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