domingo, 19 de mayo de 2013

DEFENSA DE LOS NO VISIONARIOS


           JOSEPH NYE


OXFORD – Varios de los homenajes a Margaret Thatcher tras su fallecimiento la elogiaron como una líder “transformacional” que generó grandes cambios. Y se mencionó con frecuencia a Ronald Reagan, su contraparte estadounidense, que alcanzara una estatura transformacional similar. Sin embargo, más interesante es compararla con el otro presidente de EE.UU. que ejerció mientras ella estaba en el cargo.


Si bien a menudo se lo caracteriza en forma algo despectiva como un mero administrador “transaccional”, la política exterior de Bush fue una de las mejores del siglo pasado. Su gobierno hizo frente al fin de la Guerra Fría, el desmantelamiento de la Unión Soviética y la unificación de Alemania dentro de la OTAN, todo esto sin violencia. Al mismo tiempo, impulsó una amplia coalición respaldada por las Naciones Unidas que repelió la agresión de Saddam Hussein a Kuwait. Si se le hubiera caído cualquiera de las bolas con las que hacía malabarismos, el mundo actual estaría en condiciones mucho peores.
Si bien durante su mandato se produjo una transformación global de grandes proporciones, Bush (en sus propias palabras) no tenía objetivos transformacionales. Con respecto a la unificación de Alemania, se resistió a seguir los consejos de Thatcher y otros, aparentemente por un sentido de justicia y responsabilidad hacia su amigo el Canciller Helmut Kohl. En octubre de 1989 respondió a un llamado de Kohl manifestando públicamente que “a diferencia de algunos países europeos, no le preocupaba que Alemania se reunificara”.
Al mismo tiempo, comprendió la importancia de permitir que Kohl y otros asumieran protagonismo. Cuando un mes más tarde se abrió el Muro de Berlín, en parte debido a un error de Alemania del Este, se le criticó el bajo perfil de su respuesta. Pero había optado deliberadamente por no presumir ni humillar deliberadamente a los soviéticos: “No voy a bailar sobre el muro dándome golpes en el pecho”, fue su respuesta, un modelo de inteligencia emocional viniendo de un líder. Ese dominio de sí mismo ayudó a crear las condiciones para el éxito de la Cumbre de Malta con el Presidente Soviético Mikhail Gorbachev un mes después. La Guerra Fría acabó tranquilamente, y tras ella se fue desmantelando el imperio soviético.
A medida que Bush y su equipo respondían a fuerzas que estaban en gran parte fuera de su control, definió metas y objetivos en que se equilibraban de manera prudente metas y objetivos. Algunos críticos le reprochan el no haber apoyado las aspiraciones nacionales de repúblicas soviéticas como Ucrania en 1991 (cuando dio su tristemente famoso discurso del “pollo de Kiev” contra el “nacionalismo suicida”), por no haber ido hasta Bagdad a derrocar a Saddam Hussein en la Guerra del Golfo, o por haber enviado a Brent Scowcroft a Beijing para mantener relaciones con China tras la masacre de la Plaza de Tiananmen en 1989. Pero, en cada uno de estos casos, lo que estaba haciendo era limitar los logros de corto plazo para poder alcanzar estabilidad en el largo plazo.
Otros críticos se han quejado de que Bush no fijó objetivos más transformacionales sobre la democracia rusa, Oriente Próximo o la no proliferación nuclear en tiempos en que la política mundial parecía más fluida. Pero, una vez más, hay que decir que se mantuvo centrado más en mantener la estabilidad global que en abrir paso a nuevas visiones.
Además, Bush fue respetuoso de las instituciones y normas en el exterior y dentro de su país: acudió al Congreso para pedir autorización para iniciar la Guerra del Golfo y a las Naciones Unidas para una resolución bajo el Capítulo 7 de la Carta de la ONU. Aunque era de pensamiento realista, podía ser un wilsoniano en cuanto a táctica. Su orden de dar fin a la guerra sobre el terreno en Irak después de apenas cuatro días estuvo motivada en parte por inquietudes humanitarias acerca de la posible matanza de tropas iraquíes, así como por el interés de no dejar a Irak tan debilitado como para que no pudiera servir de contrapeso de poder a su vecino Irán.
Si bien la invasión de Bush a Panamá para capturar (y más tarde enjuiciar) a Manuel Noriega puede haber violado la soberanía panameña, tenía un grado de legitimidad de facto, si se considera la flagrante conducta del dictador. Y, cuando organizó su coalición internacional para emprender la Guerra del Golfo, incluyó varios países árabes, no para asegurar el éxito militar de la misión, sino para darle más legitimidad.
Se dice que, cuando Thatcher y Bush se reunieron en Aspen, Colorado, en el verano de 1990, la británica le aconsejó que “no te temblara la mano”, pero la mayoría de los historiadores coinciden en que no existía ese peligro. Con su cuidada combinación de poder duro y blando, Bush creó una estrategia exitosa que logró objetivos estadounidenses sin caer en un aislacionismo indebido y con un mínimo de daños a los intereses de los extranjeros. Se cuidó de no humillar a Gorbachev y manejar la transición a la presidencia de Boris Yeltsin en una Rusia nueva e independiente.
Por supuesto, no todos los extranjeros fueron protegidos de manera adecuada. Por ejemplo, Bush dio poca prioridad a los kurdos y chiíes en Irak, a los disidentes en China y a los bosnios en la ex Yugoeslavia. En ese sentido, su realismo puso límites a su cosmopolitismo.
¿Podría haber hecho más si hubiera sido un líder transformacional como Thatcher o Reagan? Tal vez en un segundo mandato. Y, con mejores habilidades de comunicación, podría haber educado mejor al pueblo estadounidense acerca de la naturaleza cambiante del mundo posterior a la Guerra Fría. Pero, si se toman en cuenta las profundas incertidumbres de un mundo en movimiento, así como los peligros de cometer errores de cálculo cuando el imperio soviético se derrumbaba, tenía más sentido una gestión prudente que impulsar grandes visiones de mundo.
Es bien conocida la frase en que Bush manifestó que no hacía “the vision thing” (“eso de la visión de mundo”). No obstante, pocos en 1989 creían que Alemania se podía reunificar en paz dentro de la alianza occidental. Ciertamente, Thatcher no lo creía así. La lección es que, en determinadas circunstancias, debemos preferir el liderazgo de administradores transaccionales como George H. W. Bush (o Dwight Eisenhower antes que él), en lugar de transformadores más llamativos e inspiradores.

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