CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ
EL UNIVERSAL
"La estupidez es el arma humana más letal, la más devastadora epidemia, el más costoso lujo". Paul Tabori
Carlos Altamirano es uno de esos personajes "que nunca debieron estar ahí" y merece figurar en la Historia de la estupidez humana, el alucinante libro de Tabori. Era jefe del Partido Socialista Chileno a la caída de Allende y factor desencadenante del golpe de Pinochet. Tres días antes de ese terrible 11 de septiembre de 1973 que segó un gobierno desestabilizado por su incompetencia, fábulas ideológicas y acciones demenciales, el flamante Secretario General retiraba el apoyo al Presidente, que queda colgado del paraguas. La extrema derecha de las FFAA, hasta ese momento aislada, entendió la señal, tomó control del cuerpo militar y dio el golpe.
Para una mirada política menos descabellada esa era una torpeza impagable, pero en el interesante cerebro de Altamirano se trataba de una "jugada estratégica". En los tres años del gobierno de la Unidad Popular los radicales (siempre equivocados) se "preparaban para la confrontación final". Con el golpe comenzaría la épica, la guerra civil, que ganarían para arrancar "la revolución en serio". Pequeñísimo error de cálculo que costó miles de asesinatos, torturas, desapariciones, hogares destruidos y diecisiete años de dictadura. El aviador se equivocó de cielo.
La alternativa chilena tenía la fatalidad ruda, tosca y terrible de Esquilo: dictadura de derecha o dictadura de izquierda. Una tragedia u otra. Los planes de los revolucionarios radicales eran iguales a los de Pinochet, pero con piquete al revés: fusilamientos y cárceles. Lejos de lo que diga algún descolgado, Chile era un pobre país pobre, no "la Suiza de América". A finales del siglo XIX llamaban así a Uruguay con bastante derecho, porque a partir de los gobiernos de Batlle y Williman, alcanzó niveles de calidad, vida y libertad democrática comparables con Europa, que se mantuvieron en el siglo XX. Hasta que el heroico desatino de los Tupamaros y los sanguinarios Escuadrones de la Muerte de extrema derecha, llevaron al golpe de Bordaberry también en 1973.
Pareciera que el talento de Altamirano desembarcó en Venezuela. Primero el asalto a la Asamblea Nacional, cisne negro que cambió el orden de las cosas. Se ha dicho que el monstruo bicéfalo del régimen se reparte los roles de policía bueno y policía malo, y que ambos planificaron la acción. De ser así peor, porque ninguna de las dos cabezas tiene más que aire. Sería como descubrir sobre el Atlántico que el avión lo pilotean (con todo respeto) azafatas y sobrecargos. Luce cierto que el gobierno está en manos de locos y que la única barrera de contención era el caudillo desaparecido. Agavillamiento, narices y caras rotas, trazaron el Camino de Damasco para los parlamentarios democráticos vecinos.
Comienza entonces este viaje atroz de Nicolás Von Humboldt a las regiones equinocciales del nuevo continente, luego de burlarse del compromiso adquirido con los presidentes de Unasur para hacer una revisión seria de los cómputos electorales. La única razón posible de esta exuberante gira por autoinvitación a Uruguay, Chile, Argentina y Brasil, era la libélula vaga de una vaga ilusión: que los gobiernos de Mercosur actuaran de cirujanos y le extrajeran el estilete en el plexo solar que le hundió el asalto a la Asamblea Nacional, en el que patearon mujeres (y niños recién nacidos, de haberlos), y los previos Auto de Fe y voto de silencio que el teniente Torquemada (¿o Torrequemada del Parque Central?) ordenó, como quien usa el derecho de pernada.
Y le puso el santo de espaldas. Ahora en el hervidero de los parlamentos democráticos, está en cuestión severa que el huésped del Radisson-Montevideo hubiera ganado las elecciones. No fue a Perú nada menos que la sede pro tempore de Unasur, cuyo Canciller le aconsejó tolerancia. El paracanciller Marco Aurelio García, el "Maquiavelo brasilero", muy ligado al izquierdismo continental, recomienda a "Maduro y su equipo reflexionar" sobre los resultados electorales, y "la alerta que pasó de amarilla a naranja en Venezuela". Un fantasma recorre Latinoamérica: el desprestigio
Los gobiernos proponen diálogo. Si los "revolucionarios" asumen las recomendaciones, se complica el ala radical del PSUV, formada en 14 años de encono. Sí no, encrespamiento del país con inflación desbocada y escasez de productos. Después de esa tournée fatídica alguien quedó como "el caballero que la daga hiere/ si se la sacan lo matan/si se la dejan se muere".
@carlosraulher
Carlos Altamirano es uno de esos personajes "que nunca debieron estar ahí" y merece figurar en la Historia de la estupidez humana, el alucinante libro de Tabori. Era jefe del Partido Socialista Chileno a la caída de Allende y factor desencadenante del golpe de Pinochet. Tres días antes de ese terrible 11 de septiembre de 1973 que segó un gobierno desestabilizado por su incompetencia, fábulas ideológicas y acciones demenciales, el flamante Secretario General retiraba el apoyo al Presidente, que queda colgado del paraguas. La extrema derecha de las FFAA, hasta ese momento aislada, entendió la señal, tomó control del cuerpo militar y dio el golpe.
Para una mirada política menos descabellada esa era una torpeza impagable, pero en el interesante cerebro de Altamirano se trataba de una "jugada estratégica". En los tres años del gobierno de la Unidad Popular los radicales (siempre equivocados) se "preparaban para la confrontación final". Con el golpe comenzaría la épica, la guerra civil, que ganarían para arrancar "la revolución en serio". Pequeñísimo error de cálculo que costó miles de asesinatos, torturas, desapariciones, hogares destruidos y diecisiete años de dictadura. El aviador se equivocó de cielo.
La alternativa chilena tenía la fatalidad ruda, tosca y terrible de Esquilo: dictadura de derecha o dictadura de izquierda. Una tragedia u otra. Los planes de los revolucionarios radicales eran iguales a los de Pinochet, pero con piquete al revés: fusilamientos y cárceles. Lejos de lo que diga algún descolgado, Chile era un pobre país pobre, no "la Suiza de América". A finales del siglo XIX llamaban así a Uruguay con bastante derecho, porque a partir de los gobiernos de Batlle y Williman, alcanzó niveles de calidad, vida y libertad democrática comparables con Europa, que se mantuvieron en el siglo XX. Hasta que el heroico desatino de los Tupamaros y los sanguinarios Escuadrones de la Muerte de extrema derecha, llevaron al golpe de Bordaberry también en 1973.
Pareciera que el talento de Altamirano desembarcó en Venezuela. Primero el asalto a la Asamblea Nacional, cisne negro que cambió el orden de las cosas. Se ha dicho que el monstruo bicéfalo del régimen se reparte los roles de policía bueno y policía malo, y que ambos planificaron la acción. De ser así peor, porque ninguna de las dos cabezas tiene más que aire. Sería como descubrir sobre el Atlántico que el avión lo pilotean (con todo respeto) azafatas y sobrecargos. Luce cierto que el gobierno está en manos de locos y que la única barrera de contención era el caudillo desaparecido. Agavillamiento, narices y caras rotas, trazaron el Camino de Damasco para los parlamentarios democráticos vecinos.
Comienza entonces este viaje atroz de Nicolás Von Humboldt a las regiones equinocciales del nuevo continente, luego de burlarse del compromiso adquirido con los presidentes de Unasur para hacer una revisión seria de los cómputos electorales. La única razón posible de esta exuberante gira por autoinvitación a Uruguay, Chile, Argentina y Brasil, era la libélula vaga de una vaga ilusión: que los gobiernos de Mercosur actuaran de cirujanos y le extrajeran el estilete en el plexo solar que le hundió el asalto a la Asamblea Nacional, en el que patearon mujeres (y niños recién nacidos, de haberlos), y los previos Auto de Fe y voto de silencio que el teniente Torquemada (¿o Torrequemada del Parque Central?) ordenó, como quien usa el derecho de pernada.
Y le puso el santo de espaldas. Ahora en el hervidero de los parlamentos democráticos, está en cuestión severa que el huésped del Radisson-Montevideo hubiera ganado las elecciones. No fue a Perú nada menos que la sede pro tempore de Unasur, cuyo Canciller le aconsejó tolerancia. El paracanciller Marco Aurelio García, el "Maquiavelo brasilero", muy ligado al izquierdismo continental, recomienda a "Maduro y su equipo reflexionar" sobre los resultados electorales, y "la alerta que pasó de amarilla a naranja en Venezuela". Un fantasma recorre Latinoamérica: el desprestigio
Los gobiernos proponen diálogo. Si los "revolucionarios" asumen las recomendaciones, se complica el ala radical del PSUV, formada en 14 años de encono. Sí no, encrespamiento del país con inflación desbocada y escasez de productos. Después de esa tournée fatídica alguien quedó como "el caballero que la daga hiere/ si se la sacan lo matan/si se la dejan se muere".
@carlosraulher
No hay comentarios:
Publicar un comentario