sábado, 25 de mayo de 2013

TEORÍAS DE CONSPIRACIÓN

                           

Ramón Cota Meza

La escasez de tela política nos permite divagar sobre un tema periférico, las teorías de la conspiración, las cuales parecen gobernar el juicio político de mucha gente, desde marginales hasta ilustrados. NYT actualiza el tema a raíz de su proliferación por el atentado de Boston (“Por qué la gente cree en teorías de la conspiración”, 21/05). Desde luego que el atentado mismo fue producto de una conspiración, cualquiera que sea su alcance y signo. Lo que el reportaje informa es el estado de la investigación científica sobre la propensión a imputar los eventos vastos e impersonales a designios e intereses personales.
“Tan locas como son estas teorías, quienes las propagan no lo son, de hecho son personas totalmente normales”, comenta el diario. Una encuesta estima que 63% de los votantes americanos cree al menos en alguna variedad de este subgénero filosófico.
Es indiscutible que las conspiraciones existen, pero terminan por fracasar, como dice Karl Popper, filósofo de la indeterminación histórica por excelencia. NYT trae a colación los casos Watergate e Irán-Contra, conspiraciones en toda la línea, y cuántas más. Pero lo que la investigación científica quiere conocer es el patrón o patrones mentales que inducen a interpretar todo evento político o económico de vastas consecuencias y hasta el curso del mundo como producto de conspiraciones.
El tema es estudiado desde varios ángulos, el más reciente es el neurológico, que propone la siguiente interpretación: en estados de impotencia e incertidumbre ante eventos externos, la amígdala cerebral activa un ímpetu analítico tendiente a crear una narrativa coherente e inteligible de lo que pasó, qué amenazas permanecen y qué se debe hacer. El propósito de las teorías de la conspiración es investir de sentido al mundo.
La mentada amígdala cerebral es una de las regiones más arcaicas del cerebro, así que la propensión a fabricar teorías de la conspiración puede tener un significado ambivalente: por un lado, engendrar construcciones irrisorias, grotescas y hasta perniciosas, y por el otro expresar una forma del instinto de conservación, que puede desembocar en lucha por el control democrático de los poderes políticos y económicos impersonales (Viren Swami, Universidad de Westminster). No siempre, desde luego. La teoría nazi de la conspiración judía desembocó en algo muy distinto.
A mí me sigue pareciendo más satisfactoria la explicación sociológica de Karl Mannheim enDiagnóstico de nuestro tiempo (FCE), escrito en vísperas de la segunda guerra mundial como advertencia a la juventud alemana de las consecuencias de abrazar la creencia en una conspiración judía para controlar el mundo.
Las teorías de la conspiración son para Mannheim una expresión más de la crisis de la valoración del mundo surgida del rápido e incontrolado crecimiento de la sociedad, el cual aceleró la transición de la organización social basada en grupos primarios (familia, vecindad) a una fase de organización social basada en grupos de contacto indirecto y relaciones abstractas.
“Las virtudes primarias del amor, la ayuda mutua, la fraternidad, son intensamente emotivas y personales y es del todo imposible que se puedan realizar en la situación de los grandes grupos de contacto indirecto sin una previa adaptación. Es posible amar al vecino cuando se le conoce personalmente, pero amar a los habitantes de un área extensa a quienes no se conoce es una exigencia imposible de cumplir…
“El mandamiento ‘ama a tu prójimo como a ti mismo’ no debe tomarse literalmente, sino traducirse a tenor de las condiciones de una sociedad extensa. Semejante aplicación consiste en la creación de instituciones que incorporen algún principio abstracto que corresponda a la virtud primaria de la simpatía y la fraternidad.” Por ejemplo, las instituciones de seguridad social incorporan el principio de solidaridad entre generaciones, pero esto no significa que los afiliados deban amarse entre ellos.
En la sociedad compleja predominan las decisiones técnicas en política y economía, de modo que el centro de autoridad se diluye y la gente no acierta a quién imputar responsabilidad por las consecuencias desastrosas. Esta incertidumbre provoca ansiedad, frustración, rabia… sentimientos que exigen una explicación coherente, la cual suele ser proporcionada por formulaciones simplistas (“la mafia del poder”, “el innombrable”).
En suma, las teorías de la conspiración son un fenómeno de la sociedad compleja, diferenciada y técnica moderna, cuyos eventos no pueden ser comprendidos con las consejas de la sabiduría tradicional, la cual sigue siendo el bagaje intelectual de las grandes masas y no pocos universitarios. Este desfase es compensado con laboriosas construcciones teóricas tendientes a identificar chivos expiatorios a fin de descargar la frustración en ellos.
Sobre la propensión a imputar culpas a los políticos, Jorge Luis Borges dijo: “Los políticos han de estar tan confundidos como nosotros” y “Todo Maquiavelo ha de ser un idiota”.
Twitter: @cota_meza

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