DOCTRINA BETANCOURT VERSUS DOCTRINA
ESTRADA
Venezuela está convulsionada y
algunos piden la intervención de la OEA u otras organizaciones internacionales
para que pongan coto a los desmanes represivos del gobierno militar “presidido”
por Nicolás Maduro, Este pedimento trae a colación el sempiterno debate sobre
si el principio de no intervención tiene o no aun vigencia entre los Estados.
Tal principio, en pocas palabras,
contiene la obligación jurídica en cabeza de los Estados de no inmiscuirse en
los asuntos internos de los demás. Así, la injerencia de un país en las
cuestiones de otro, no sólo por la vía de hecho sino también con
valoraciones acerca de la naturaleza de un gobierno determinado, es una
conducta violatoria del Derecho Internacional.
Este principio “sacrosanto” está
estampado en todos los tratados multilaterales.
Para la llamada Doctrina Estrada, que
así se denomina por el canciller mexicano Genaro Estrada (1930), el
reconocimiento de un gobierno comportaba un acto de injerencia en los asuntos
domésticos de un Estado. Ella ha sido dogma de la política exterior de México y
es seguida por otros países. Según ella, México no se pronuncia en el sentido
de otorgar reconocimientos a gobiernos, porque considera que ésta es una
práctica denigrante que además de herir la soberanía de otras naciones, “coloca
a éstas en el caso de que sus asuntos interiores puedan ser calificados en
cualquier sentido por otros Gobiernos”. Esta doctrina se sustenta en
principios de la libre determinación de los pueblos y en el de la no intervención.
Esta doctrina ha sido modificada en
los últimos años por parte de México. Sin embargo, en su esencia se sigue
manteniendo.
La Doctrina Betancourt contrasta
con ella. El expresidente de Venezuela, Rómulo Betancourt, padre de la
democracia venezolana, o como dice Carrera Damas, de la democracia a la
venezolana, tenía un visión distinta, contraria, a la de Estrada.
Él compartía lo expresado por el ex
canciller de Uruguay, Eduardo Rodríguez Larreta o el escritor colombiano Germán
Arciniegas, quienes a mediados de los años 40 del siglo pasado, se pronunciaron
en el sentido de que los gobiernos no podían permanecer indiferentes ante
violaciones a los derechos humanos y a los principios democráticos. El segundo
escribe: “Un dictador no puede obrar impunemente dentro de sus fronteras”,
porque contra él deberá llegar algún día la sanción pública internacional.
Para Betancourt la lucha por la
democracia de su país no estaba desligada de la que se hacía en el entorno
hemisférico. Conocedor profundo de la realidad regional, sabía que con una
mentalidadparroquial era muy difícil que América Latina saliera
airosa de sus ingentes problemas políticos y económicos.
Como se sabe, en tiempos en que fue
Presidente, la democracia sufrió agresiones de actores ubicados en los extremos
ideológicos de la lucha política, e incluso con promotores más allá del espacio
geográfico nacional
En la ocasión que participó como
delegado de Venezuela en la 9ª Conferencia Interamericana de Bogotá de 1948,
formuló planteamientos que constituirían la base de su visión sobre la
democracia y el papel que debían jugar organismos como la OEA. No
compartía el enfoque que en ésta distinguía los compromisos de obligatorio
cumplimiento, “cumplibles” (la No Intervención), y aquellos, como los de la
democracia representativa y garantía de los derechos humanos, que no lo serían
tanto, es decir, “violables”.
Sobre el principio de no intervención
dirá más tarde, en mensaje que envió a los cancilleres de la OEA (1959)
reunidos en Santiago de Chile, lo siguiente: “Esa reunión no sería
fructífera si se limitara a ratificar los ya mineralizados conceptos sobre la
no intervención de un Estado en los asuntos internos de otro. Este principio
clásico del derecho público americano amerita y reclama ratificación. Pero él
no puede ser escudo bruñido detrás del cual se abroquelen y protejan los
gobiernos dictatoriales, que son escarnio de un continente nacido para la
libertad y los cuales constituyen focos permanentes de perturbación de
la paz y seguridad de los regímenes democráticos.”
Posteriormente, propone a la OEA
perfeccionar su carta
constitutiva con un convenio adicional que permitiera la exclusión
de la organización a aquellos gobiernos que no tengan su origen en elecciones
legítimas, irrespeten los DDHH, o no garanticen las libertades
públicas.
Decía entonces él: “Entre
las cuestiones que en mi modesta opinión son de urgente necesidad está la de
complementar la carta constitutiva de la OEA con un convenio adicional bien
preciso y bien claro, según el cual no puedan formar parte de la comunidad
regional sino los gobiernos nacidos de elecciones legítimas, respetuosos de los
derechos del hombre y garantizadores de las libertades públicas”.
Su propuesta
novedosa entonces no fue acogida, pero constituye un antecedente que en tiempos
actuales se materializa en las distintas cláusulas democráticas establecidas en
organizaciones del hemisferio.
¿Debería
aplicarse la de la Carta Interamericana a Venezuela hoy?
¿Existe hoy un gobernante latinoamericano con la convicción democrática y determinación inquebrantable que tuvo Rómulo Betancourt?
¿Existe hoy un gobernante latinoamericano con la convicción democrática y determinación inquebrantable que tuvo Rómulo Betancourt?
EMILIO NOUEL V
@ENouelV
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