lunes, 3 de marzo de 2014

Venezuela y la izquierda borbónica
Genaro Arriagada




HAY UNA izquierda considerada no sólo como aspiración al socialismo, sino comprometida con la justicia social y la profundización de la democracia, que merece respeto por haber participado en luchas políticas no sólo honorables por los fines que perseguían, sino también, por los riesgos y el heroísmo que mostraron quienes las sostenían. En muchas ocasiones, ese compromiso lo compartió con el liberalismo político y con sectores humanistas que, proviniendo del mundo cristiano, rechazaban el conservadurismo de sus jerarquías religiosas. 

Tal ha sido la lucha por objetivos como el sufragio universal, los derechos políticos de las mujeres, la denuncia del trabajo infantil, la creación y expansión de los sindicatos, de las mutuales, la denuncia de la concentración de la riqueza y de los monopolios, la expansión de los derechos de los parlamentos, el impulso de la legislación social, de los salarios mínimos, la denuncia del poder del dinero en la política, del cohecho y más recientemente, la defensa de la igualdad de los hijos habidos dentro y fuera del matrimonio, del divorcio, de los derechos de las minorías sexuales, del aborto (al menos, el terapéutico y en los casos de violación y de riesgo de la madre), la igualdad de género.
Pero hay otra izquierda que le ha dado un mal nombre a las revoluciones y a ella misma. Es la izquierda que justificó el estalinismo, el crimen en nombre de grandes fines, la ejecución sumaria de sus adversarios, la destrucción de los derechos de la oposición política, el encarcelamiento de los disidentes, la censura de los libros y el arte, la clausura de los medios de comunicación, hasta establecer el monopolio de una prensa oficial transformada en abyecta forma de propaganda. Se dirá, con razón, que crímenes similares o peores ha cometido la derecha a lo largo de la historia. Sin duda, pero eso apunta a otro lamentable rasgo de esta izquierda, que es su doble estándar, que actúa como si bastara cambiar el color de los cuarteles de la policía política -de gris o pardo a rojo- para hacerla respetable.  
En los días que corren y a propósito de lo que sucede en Venezuela, se ha visto reaparecer el feo rostro de esta última fuerza, a la que mi amigo Teodoro Petkoff, un líder de la oposición a Chávez y Maduro, al que respeto como al que más, marcó a hierro con el nombre de “izquierda borbónica”, esto es, una que como la vieja casa real de antaño, no olvida ni aprende nada.

¿Cómo se puede luchar por la profundización de la democracia en Chile y justificar, en Venezuela, el encarcelamiento de un líder opositor en un cuartel militar, acusado por el Jefe de Estado de actos que en toda democracia son legítimos? Brigadas callejeras armadas por el propio gobierno y miembros de las fuerzas de seguridad (vea YouTube) disparan contra los manifestantes opositores, en su mayoría jóvenes y estudiantes, y en Chile y América Latina esa izquierda borbónica guarda silencio, como si considerara que para hacer legítima la represión basta teñirla de rojo (“roja, rojita”, como suele decir el chavismo) y encubrirla con la retórica de un “antifascismo”, que de tan vulgar y elemental da asco.

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