Editorial: Clarín , Febrero
20, 2014
Es posible estar a favor o en
contra del chavismo. Creer que es una versión renovada del viejo ideario antiimperialista
o que el autodenominado socialismo siglo XXI no es más que un autoritarismo
populista, vacío y anacrónico. Pero otra cosa es ponerse del lado de los
comandos civiles y grupos paramilitares que asesinan a manifestantes en
Venezuela.
En este brete está el gobierno
argentino y por decisión propia. Omite olímpicamente la represión y mira lo que
pasa allá con las mismas anteojeras que usa aquí, como una lucha entre grupos
desestabilizadores y el Gobierno.
“Lo vemos como un ataque a nosotros
mismos porque no quieren que sigamos viviendo en democracia”, ha llegado a
decir Timerman. El canciller tiene una facilidad envidiable para encontrar
justificaciones ideológicas a cualquier cosa.
Pero no todo es culpa de
Timerman. Al final, él sólo hace lo que le manda hacer Cristina, y así la Argentina ha quedado
alineada otra vez con Cuba, Nicaragua, Ecuador y Bolivia. A este eje marginal
de naciones se sumó el dictador sirio Bashar Al Assad, que de represión y
muerte conoce como pocos.
En cambio, Uruguay trazó una
raya:se solidarizó pero “con las instituciones y con el pueblo venezolano visto
en su conjunto ”. Por boca del canciller, Brasil dijo que “sigue con mucha
atención” la crisis y confía en que “haya una convergencia” dentro del más
estricto “respeto a las instituciones democráticas”. Una forma clásica y diplomática
de tomar distancia.
Humala, de Perú, se anduvo con
menos vueltas. Le pidió a Maduro “realizar el máximo esfuerzo para que el respeto a los
derechos de todas las personas, cualquiera
sea su posición política, prevalezca”. Y Santos, desde Colombia, llamó al diálogo. Todos ellos ven las dos
partes que hay en el conflicto. Argentina, no.
Cuesta encontrar en la actitud
del gobierno kirchnerista cuánto hay de ideología y cuánto de discurso para la
militancia. Y cuesta encontrarlo porque al mismo tiempo que usa chapa de
revolucionario y junto a Venezuela demoniza a los Estados Unidos, le toca el
timbre a Washington en la pelea con los fondos buitre, se acerca al FMI y sacó
una ley antiterrorista a la medida de las
aspiraciones de la embajada norteamericana.
En realidad, el Gobierno no tiene
política exterior o mejor sería decir que desprecia la política exterior. Anda
a los tumbos con demasiados países, incluyendo
nada más y nada menos que a los vecinos. Le va bien la diplomacia de los
gritos, que es una antidiplomacia.
Los gritos son para el aplauso de
la tribuna propia. Y en esa ensalada un ultraoficialista como D’Elía puede
pedir que fusilen a un líder opositor y el Gobierno no decir nada.
Se puede apoyar o repudiar al
chavismo pero la crisis de Venezuela no es una reedición de la conspiración
norteamericana contra Allende. Allí hay un fuerte reclamo y un régimen
intolerante que mata.
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