jueves, 3 de julio de 2014

La ciudadanía heroica de Ramón J. Velásquez




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   Tomas Straka

Cuando a finales del siglo XVIII los revolucionarios norteamericanos y franceses buscaron modelos para las repúblicas que estaban edificando, recurrieron a la historia de Grecia y Roma como una de sus fuentes principales de inspiración. Fue por eso que construyeron palacios que imitaban templos grecorromanos, se hicieron retratar con coronas de laureles y llenaron sus discursos con referencias a Cicinato. El nuevo ciudadano debía ser como aquellos romanos capaces de dejarse matar por el bien de su república. Las virtudes cívicas debían ocupar el centro de sus valores y el heroísmo, cuando se alcanzaba, solía estar asociado con la más grande de todas ellas, el amor a la patria. Fue un modelo que adoptaron los latinoamericanos que empezaron a fundar sus propias repúblicas unos veinte años después y que, al menos en los discursos, se mantiene hasta hoy: el verdadero ciudadano, el que es susceptible del heroísmo cívico, es aquel que es capaz de darlo todo por el bien de su país. Contrariamente a lo que podamos pensar, en Venezuela ha habido una casta de mujeres y hombres que han asumido este compromiso.  No hablamos solo de los héroes militares de la historia patria, sino también de aquellos que encontraron en las realizaciones de la paz una oportunidad para hacer a su patria más libre, más próspera y más culta. Ramón J. Velásquez, que acaba de morir a los 98 años de edad, es un ejemplo claro de esto.
En efecto, si en Venezuela seguimos teniendo república y, a pesar de todo, la mayor parte de nosotros sigue comprometida con la libertad, se debe en gran medida a aquellos maestros, políticos y funcionarios probos, empresarios, artistas, intelectuales que insistieron en mantener vivos estos ideales, incluso cuando todo a su alrededor parecía venirse abajo. Ramón J. Velásquez no solo participó como político y como funcionario en este esfuerzo de construcción republicana, sino que hizo mucho como historiador para darnos la oportunidad de conocer a sus personajes y pormenores. Sus dos obras más conocidas, La caída del Liberalismo Amarillo. Tiempo y drama de Antonio Paredes (1972) y Confidencias imaginarias de Juan Vicente Gómez (1978), son descarnados retratos de nuestra vida republicana cuya comprensión, gracias a ellos, se ensanchó notablemente. Otros numerosos ensayos, estudios y artículos apuntalaron esta labor. Pero también lo hizo desde las posiciones públicas que le tocó desempeñar impulsando proyectos e instituciones para rescatar, catalogar y publicar muchas de las fuentes primarias con las que se han estudiado y seguiremos estudiando nuestros siglos XIX y XX. Menos conocidos que sus libros para el venezolano común, es importante dar testimonio de este legado. En Ramón J. Velásquez tuvimos al ministro de la Secretaría de la Presidencia que en los turbulentos días de Rómulo Betancourt tuvo el tiempo y el cacumen de organizar al Archivo Histórico de Miraflores (1960) y de dirigir la Colección Pensamiento Político Venezolano del Siglo XIX (15 volúmenes, 1960), también editada por la Presidencia de la República. Al parlamentario con ánimos para crear la Fundación para el Rescate Documental Venezolano (Funres, 1978), que se dedicó a buscar y microfilmar fuentes sobre Venezuela en el exterior, así como a rescatar archivos de personalidades, y para dirigir la Colección Pensamiento Político Venezolano del Siglo XX (130 volúmenes, 1983-1996). En todos estos proyectos fue asistido por equipos multidisciplinarios, muchas veces integrados por jóvenes historiadores que en él encontraron a un maestro y a un mentor. Aunque dio clases, la docencia no fue la instancia en la que ejerció su magisterio: fue coordinando investigadores, discutiendo con ellos, dirigiendo tesis, atendiendo a todo aquel que buscara su consejo, que dejó un amplio número de venezolanos que se consideran, con razón, sus discípulos.
Pero esto es solo un aspecto de un compromiso más amplio. Nunca comprenderemos bien al doctor Velásquez, como lo llamaban con cariño y respeto sus allegados, si desligamos toda esta labor investigativa del político y del periodista que siempre fue. Es en la intersección de la política con el periodismo y la historia donde queda más claramente definida su condición de ciudadano integral, de repúblico como los que soñaron formar nuestros próceres. Si la historia, por ejemplo, le resultó interesante fue por lo mucho que lo ayudó a comprender a una sociedad a cuyo servicio estuvo todo el tiempo. Si el periodismo representó una pasión constante desde que se estrenó como reportero cuando aún era estudiante de Derecho en la Universidad Central de Venezuela, eso también estuvo vinculado con su pasión por comprender y por servir a su sociedad. También por hacerla más democrática y libre. Si fue un político que sobresalió del montón, fue por su conocimiento de la historia y de los secretos de la prensa. Volvamos a su obra cumbre, La caída del Liberalismo Amarillo. Es la síntesis de todo esto: no solo reveló para el venezolano común un período que casi nadie había estudiado hasta ese momento, sino que además lo hace narrándole la desintegración de un régimen para que la sociedad terminara cayendo en las manos del autoritarismo, lo cual no era cualquier cosa durante la dictadura militar, cuando comenzó a escribirlo y a publicar algunas de sus partes. De hecho, la escogencia de la figura a la vez trágica y pintoresca de Antonio Paredes, fusilado en un acto de flagrante ilegalidad y arbitrariedad de un Cipriano Castro ya en el fondo de su decadencia física y moral, fue inspirada por el asesinato de Leonardo Ruiz Pineda. Y a todo esto, que implica historia y periodismo, hay que sumarle el hecho de que está redactado como un largo reportaje, lo que hace muy entretenida su lectura, como las numerosas reediciones lo demuestran.  
No es irrelevante que al mismo tiempo que el joven reportero revisaba los periódicos de finales del siglo XIX para redactarlo, participaba en la resistencia contra la dictadura. Son los días en los que junto a Juan Liscano y José Agustín Catalá edita el famosísimo Libro negro de la dictadura, con el inventario de sus violaciones de los derechos humanos. De momento, significó la cárcel para dos de los editores, pero a la larga fue la culminación de su formación como ciudadano. Así, una vez recuperada la democracia, para poner a su disposición todo lo que era capaz de pensar, redactar y administrar: fue elegido diputado y senador en varias ocasiones, se desempeñó como secretario de la Presidencia de la República de Betancourt, fue ministro de Comunicaciones durante el primer gobierno de Rafael Caldera, presidente de la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado (Copre) durante el gobierno de Jaime Lusinchi y, finalmente, en medio de la gigantesca crisis política en la que es destituido Carlos Andrés Pérez de la presidencia, es el hombre de consenso para ser elegido presidente de transición entre 1993 y febrero de 1994. Durante todo este período no dejó de escribir artículos, ensayos, discursos y estudios, fundó la Biblioteca de Temas y Autores Tachirenses en 1961, fue el primer director del vespertino El Mundo en 1958, dirigió en dos ocasiones de El Nacional (1964-1969 y 1979-1981), fundó el Instituto de Investigaciones Históricas del Periodismo Venezolano en la UCV (1958) y la cátedra de Historia del Periodismo Venezolano en la Universidad Católica Andrés Bello en 1961.
Fue un hombre de tantas actividades que resulta difícil pensar cómo pudo dedicarse con éxito a todas ellas. Tal vez la respuesta esté, una vez más, en que las resumía en ese solo gran esfuerzo que le dio sentido a su vida, tan rica como larga: la ciudadanía de quien actúa en todo momento por el bien público, por la república. En sus últimos años estuvo muy angustiado por el destino de Venezuela, pero, como les decía a todos los jóvenes que lo visitaban o a los que les siguió dando charlas hasta que su salud se lo permitió, no dejó de sentir fundadas esperanzas en el porvenir. Fue la suya, sin duda, una ciudadanía heroica. Y una que además no ha de morir con él: lleno de años y de honores acaba de bajar a la tumba, pero quedan su ejemplo y sus realizaciones como el compromiso de continuidad para todos los que seguimos en la lucha por hacer efectiva la república y por alcanzar la definitiva victoria de su libertad.



@thstraka

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