martes, 19 de agosto de 2014

ARNOLD


Ibsen Martniez

El Pais

Un día de 1911, Ralph Arnold, geólogo petrolero estadounidense, llegó al hotel Queen’s Park de Puerto España, en la isla de Trinidad, entonces posesión británica, y topó con una escena digna de Tirano Banderas.
Un pequeñajo simiesco y sombrío, el general Cipriano Castro, antiguo dictador venezolano, era agasajado en la terraza por una corte de exiliados adulantes, partidarios de sus planes de invadir Venezuela y ajustar cuentas con su compadre, el también sombrío general Juan Vicente Gómez quien, cuatro años atrás, había derrocado a Castro aprovechando arteramente un viaje de este al exterior.
“Castro jamás logró su propósito —anota Arnold en sus memorias—; Gómez se mantuvo en el poder todo el tiempo que permanecí en Venezuela”. Al año siguiente, Arnold dirigió, por cuenta de un consorcio asfaltero británico, un exhaustivo catastro geológico de la desdichada y palúdica comarca que era mi país, colosal empresa que a su equipo de más de cincuenta geólogos gringos le tomó cuatro años completar. Gómez siguió tiranizando a Venezuela hasta su muerte en 1935.
En 1914, impresionada por los resultados de Arnold, la Royal-Dutch Shell acometió la extracción y comercialización en gran escala del petróleo venezolano. Un siglo más tarde, Venezuela es el petro-Estado más despilfarrador e improvidente del planeta.
La única idea que al respecto hemos parido en cien años es una agrícola moralina irrealizable: “Sembrar el petróleo”. Irrealizable, pues fatalmente está en la naturaleza del petro-Estado populista desperdiciar los booms de precios y endeudarse en tiempo de vacas flacas.
Nuestro militarista siglo petrolero ha sido el largo viaje de una frase feliz hacia la nada.

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