Ibsen Martinez
El País
El bachaco es una hormiga cortadora de gran tamaño que igual se halla a gusto en la aridez del llano venezolano como en la selva húmeda paraguaya y puede dejar mondo un maizal en el curso de una sola noche.
Los gregarios bachacos porteadores que, marchando en fila india, pueden cada uno echarse a cuestas cincuenta veces su peso y tamaño, prestan nombre a las partidas de contrabandistas que mueven comestibles, medicamentos y gasolina entre Venezuela y Colombia.
Rafael Ramírez, ministro de Energía venezolano, afirma que estas bandas sustraen diariamente al fisco el equivalente de 100.000 barriles de crudo. “Bachaquear” bidones de gasolina, siguiendo las incontables trochas que cruzan una frontera, viva y fragosa, de más de 2.200 kilómetros, es actividad infinitamente más rentable que, digamos, cultivar coca.
¿Habrá incentivo mayor que el diferencial de precios de la gasolina a uno y otro lado de la frontera? Seis centavos de dólar pagan en Venezuela el litro de gasolina subsidiada que en Colombia vale un dólar con cuarenta.
El trasiego se hace en trenes fluviales de barcazas repletas de bidones de nafta, y en convoyes de camiones cisternas que pagan todos puntual diezmo a la Guardia Nacional, protervo organismo represivo, epítome de corrupción. Nicolás Maduro ha ordenado desplegar, desde el ocaso hasta el alba, 17.000 efectivos de tropa, entre Ejército y Guardia Nacional, para combatir el contrabando extractor.
Bogotá juzga la medida “unilateral” e inconducente. Los lugareños denuncian la llegada a la frontera de 17.000 nuevos bachacos en uniforme verde oliva que, armados con fusiles AK-47, extorsionan derechos de tráfico a los bachacos “históricos”.
¡Ah, los socialismos!
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