Marta de la Vega
Ha
habido recientemente foros de gran calidad e interés, desde diversas
plataformas ciudadanas, Expresión Libre, Punto de Encuentro,
Espacio Abierto, sobre la gravísima y plural crisis que sufre el
país.
Energía eléctrica e hidrocarburos, política económica errática,
libertad de pensamiento y opinión, salud pública, inseguridad, colapso
de los servicios. Todos los expositores coinciden en la urgencia
de cambiar el modelo económico actual para lograr un viraje
favorable. Todos hacen propuestas estructuradas, viables, realistas y
sensatas de mucho valor, de las cuales podría servirse el
gobierno y sería deseable que lo hiciera, si los que dominan el
escenario político estuvieran dispuestos a oír, tanto los altos funcionarios
del régimen, como los designados para gerenciar empresas,
servicios e infraestructura y quienes son agentes económicos con
capacidad de decisión en los ámbitos público y privado.
Pero no hay sino sordera arrogante, ceguera ideológica, estereotipos
teóricos, falta de idoneidad y profesionalismo, fanatismo sectario y
exclusión agravada contra quienes no coincidan con el llamado
socialismo del siglo XXI.
Incompetencia, improvisación y corrupción nos condenan a un destino aciago.
El fondo político que nos ha conducido a tal desastre, en el sector
energético, el sistema de salud, el acceso a los productos
farmacéuticos y a bienes esenciales de consumo diario, en el flujo de la
información, cada vez más asediada, se sustenta en un fracasado modelo
stalinista, de centralización imperativa, con vocación totalitaria, que impone
a sangre y fuego su política de miseria y dominación.
La justicia es brazo ejecutor de la persecución y represión
políticas. La militarización ya tiene justificación legal, aunque sea inconstitucional.
La hegemonía comunicacional avanza sin tregua con un creciente
bloqueo informativo, por medios lícitos e ilícitos. Venezuela perdió su carácter
civilista y republicano. Dominan los grupos surgidos de una alianza militar
civil que ha convertido el país en paisaje desolado donde imperan la violencia,
la criminalidad cada vez más atroz, el hampa desbordada que se
sabe protegida, la intolerancia, la falta de respeto por el otro
y el odio social cultivado desde el alto poder, así como
grupos mafiosos que saquean y se reparten el botín del tesoro
público con desvergonzada impunidad.
Bajísima calidad de vida, escasez y desamparo ciudadano se suman al
incumplimiento del gobierno central de sus obligaciones hacia
gobernaciones y alcaldías no controladas por el régimen. Es
inaceptable que un Estado que ha recibido más de un billón de
dólares sin control, que ha regalado, despilfarrado o comprometido
recursos para auxiliar a otros países, no dé adecuada atención
hospitalaria y muera tanta gente por carencia de medicinas o
tratamientos, por equipos dañados por falta de repuestos o sin
mantenimiento. Urge ver partidos políticos y ciudadanos organizados y
alineados para un cambio de rumbo
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