Jose Rafael Herrera
Decía Marx que “el modo de producción de la vida material determina el proceso de la vida social, política y espiritual en general”. Lo que se es se identifica con lo que se hace y con el modo como se hace. Ser es hacer. La vida es un hacer continuo y las formas como los hombres conciben su modo de vida depende de lo que ellos mismos sean capaces de hacer. En una expresión, deliberadamente formulada para el prólogo a la Contribución para la crítica de la economía política: “No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, es el ser social lo que determina su conciencia”. Esa es la razón por la cual el ser sin más, en su simplicidad, el ser a secas, no es, porque todo ser es en cuanto es social, en cuanto hacer, es decir, en cuanto es histórico, político.
“Todo es político”, dice Gramsci, incluso lo es el no ser político, el hecho de concebir-se (o creer-se) a sí mismo en la no-politicidad. Ya lo había advertido el mismísimo Shakespeare, al referirse a aquellos artistas que, no sin cierta vanidad, creían poder mantenerse ajenos al quehacer político de su tiempo, presos -como diría sir Francis Bacon, autor del Novum organum- de los “idola theatri”: “todo arte que pretenda ser auténtico tiene que ser la necesaria expresión de lo político”. En suma, el hombre -¡y la mujer!- históricamente considerado, por razones inherentes a su propio devenir, a su naturaleza histórica, no puede prescindir de esa su condición sustancial, a saber: la de ser un “zoon politikón”, un “animal político”. El resto -como dice Marx- son “el cazador o el pescador solos y aislados”, que “pertenecen a las imaginaciones desprovistas de fantasía que produjeron las robinsonadas diesiochescas” y su malentendido 'retorno a la vida natural'. “Nadie -cita Hemingway de John Donne- es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la tierra”. Y todavía más: “la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti”.
Pero más interesante todavía pareciera ser el camino de recorrido inverso, es decir, el camino de aquel que -al mejor estilo positivista- convencido del preponderante, superior, papel de la política en y para la vida de los hombres, y presuponiendo, como todo un “especialista”, que la política sólo puede ser el producto de la labor exclusiva de la "techné” propia de la dirigencia de los partidos políticos, considera que quien tenga el atrevimiento de opinar sobre la situación política del país sin ser “político” es, para decir lo menos, un estulto, un ignorante, un perturbador del 'orden natural de las cosas', que debería, por el bien general de la sociedad, guardar las distancias, o más específicamente, mantenerse alejado de este tan especial y supremo oficio.
Sorprende sobremanera cómo el muy diligente detractor de la “antipolítica” acostumbra mostrar hasta “las costuras” los graves inconvenientes que, a lo largo de estos años, ha venido causando la intromisión de esta suerte de irresponsables que, 'sin conocer las hierbas', se consideran en plena capacidad de hacer los más osados “hechizos” de toda posible tonalidad, como si fuesen auténticos expertos en las 'esotéricas' artes de la política. El profesor Albus Dumbledore, maestro de “el elegido” mago Harry Potter, se quedaría pasmado ante semejante atrevimiento. Son ellos, los antipolíticos, irresponsables detractores del oficio político, los genuinos culpables de que, hasta la fecha, la oposición al régimen autocrático chavecista haya fracasado en sus intentos por instaurar un régimen de libertad, efectivamente democrático, justo y próspero en un país reunificado.
Y quizá en estos argumentos haya algo -o incluso mucho- de razón. “Zapatero a su zapato”, como dice el refrán. Nadie podría cuestionar el hecho de que, así como para dedicarse a la medicina o a la ingeniería es menester aprender al detalle las técnicas propias de los oficios en cuestión, de igual modo quien se dedica exclusivamente a la praxis política debe ser el más indicado para ejercer la difícil tarea de confrontarse, estrategia y táctica por delante, con un militarismo de clara ascendencia fascista, que se ha revestido de una extravagante ideología de Izquierdas y que se ha hecho experto en la manipulación de los más cándidos sentimientos de las clases desposeídas: “Maduro es Pueblo”. Son ellos, en consecuencia, los llamados a diseñar la carta de navegación que haga posible el reencuentro del país consigo mismo. Pero, precisamente por ello, no se comprende bien cómo es que pudo surgir la antipolítica, no solamente la que hizo posible la llegada del chavecismo al poder, sino también la que ha venido generando esa inconveniente e irracional 'perturbación' en el seno de la actual oposición.
Pareciera necesario, pues, hacer algunas consideraciones que permitan explicar cómo y por qué pudo haber irrumpido en la escena pública la anti-política, cuál es su origen y cuál es la razón de su “caprichosa” y “extravagante” presencia, tomando en cuenta el hecho de que antes del chavismo, se supone, los políticos venían ejerciendo sus funciones, y durante el presente no pocos han sido los intentos de construcción de un gran movimiento político de unificación de las más diversas tendencias y militancias partidistas, verdaderos 'mosaicos' con los cuales se pretende generar el “efectivo” movimiento de cambio que requiere el país. Es como si en un hospital en el que sobraran médicos de las más variadas especialidades se incrementaran irrefrenablemente las patologías. Cosa extraña, que debería llamar la atención de las autoridades del hospital en cuestión.
En otros términos: ¿será que la anti-política surgió de la nada?, ¿no fue, por cierto Aristóteles, quien afirmara que de la nada no surge más que la nada? O, para decirlo en clave estrictamente ontológica: ¿no será la anti-política la hija legítima del tradicional modelo de hacer política en Venezuela? Da la impresión de que la posición asumida por los “especialistas” en política es tan anti-política como la de sus detractores. De hecho, los políticos, al negarse a reconocer la cada vez mayor -y más preocupante- consistencia de los anti-políticos, terminan asumiendo la misma función que ejercen los anti-políticos en su contra.
El uno se sorprende como el claroscuro del otro. Cada uno se devela como “el otro de aquel otro”, en el que el uno y el otro devienen idénticos. Sin reconocimiento no hay conocimiento, decía Hegel. Para que las dos mitades del país se reconozcan, se requiere, en primer lugar, que la propia oposición se reconozca a sí misma, que deje de lado el prejuicio y construya un novedoso proyecto de país en el que quepamos todos. Sin ideas “claras y distintas” no hay ni técnicas ni especialidades que valgan de mucho, ni políticos ni anti-políticos que resuelvan el escollo en el que todos estamos inmersos. La construcción de un nuevo modo de ser y pensar (un nuevo modo de hacer) es la verdadera prioridad. La formación cultural -esa que trasciende los límites de, como decía Gramsci, “la política en minúscula”- sigue siendo la tarea primordial.
@jrherreraucv
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