Carlos Raul Hernandez
Es posible que Hugo Chávez en 15 años nunca hubiera dicho algo cierto a alguna audiencia, pero esa posibilidad se hace certeza en el caso del sucesor. En la política, la verdad se debilita como valor de cambio pero en las autocracias desaparece ¿Mienten o se equivocan o se equivocan y también mienten? El error, la equivocación, es natural en la vida cotidiana por las limitaciones de los sentidos y el intelecto. Pero a eso se añade la mentira consciente ya que según un estudio, las personas mienten varias veces al día. El mero concepto de verdad no es muy valorado concretamente en las sociedades de origen latino, de mayor lasitud, mientras los anglosajones son más exigentes. Clinton estuvo al borde de la cruz, no por sus ociosidades con Lewinsky y el Cohiba, sino por negar relaciones sexuales con ella. En cambio todo el mundo en Francia sabía que Mitterrand tenía una amante y una hija, además de su matrimonio, y nadie se lo preguntaba ni le parecía razón para molestarlo.
Como sobre cualquier cosa, alrededor de las diferencias entre mentir y equivocarse hay una interesante maraña conceptual. Rousseau, Derrida y varios otros le dan gran importancia a distinguir entre ambas, ya que la primera supone la intención de engañar y la segunda no. Cuando los reyes de Francia afirmaban descender de Jesucristo, era una estupidez, no una mentira. En cambio quien falsea realiza un tramoleo premeditado, mientras errar es de buena fe. Kant piensa que decir la verdad es un imperativo categórico en toda circunstancia, sin excepción. Hannah Arendt, en polémica retrospectiva con él se pregunta “¿se debe decir la verdad aunque se ponga en riesgo la supervivencia… (… ) si viene la Gestapo a buscar a mi amigo, escondido en el sótano… debo decir la verdad?”. Durante acontecimientos colectivos dramáticos (atentados terroristas, guerras, catástrofes) los gobernantes administran lo que dan a conocer para evitar daños sicológicos en la ciudadanía como durante equilibrio del terror, la amenaza de confrontación nuclear en la Guerra Fría.
La democracia suaviza la verdad
Jonathan Swift (Arte de la mentira política, 1773) y Arendt (Verdad y política, 1996) coinciden en que el lenguaje de los políticos aligera, suaviza, moldea la crudeza de los hechos para hacer posible la convivencia, hasta las mentiras blancas que sirven para hacer el bien. Los grandes estadistas y pensadores usan quirúrgicamente las palabras por consideración al adversario y a la ciudadanía. Pero los energúmenos y la movilización de masas rompen los cristales de la convivencia y del lenguaje. Stalin, Hitler, Mao, Mussolini, Perón y Fidel Castro convierten la falsedad, el vejamen y la violencia en doctrina total y brutal, tal como lo hacen los laboratorios opositrolles hoy en Venezuela. Uno de ellos se autoidentificó como Grupo Cóndor que opera en Miami, merece la pena estudiarlo porque parece inspirarse en la Gestapo. Hitler culpó de la crisis económica alemana y de la guerra a los judíos. Tergiversaron hasta los hechos indiscutibles y crearon “falsos positivos” como el incendio del Reichstag. Stalin construía un reino del horror, asesinó 20 millones y lo presentaba con ayuda de sus acólitos, como el paraíso.
Los Castro acusan durante 55 años al embargo americano de los efectos depauperadores de su crueldad e incapacidad, que igual se producen en Venezuela sin ningún embargo. Denunciaron un “bombardeo biológico” gringo para encubrir la epidemia de conjuntivitis por desnutrición en Cuba. Sus discípulos posmodernos quieren control de los media para imponer la mentira como forma de vida. Con falsos positivos condenaron 30 años a inocentes comisarios de la Policía Metropolitana, y persiguieron a la juez Afiuni. Reporteros suelen actuar de agentes provocadores en los actos de la oposición, para producir incidentes violentos y luego “desenmascararlos”. En 15 años todo lo que ha dicho el gobierno venezolano parte de esas fuentes.
Crudeza fascista
Imputan a sus contrincantes de fascistas, pero como Goebbels utilizan medios de comunicación públicos para hacer guerra sicológica. Construyen mil viviendas y anuncian un millón. Los revolucionarios mienten y se equivocan sin solución de continuidad y en definitiva no se sabe qué es peor. Una ministra llama percepción de inseguridad a 25 mil muertos anuales. Otro dice que las escasez es por la guerra económica. Como inquisidores medievales, inventan conspiraciones, arrojan ultrajes, ratas muertas contra la gente. En la pirámide del poder muchos no creen en nada y simplemente viven el momento. Los cínicos son mentiras vivientes y no merecen mayor análisis. Siempre existen y existirán en todos los regímenes, como las parásitas. Pero un activista promedio cree, y cree a ciegas. Cuando acusa “a los medios de comunicación”, ” la oligarquía”, o ” la derecha”, no miente: es el eco de sus líderes, hasta que llega el desengaño.
Tiene la cabeza llena de periplanetas fuliginosas, de mitos y desechos intelectuales. El fabricante del engaño, por el contrario, es el gran responsable. Falsifica sistemáticamente a conciencia, porque el fin justifica los medios y vale todo lo que se diga o haga para defender la revolución. Con la revolución todo, sin la revolución nada, es puerta franca al crimen y al totalitarismo. Develan magnicidios que nunca existieron, detienen misteriosos mercenarios, se preparan para invasiones extranjeras. Todo eso revela profundas distorsiones de la psiquis o de la moralidad. Los golpistas del 4 F acusan de “golpistas” a los demás, de conspiraciones internacionales, y los amigos y protectores de las FARC denuncian a opositores democráticos de conexiones con paramilitares.
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