Andrés Hoyos
El Espectador, Colombia
El país vive una crisis tremenda. Basta con hacer un inventario incompleto para verla: faltan alimentos y medicamentos básicos de todo tipo; el índice anual de asesinatos por 100.000 habitantes es de 79, un dato astronómico detrás del cual se oculta un sinnúmero de historias macabras; la inflación terminará este año arriba del 70%, robando de sus ingresos a los pobres, a quienes el Gobierno luego “resarce” con permisos para saquear tiendas de electrodomésticos, como si uno pudiera sentarse a cenar un televisor. En fin, cualquier duda se disipa al considerar que, según los datos del propio régimen, la pobreza está subiendo en Venezuela, pese al millón de millones de dólares recibidos en 15 años. Bueno, ¿pero al menos una parte de esta inmensa renta petrolera se está ahorrando? No, Venezuela desahorra, pues cada vez vende más petróleo a futuro, en particular a China, con el consecuente aumento en la deuda pública. Apremiado, el Gobierno se apresta a malbaratar el complejo de refinerías y estaciones de servicio Citgo, un acto demente que privaría a Venezuela de una salida segura para sus crudos pesados.
La separación de poderes desapareció hace mucho, convirtiendo a la democracia venezolana en un cascarón vacío, como lo demuestra el juicio totalitario contra Leopoldo López, en el que han sido violadas todas y cada una de las garantías del procesado. El saqueo del erario sigue inclemente, en tanto que el narcotráfico campea por doquier, con todo y generales de bolsillo, a la manera de Carlos Lehder en las Bahamas en su momento.
Lo lamentable es que la oposición, abrumada por tantos males, se ha venido equivocando. La fracción “salidista” le apostó todo a la caída de Maduro y, dado que no cayó, la sensación que se tiene es que salió fortalecido. María Corina Machado y otros proponen una asamblea constituyente, o sea la capitulación del régimen. Igualmente improbable es otra idea que se menciona: que una fracción de las Fuerzas Armadas tumbe a Maduro, su cómplice. Para todo lo anterior es mejor que esperen sentados.
Pocos en la oposición parecen entender que es preferible que los cambios los inicie el chavismo cuando no pueda proseguir por donde va, pues si mañana sale Maduro del poder dejando las cosas como están, y entran, digamos, Capriles o López, tendrán que enfrentar la debacle, con el consabido desprestigio por las medidas draconianas que habría que tomar. Un Gobierno así sería derrotado con facilidad, condenando al país a una espiral de estilo peronista. Por lo demás, gran parte de la oposición está abandonando el centro del espectro político, actitud que de imponerse sería suicida.
Maduro, aplicando una versión del modelo cubano cuya fuerza no puede subestimarse, ha ido liquidando cada vez más medios independientes —el último fue El Universal—, hasta el punto de que, de los que cuentan con alcance nacional, tan sólo queda El Nacional, aunque sin papel. Eso sí, en internet se consigue toda la información que uno quiera, pero no es allí donde busca la mayoría de los votantes venezolanos.
Un último factor que alimenta el pesimismo es que la gente que apoya al régimen parece acostumbrada a la crisis. Las mentiras, el saqueo, los desabastecimientos y la incompetencia oficial al comienzo te indignan, pero al repetirse hasta la náusea, se vuelven crónicos. Lo dicho, es imposible ser optimista sobre Venezuela.
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