Alberto Barrera Tyszka
Me desperté pensando que necesitamos digerir mejor el descaro. No es fácil. Si hubiera una pastilla en contra de la desfachatez, además, de seguro ya tampoco la conseguiríamos en las farmacias. Pero sería ideal que alguien, al menos, tuviera un remedio casero. Por ejemplo: poner a hervir una rama de romero, un gajo de mandarina y una hoja de un libro de Krishnamurti. Colar con cuidado y agregar una ralladura de concha de ñame. Tomar siempre en ayunas. Necesitamos algo así. La mezcla de hiper inflación con hiper indignación es insostenible. Lidiar con la ineptitud, la corrupción y el autoritarismo es una cosa; lidiar con el descaro es mucho más difícil.
Gabriela Ramírez, quien cobra cada mes un sueldo por ejercer la “defensoría del pueblo”, dijo esta semana que la petición de declarar el sector salud en “emergencia humanitaria” le parece “absolutamente desproporcionada”. Reconoce que hay “algunas fallas” pero denuncia la “politización” del caso. Si Gabriela Ramírez tuviera una emergencia clínica en este instante de seguro no acudiría a ninguno de los hospitales públicos. Probablemente, además, tendría un trato privilegiado en cualquier institución privada. La noción de emergencia y de humanidad, para ella, es diferente. No necesita incluir al pueblo.
Esta semana, Delcy Rodríguez dedicó unos mensajes al tema de la moralidad y periodismo, refiriéndose al uso de bombas lacrimógenas en Missouri. Se trata de la misma Ministra que, aprovechando la existencia de algunas imágenes falsas, descalificó en general las denuncias sobre represión y uso y abuso de fuerza en contra de las manifestaciones recientes en el país. Para ella, lo que ocurrió en Ferguson es represión siniestra. Lo que ocurrió en Caracas fue solo una conspiración mediática.
El vicepresidente Arreaza, esta semana, declaró que aquel que haga críticas sobre las medidas que ha tomado el Presidente Maduro con respecto al contrabando es, por definición, o mafioso o desestabilizador. “De ellos hay que sospechar –afirmó–. Esos son los enemigos de la patria”. Es el mismo vicepresidente que cada vez que puede cita, invoca o habla de la democracia participativa y protagónica. Para él, la pluralidad solo es posible si no hay críticas. La diversidad le parece sospechosa.
Por no hablar de la inverosímil desvergüenza de darse un saltico a La Habana para celebrar el cumple de Fidel. Maduro tiene un país en crisis, sus 107 ministros y viceministros le han puesto el cargo a la orden, y él anda de paseo, quién sabe dónde, y termina después en una tenida personal, tan divertida y cordial, con el compañerito Castro. Como si en el país no pasara un carajo. Para él, la realidad no es un derrumbe. No hay alarma. No hay urgencias. No se preocupen. Por ahí, muy pero muy pronto, viene un sacudón.
El descaro es muy difícil de combatir. Siembra impotencia. Contagia una avasallante sensación de locura. Distribuye la idea de que cualquier debate es imposible, de que no hay manera de manejarse contra tanta hipocresía. Un tuit de Luis Carlos Díaz, esta semana, recordaba que la ayuda humanitaria a Palestina es menor que el gasto en compra de armas que el gobierno le ha hecho a Israel.
Mienten con naturalidad, con desparpajo. Ahora TVES es un canal revolucionario, alternativo que, por cierto, cada vez, se parece más a Venevisión. Muy pronto nos dirán que un show como el Don Francisco y una televisión se servicio público son la misma cosa. Mienten sin pudor, como si las mentiras no tuvieran consecuencias. Cuando comiencen a aparecer los renta huellas, los compatriotas que alquilen sus dedos en cualquier cola, Maduro entonces nos dirá que es culpa del imperialismo, de la burguesía, de las telenovelas o de Álvaro Uribe. Nos explicará seriamente que estamos enfrentado una nueva guerra dactilar.
En Días Malditos, su diario en Moscú y Odesa en 1918 y 1919, Ivan Bunin escribió: “Hay tanta mentira que uno podría ahogarse en ella”. Así estamos también ahora. Naufragando entre de palabras.
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